Wonder Wheel
Entender el oficio de manera admirable. Perseverar en el placer de filmar. No dejar de contar historias al margen de quienes consideran que ya lo dijo todo. En esas llega Wonder wheel, otra admirable obra que nos devuelve su mejor versión, la del genio que canta su canción para quien sepa escucharla. Y ahí estamos los incondicionales, los que de tiempo en tiempo revisamos Manhattan o Delitos y faltas o Maridos y mujeres. Para seguir reencontrándonos con nosotros mismos, con lo que somos. Y en esas -decía- llega Wonder wheel y la exposición de un relato trágico que se susurra al oído, que no se fuerza, en el que Allen se aproxima a la dramaturgia de Tennessee Williams o de Eugene O’ Neill a ritmo -como siempre- de música de jazz.
En la menospreciada Stardust memories -que siempre reivindico- un seguidor le espetaba a Sandy Bates, alter ego de Allen, que prefería sus comedias, las que hacían reír, sin otra pretensión. Siendo indudable el peso en su filmografía de la comedia, de las fuentes que de ella emanan, no puede dejarse de lado la importancia de algunos de sus dramas filmados. El primero de ellos Interiores que se ubicó en la estela de Bergman pero en el que Allen logró una película mucho más interesante y personal de lo que suele decirse. Luego vinieron September, Otra mujer y obras tan amargas y magistrales como Maridos y mujeres o Delitos y faltas sin olvidar la más reciente Blue jasmine. El drama formaba parte de aquellas obras en las que el cineasta exploraba otros territorios teniendo siempre presentes las enseñanzas de Chejov. Como sucede en Wonder wheel que protagoniza una enorme Kate Winslet cuyo personaje desdichado merece situarse entre las más inspiradas pinturas femeninas de la obra de Woody Allen.
En Wonder wheel están los propios recuerdos de Woody Allen, los que tienen que ver con Coney Island y que asomaban en Annie Hall. Constituye, por tanto, un espacio de asumida nostalgia en el que situar la cámara y apoderarse del tiempo pasado. Coney Island fue balneario y parque de atracciones. Y precisamente es en su parque de atracciones donde se desarrolla Wonder wheel contada por un socorrista que quiere ser escritor y que participa de la historia como un personaje más del drama.
La noria de Coney Island gira y gira como lo hace la vida con sus contingencias y encrucijadas. Es parte simbólica de ese entramado ferial en el que los protagonistas se desenvuelven con el infortunio y la escasez de recursos como inevitables compañeros de travesía.
Wonder wheel acontece en verano con la playa de Coney Island llena de gente. De pronto irrumpe la lluvia torrencial que enmarca momentos románticos y amorosos y que ya dijo el poeta que solía acontecer en el pasado. El personaje de Kate Winslet trata de huir del ambiente opresivo en el que vive con un marido que la maltrata -Jim Belushi- y un hijo esquivo y pirómano que huye permanentemente del ambiente familiar y de la escuela para refugiarse en un cine. En cierto modo vemos en él la propia infancia del niño Allen que repudiaba la escuela y encontraba en el cine una manera de evadirse de una realidad poco amable. Prender fuego es un modo de rebelarse contra el mundo adulto que le rodea, palizas y sometimientos incluidos más ausencia del padre biológico.
Allen ha logrado en Wonder wheel que forma y fondo encajen primorosamente, gracias al trabajo de Vittorio Storaro con su luz marcadamente expresionista. Es una película exigente desde un punto de vista estético y en el que vemos la cámara desplazarse con lirismo, encuadrando con sutileza el rostro de Kate Winslet cuyo personaje entra en la cuarentena como quien entra en el abismo. La vida tiene mucho de representación. El personaje que interpreta Winslet fue actriz en otro tiempo. Añora un amor que perdió y del que su hijo es fruto. La profesión de actriz la encamina a confundir realidad y ficción, a engañarse ella misma, a creer que el trabajo de camarera que debe desempeñar constituye una más de sus interpretaciones. Al final, cuando el drama se ha consumado, la veremos maquillada y con traje de escena, dirigiéndose a cámara como si estuviera representando un papel en un teatro de Broadway. Es como si asistiéramos de pronto a una obra de teatro, a Un tranvía llamado deseo con Blanche DuBois paseándose por las tablas. Pero esos guiños al teatro que parecen palpitar en Wonder Wheel no le hacen perder a Woody Allen el sentido cinematográfico en la forma de narrar, de posar la cámara.
Viendo la película nos acordamos de Imitación a la vida de Douglas Sirk, de las voces y ecos del melodrama clásico. Woody Allen pinta la vida con su parte de ilusionismo trágico. Hay de pronto una expectativa amorosa que tarde o temprano va a venirse abajo. Es el sueño y la realidad como contrastes. Como pasaba en La rosa púrpura del Cairo con la que Wonder wheel pudiera establecer ciertos diálogos. Un parque de atracciones como la sala oscura de un cine, donde se estrena Winchester 73, es lugar de ensoñaciones. Y también esa playa en la que vemos pasear a Kate Winslet, desesperanzada, al borde mismo del suicidio, hasta que encuentra en el guardacostas que quiere ser O’ Neill (Justin Timberlake) una esperanza.
Ese plano casi final de Ginny (Kate Winslet) con un cuchillo entre las manos nos hace pensar en las tragedias griegas -también presentes en el cine de Allen- y en ese destino del que no se puede escapar, como le pasa a la hija de Jim Belushi (Carolina- Juno Temple) que huye de su marido mafioso y trata de refugiarse en casa de su padre tras años de distanciamiento. En esa aparición inesperada comienza el drama, el relato trágico que Allen deconstruye a través de los excesos de Ginny, de su caída en desgracia, de su alcoholismo que comparte con su marido y que es otra manera de huir del mundo, de encontrar en la botella una forma de olvidar lo que se es y sobre todo lo que no se puede llegar a ser.
Mención aparte merece la elipsis de Allen cuando los mafiosos van a capturar a Carolina. La vemos alejarse caminando, enamorada de Mickey-Timberlake, llena de ilusiones renovadas que están a punto de romperse. Es demoledor cómo Allen sitúa aquí la cámara y no le hace falta mostrar nada más para que la secuencia tenga su fuerza y su efecto en el espectador.
Dice Carlos Boyero en El País que Wonder Wheel se olvida a los cinco minutos de verla. Lo mismo me pasa a mí con muchas de sus críticas que las olvido enseguida y me hacen añorar las que en ese mismo periódico escribía el inolvidable Ángel Fernández Santos. Algunos seguimos celebrando la perseverancia de Allen en el oficio de hacer cine, su entrega anual, deseosos de reencontrarnos de tiempo en tiempo con su próxima película. Mientras la vida pasa y como una noria no deja de girar hasta que el mecanismo falle, la noria se detenga e irrumpa de pronto la oscuridad.
Tu entusiasmo, tan razonado, por el film, contagian unas ganas inmediatas de verlo. La trampa de Boyero es la coincidencia de gustos en muchos títulos; la sustancia de sus críticas es tan tenue, subjetiva y pobremente adjetivada, que inducen efectivamente al olvido. Gracias una vez más, querido Luis, por tu disección apasionada. Felices Fiestas de Navidad y Año Nuevo. Y cuando pases por Mallorca avísanos para expresarte en persona nuestro sentimiento.
Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo querido Maties. Muchas gracias por dejar tus impresiones y por tu complicidad. Celebro coincidencias. Y espero verte pronto. Te avisaré si la vida me lleva por Mallorca. Sería bonito que así fuera.