
Las películas que avanzan como trenes en la noche o el cine que es más armonioso que la vida. Llevo el cine de Truffaut como estandarte. No ceso de volver sobre sus películas, como si el libro que le dediqué no me bastara. Hace 30 años de su muerte y su cine está más vivo que nunca. El otro día volvía a ver la grandiosa y luminosa Jules y Jim recordando estas palabras de Jeanne Moreau: «El cine es magnífico ¿verdad? porque este tiempo detenido lo anula todo hasta la muerte». Alguien tan obsesionado con el tiempo fugitivo como Truffaut sabía que su cine le sobreviviría con sus trazos delicados de levedad y de melancolía. Veo a la niña Sabine como parte del paisaje vital, amoroso de Jules y Jim y pienso en mi propia hija que debe tener esa misma edad y ahora comprendo mejor otra parte de ese mundo desplegado por Truffaut, ejemplar adaptación del universo narrativo del escritor Henri Pierre Roché al que el cineasta rescató de la indiferencia de la crítica literaria.
Uno vuelve sobre Jules y Jim y constata que hay obras maestras que nos pertenecen. La película transcurre como una canción, como una melodía frágil de Georges Delerue. Posee esa musicalidad perenne de las grandes canciones leves como la propia «Le tourbillon» que canta Jeanne Moreau en una secuencia imborrable, majestuosa, definitoria per se del espíritu de la película. Amamos el cine y amamos Jules y Jim y pensamos en Truffaut subrayando febrilmente los pasajes de la novela, pensándola en imágenes. Y también pensamos en Jeanne Moreau, musa del cineasta, novia vestida de negro, que le llevó a un cine de la calle Caumartin donde se proyectaba Bergman en V.O y le puso en el camino del sorbo de champan y de Henry James que inspiraría la magistral La habitación verde.
Todo eso y mucho más es Truffaut. Lo dije en Málaga invitado por el Centro Andaluz de las Letras en una charla previa a la proyección del documental François Truffaut, una biographie, de Anne Andreu, un impagable documento en el que sólo eché en falta a Bernardette Laffont. Impresiona al comienzo de esta película el primer plano sostenido de Jean Pierre Léaud durante el entierro de Truffaut. Sus gafas oscuras, su mirada perdida, la orfandad sacudiendo el alma de Antoine Doinel.
En Jules y Jim se canta a la vida, al amor que no se somete a las convenciones, que esparce su verdad desmedida y el eco de su fugacidad. Citamos de memoria: «Sólo amamos completamente un momento pero para Catherine ese momento siempre volvía. La vida era unas vacaciones. Jules y Jim nunca habían experimentado tanta felicidad». Esa felicidad que al final queda inevitablemente desdibujada por la fatalidad del desenlace. Y vemos una y otra vez a Jules alejarse por el cementerio mientras Jim y Catherine son ya polvo, mas polvo enamorado.
Truffaut amaba los relatos vividos por eso amó la literatura de Henri Pierre Roché, por eso se entregó en cuerpo, alma y sangre a traducir al lenguaje del cine Las dos inglesas y el amor, otra obra maestra, diez años después de Jules y Jim. Rescato una crítica entusiasta de la película de Carlos Barbáchano en la revista Reseña de noviembre de 1973 donde terminaba afirmando: «Pocas veces ha sido un cineasta tan sincero, pocas veces podemos encontrar en el séptimo arte un artista tan coherente y fiel a sí mismo como François Truffaut, realizador en el que cada una de sus películas forma un eslabón más, perfectamente trabajado y engarzado, de una de las poéticas más importantes que el cine moderno pueda ofrecer». Una poética de sentimientos, de mujeres mágicas componiendo un himno vital y amoroso. Truffaut y Balzac, Truffaut y Doinel, Truffaut y la infancia, Truffaut y los libros, Truffaut y el cine que es más armonioso que la vida.
En una entrevista que le hacía José Santamarta en la revista Ozono (abril de 1979) Truffaut se definía como un cineasta pudoroso que filmaba historias de mujeres y niños. Su última película era La habitación verde sobre la que decía: «La habitación verde respira un aire jamesiano, pero creo que toca profundamente los sentimientos de cualquiera. Cuando se supera la barrera de los cuarenta años se descubre que se vive rodeado de desaparecidos. Cuando veo mis primeras películas me doy cuenta de que la mitad de los que tomaron parte han muerto. De aquí nace la pregunta: ¿Es tan normal, tan natural que el recuerdo de cuantos nos han dejado se resquebraje tan rápidamente? Como puedes ver yo me identifico bastante con el personaje del filme me niego a considerar muertas a las personas que he amado y admirado, vivo con ellos ( a veces escucho durante horas la voz de Jean Cocteau, su presencia me falta tanto como si hubiera desaparecido ayer). El alejamiento del tiempo no cuenta mucho para mí. Desconfío de todo lo que es actualidad, resisto las presiones del presente».
Pienso en estas palabras de Truffaut, pienso en esa obra estremecedora y testamentaria que es La habitación verde o La cámara verde si nos atenemos a una traducción más adecuada. Cuando habla de ese modo de Jean Cocteau pienso en su presencia en Cannes cuando se da a Truffaut la Palma de Oro por Los 400 golpes (1959) y pienso un año más tarde (1960) en Cocteau fotografiándose con mi padre en Cádiz en unos Cursos de Verano en los que fue invitado y agasajado. Mi padre escuchó aquella voz de Cocteau que Truffaut luego rescataba como forma de mantener vivo, latente, al amigo desaparecido.
Todos son historias cruzadas o relatos vividos: «Mi papel es tu piel y mi tinta mi sangre». Jules, Jim y Catherine y las cartas como venas abiertas en el crepúsculo, como memoria amorosa que se escribe y se sueña. En un hotel de Málaga cierro los ojos y con Jean Pierre Leáud paseo por un jardín neblinoso y converso con una estatua que representa a Balzac y abro los ojos y veo frente a mí una vela que se consume, una vela fotografiada por Nestor Almendros. Y vuelvo a cerrar los ojos y veo una foto de familia del rodaje de El pequeño salvaje donde aparece espléndida Catherine Deneuve, otra de las musas del cineasta parisino. Y vuelvo, en duermevela, a la tumba de Truffaut, como ya hiciera un gélido diciembre de 2005. Allí le dejo un par de poemas, enésimo elogio personal a su cine irrepetible que forma parte de lo que soy.
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