Memorias de Perico Vidal

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Me bebí de un trago las páginas de Big Time, la gran vida de Perico Vidal, un libro que lleva la firma de Marcos Ordóñez. Su lectura me hizo más llevadero uno de esos febriles procesos gripales que nos trae el riguroso invierno. Perico Vidal fue uno de esos hombres de cine que trabajaron a la sombra de grandes cineastas como ayudante de dirección de muchas películas. Su oficio y su forma de ser y de actuar le permitirían ganarse la confianza de algunos grandes personajes del mundo del espectáculo.

El libro comienza en clave de jazz con recuerdos de la Barcelona de los años 50, de alguna jam memorable en la que podían juntarse Tete Montoliu y Lionel Hampton. El jazz se mezcla en el relato con el flamenco y por ahí asoma la corpulenta figura del gran Manolo Caracol y de la expresiva Carmen Amaya iluminando el tablao de La Macarena de la calle Escudellers. La música parecía cobijarse en el vértigo de las horas sonoras, de  la improvisación festera, como si no quemara la posguerra ni el hambre.

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Hay mucha remembranza nocturna, mucho humo de tabaco y de conversación en este libro de Marcos Ordóñez donde Perico Vidal relata, por ejemplo, su experiencia con Orson Welles en Mr. Arkadin. Y luego seguimos a nuestro personaje hasta el rodaje de Orgullo y pasión donde compartió complicidades con Frank Sinatra y Stanley Kramer. A Sinatra supo ganárselo, contando a partir de ese instante con su amistad y favor personal.  En un momento del libro le define con una frase bastante definitoria: «Lo que más le gustaba era follar y la noche». El gran Perico Vidal llega a formar parte del séquito de Sinatra en un viaje a Las Vegas. El escenario era el único sitio en el que Sinatra liberaba todas las tensiones que acumulaba diariamente. Siempre se exigía lo máximo como cantante y como actor. Bebía mucho y fumaba mucho pero en el escenario su voz se mantenía inmaculada, al margen de tempestades y excesos. La calma que Sinatra irradiaba en sus recitales contrastaba con su personalidad fuera de la escena.

Por Welles Perico Vidal conoció a Ava Gardner y por Sinatra a Marilyn Monroe. Apenas treinta segundos que bastaron para comprender la magnitud y el magnetismo de aquella mujer rubia que iba camino de convertirse en leyenda. Son momentos de una vida, estampas fulgurantes como las que conducían alguna que otra noche al Birdland, el templo del jazz en Nueva York o a El duende, el tablao madrileño, donde Perico Vidal recuerda la presencia cautivadora de Lana Turner. Por su ático de Madrid pasaron también muchas caras conocidas, algunas de ellas pernoctaron allí en más de una ocasión en veladas de farra y alcohol.

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La parte dedicada en el libro a David Lean es ciertamente hermosa porque nos habla de la amistad tan profunda que tuvo con Perico Vidal quien lo recuerda como un maestro y como un hermano mayor. Dos rodajes tan señalados como los de Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago le dejaron indudable huella y conforman dos episodios centrales en el relato- crónica de Marcos Ordóñez. De Lean recuerda Perico el silencio de sus rodajes. Cuando el cineasta de la épica y la lírica gritaba acción el set parecía el sepulcro de Romeo y Julieta. Perico Vidal realiza incluso alguna certera apreciación sobre el David Lean cineasta como cuando rememora el comienzo de Breve encuentro con la grúa aproximándose a la estación y fijando una metáfora en esos dos trenes que circulan en direcciones opuestas.

Después de Doctor Zhivago llegaría La hija de Ryan, un filme complejo por muchas razones y que supondría un fracaso sonado en la carrera de David Lean que a partir de ahí iniciaría un duro peregrinaje en el desierto. Perico Vidal rescata algunos destellos de su amistad con Robert Mitchum, tan especial como la que tuvo con Omar Sharif durante el rodaje de Lawrence de Arabia: «Había en Mitchum un misterio que nunca llegabas a atrapar. Cuando creías que le tenías se escapaba por el lado contrario, como un gato. A primera vista sorprendía ver en él a un hombre de orden, creyente, metodista, que llevaba muchísimos años casado con la misma mujer. Y por otro lado estaban el alcohol, la droga, los amoríos. Lo incontrolable». Mitchum fumaba coyote, una variedad de tabaco colombiano que parecía chocolate. Esa imagen de Mitchum fumando ese tabaco con una cachimba es uno de esos fotogramas memorables que Perico Vidal fija en la intensa película de su vida, convertida en escritura por Marcos Ordóñez.

El amor incontrolable le llegó a Perico cuando apareció en su vida Susan Diederich. De esa relación nacerá una niña llamada Alana que es la que toma la palabra en la recta final del libro. Su forma de abordar la relación con su padre, de comprenderlo,  sirve de fascinante coda a un relato en primera persona que no rehuye algunos aspectos menos luminosos de un personaje excesivo, al que casi destruye el alcohol, pero cuya vida fue de esas vidas que merecían un libro que retuviera en letra impresa algunos de esos instantes. A partir de este momento todas las películas en las que el protagonista de Big time intervino deberían ser contempladas de otro modo, como si detrás de cada plano, de cada secuencia, de cada toma, nos estuviera hablando el mismísimo Perico Vidal. Ese es un mérito que le debemos a Marcos Ordóñez.