
Televisión Española le dedicó un ciclo en 1981 cuando la televisión pública atendía a la cultura del cine y emitía ciclos de películas en blanco y negro. En Argel Charles Boyer perdía la cabeza por ella, actriz vienesa a la que no filmó Ophuls, que conoció el estrellato y luego el ocaso, dos caras de una misma moneda. A principios de 1966 la actriz sumida en el olvido y en la cleptomanía volvió a ser noticia por la apropiación de varias mercancías en una gran tienda de Los Ángeles. Hubo apresamiento de la otrora estrella que fue puesta en libertad bajo fianza y luego exonerada. A finales de ese mismo año Hedy Lamarr lanzó su autobiografía -posiblemente apócrifa- que se tituló El éxtasis y yo en alusión a una de sus películas más celebradas con la que cualquier estudioso del cine debiera comenzar una apasionante tesis sobre la historia del desnudo en el cine, de la poética que pudiera entrañar la pérdida de pudor en la gran pantalla. Todo esto lo contó el gran critico uruguayo Homero Alsina Thevenet en su libro recopilatorio Crónicas del cine (Ediciones de la Flor, 1973) que releo con pasión esta mañana dominical.La autobiografia de Lamarr no escamoteaba detalles sobre su vida sexual, incluido un romance con Jean Pierre Aumont, presencia memorable en La noche americana de Truffaut. También apunta Lammar entre sus escarceos alguna curiosa aventura lésbica, fruto de su promiscuidad. Habla también de los entresijos del cine, de su experiencia vital en aquel mundo febril de iconos y pompas de jabón, de escenarios de cartón piedra y vidas excesivas.
La actriz austriaca tuvo seis maridos: un industrial, un escritor, un actor, un hostelero, un millonario y hasta un abogado. En 1932 rodó Éxtasis a las órdenes de Gustav Machaty, un filme cuidado, esmerado, de excelente fotografía y naturaleza simbólica. Hedy Lamarr no volvió a bañarse dos veces en el mismo río de plenitud cinematográfica. Su desnudo en esa cinta sigue siendo mítico. A Éxtasis la persiguió la censura de los puritanos, de los moralistas, como piedra roseta del cine erótico. Su primer marido -de los seis que tuvo- fue el magnate Fritz Mandl quien quiso comprar todas las copias de la película al sentirse escandalizado por la presencia erótica de su mujer en la pantalla.
Se apellidó para la posteridad del cine Lamarr -en Éxtasis aún no lo era- y con ese apellido se rendía homenaje a Barbara La Marr, estrella del cine mudo y nostalgia de Louis B. Mayer, Presidente de la Metro. En un lustro de celuloide -entre 1939 y 1944- Hedy Lammar tuvo papeles relevantes al lado de Clark Gable, Spencer Tracy, James Stewart o Robert Taylor. Sobre ella siempre planeaba la sombra de aquella incendiaria heroína que se bañaba en el río en Éxtasis donde se reveló carnal y sugerente para regocijo de los proyeccionistas y de los espectadores.
La señora Lamarr fue también exótica Dalida para Cecil B. de Mille. Aquello aconteció a finales de los años cuarenta. La actriz compartía protagonismo con Victor Mature en el papel de Samson. Luego vendría la decadencia irreversible, las habladurías sobre su estado de salud, sobre su situación personal. Nada que no contara Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses, magistral retrato de una star en el ocaso. Eso terminó siendo Hedy Lamar, tan bellísima como limitada actriz, presencia luminosa en aquella memorable Éxtasis.
* Las imágenes que acompañan estas líneas son capturas de la película que nos remite Fernando Fernández.
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