Pablo García Baena
Murió el poeta cordobés, nonagenario. Me acordé del grupo Cántico, de mi padre escribiéndose con Ricardo Molina, de la poesía de posguerra, del poema Antiguo Muchacho tan justamente evocador que mezclaba a Emilio Salgari con la Semana Santa cordobesa, porque en García Baena la Semana Santa como tradición popular se cantaba y se dibujaba con precisión y emoción, como luna de infancia.
Leo Andaban allá lejos, poema de Rumor oculto con ese alejandrino final: «Lejos, entre los pinos, los pastores cantaban». Y me da por cruzar al poeta con Jacques Brel que cantó la vida pastoril en Les bergers con idéntica sutileza: «Se ponen de nuevo en camino a la sombra de una flauta, los pastores…». Brel y García Baena en comunión pastoril y lírica, al menos por una vez.
Se pierde el temblor de toda una generación lírica. Los poetas pasan pero quedan sus versos. «Quiero morir de amor esta tarde en el campo». Místico y profano el poeta contempla el mundo, lo desea y lo observa: al pájaro cantor en la febril rama o a la muchacha desnuda entre vidrios. Entre tanta presunción García Baena escribía cuando las musas le requerían. No forzó su obra. No se entregó a las modas. No requirió de tweets para saberse.
«Muchacha ¿Qué llevas en los labios?» Esto se preguntaba, próximo a la treintena. Y más tarde dedicó un inmenso poema a las santas mujeres de obligada lectura para pregoneros ripiosos y ágrafos, tan abundantes. «Hemos llorado tanto que apenas si podemos recordar». El Nazareno con su cruz a cuestas y las mujeres solas en su duelo. Y García Baena convirtiendo en poema aquella secuencia de la Pasión y Muerte.
Impares. Fila 13. Butaca 3. Los cines de posguerra. La nostalgia del verso y del cinematógrafo, del western, de la rubia heroína. O el poema Viernes Santo donde la helada ginebra enfriaba el labio y cantaba Roberto Carlos, sí Roberto Carlos, viejo elepé girando en los brumosos tocadiscos de la memoria.
Amar, perder, soñar. Venecia en la pintura del verso decadente. Y Córdoba y las calles de cal, la Córdoba que anduve con Jon Andión en un Cosmopoética de mi memoria invitado por Joaquín Pérez Azaustre. Ahora me acuerdo de aquella noche y de la calle Ricardo Molina y del verso de Pablo García Baena acompañándome, presente en mi andadura. En Sandua aúlla el viento. Escribí en la palma de mi mano. También en Cádiz -pienso ahora- en este invierno frío que no todos los inviernos lo son.
Última soledad de los poetas de Cántico. ¿Quién va? ¿Bernier? ¿Mario López? Mientras voy preguntándome y tropezándome en las preguntas sin respuestas cantan los pájaros y releo a Pablo García Baena. Y me acuerdo de mi padre, como siempre hago cuando alguien próximo a su mundo atraviesa el umbral y entra en la muerte. Leo: «Flotaban en la fuente los últimos azahares…». Y en los campos elíseos me recreo para escuchar cómo ladra el mastín a los espectros.