The gambler o un cineasta llamado Karel Reisz

No ha tenido el cineasta Karel Reisz su coro de críticos aduladores, pese a la buena recepción de películas como La mujer del teniente francés. En la vida es preciso tener voceros, extiéndase a poetastros, pintores locales o artistas de cualquier ramo u oficio. Si tienes tu corte ensalzadora tendrás mucho ganado, aunque tu arte sea escasamente relevante. El otro día me crucé por casualidad con The gambler o El jugador, película dirigida por el británico Reisz a mediados de los años setenta. Y me pareció una obra mayor, a recuperar, teniendo en cuenta que no es una obra muy elogiada, que no aparece en ninguna antología del cine setentero, a pesar de reunir virtudes innegables.

Leonard Maltin la despachaba con indiferencia en su pertinaz guía fílmica, pero al menos Bertrand Tavernier y Jean Pierre Coursodon otorgaban a Reisz una mayor importancia de la que se le había dado en su estupenda 50 años de Cine Norteamericano que me gusta citar de vez en cuando.  En esa filmografía de Reisz, de no demasiados títulos, The gambler ocupa un lugar de excepción.

Obra desesperada donde resuena Dostoievski pero también citas literarias a Whitman o a Williams Carlos Williams. Ese poso literario engrandece la propuesta y acompaña la propia travesía del jugador compulsivo que interpreta James Caan, hombre que se destruye a sí mismo y que ama el vértigo, la incertidumbre, el riesgo. Ese elogio de la pérdida, del fracaso, de la vida dilapidada que pudiera contrastar con esa rutina de profesor dictando una lección a un grupo de alumnos.

James Caan es uno de los mejores actores de su generación. En cierta manera un actor desaprovechado, pese a puntuales papeles memorables. Recuérdese que estaba muy cercana en el tiempo su poderosa interpretación del febril Sonny Corleone en El Padrino. Y algo de la secuencia de la boda de El Padrino -que abre la obra maestra de Coppola- se respira en esa manera de filmar el homenaje al octogenario patriarca de la familia – de orígenes lituanos- y en especial en ese baile del personaje de James Caan con su madre.

La película de Reisz, con modélico guión del repudiado James Toback, es un prodigio de sensibilidad con esa música de Mahler que engarza perfectamente con ese viaje desolador a los bajos fondos del ser humano. No comprendemos nada de esa pasión enfermiza por el juego. A The gambler no le interesa mostrar el juego per se como sí había hecho El rey del juego de Norman Jewison. Lo que le interesa es la adicción autodestructiva del personaje de Caan. También resulta magnífico el personaje de Lauren Hutton, amante de Caan.

Como señalaban Tavernier y Coursodon en The gambler el mundo del juego aparece descrito como la reproducción salvaje del sistema económico norteamericano, la consecuencia inevitable de una civilización que sacrifica todo al culto del instante, del éxito. Un mensaje que no hace falta decir que sigue absolutamente vigente.