Las personas del verbo (recuerdo de Jaime Gil de Biedma)
¿Dónde fue que leímos por primera vez Las personas del verbo? Quizá con un paisaje de fondo de hojas otoñales, quizá cantaba el gorrión y la noche lentamente depositaba en nosotros un cierto halo de nostalgia futura. ¿Dónde fue el lugar que recitamos aquel mítico «No volveré a ser joven» cuando aún éramos jóvenes e inmortales pero ya sabíamos entender la lección de aquellos versos memorables?
«Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ -como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante». Uno leía a Jaime Gil de Biedma y observaba la fugitiva luz de la noche estrellada posándose en el pecho juvenil. Éramos poetas en ciernes, poetas que leíamos Las personas del verbo descubriendo un torrente desaforado: «Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma/ envejecer, morir/ es el único argumento de la obra». Bastaría ese poema para encumbrar al poeta breve, que no quiso prodigarse en abundantes poemas de relleno. Todo su mundo pudiera caber en Las personas del verbo. ¿Dónde fue la primera vez que al leerlo sentimos el destello inagotable, mágico de la poesía estallante?
Ya hace veinticinco años que el poeta emprendió viaje. Vuelvan la vista al lacerante «Contra Jaime Gil de Biedma» y aquel «Si no fueses tan puta…». Qué difícil medirse en los inviernos o mirarse en el espejo y no juzgarse. Qué difícil pasar de largo ante los versos como relámpagos de Jaime Gil de Biedma. Y leo por ahí que alguien le llama «poeta sobrevalorado». Y esos mismos venderían a su madre por algunos de los versos que pintara el «sobrevalorado poeta» que se hizo canto en la voz de Loquillo o en la de Miguel Poveda o en la de Silvia Comes y Lidia Pujol (excelente, por ejemplo, la recreación de ambas del poema «Peeping Tom»).
El poeta de aquellas noches de la gauche divine que sabía que después de los excesos vendría el durísimo despertar mañanero, la terrible jaqueca, el poema a medio hacer cuyo primer verso se esbozara en un bar sórdido cercano a las Ramblas. Colita le fotografió tumbado en la piscina de la casa de Llofriu de Oriol Regàs con la compañía de unos cachorros. Esa foto nos conduce también a las largas noches de conspiración y diversión de Bocaccio donde podía encontrarse en amena conversación al cineasta Jacinto Esteva y al rumbero Peret o a la modelo danesa Susan Holmquist a la que Serrat dedicara la espléndida y desengañada «Conillet de vellut». La cultura se daba cita en aquel espacio lúdico y festivo en donde un 11 de mayo de 1971 Gil de Biedma, Carlos Barral, Antonio de Senillosa, José Agustín Goytisolo y Josep Maria Castellet celebraron felices su 50 cumpleaños.
¿Y qué hay de «Pandémica y celeste?» ¿Dónde fue que leímos este poema por vez primera? ¿En la playa frente al mar? ¿O con el crudo invierno una de esas tardes de desolada lección no aprendida después de agotado el tema de la vida? Ay de los cuerpos amados, ay de la canción que duele y quema, ay del poema que es espuma y raíz. «Pandémica y celeste» bien pudiera ser la cumbre del poeta, el eco del amante que se encomienda a Catulo: «Para saber de amor, para aprenderle/ haber estado solo es necesario…».
La mejor poesía es el verbo hecho tango. Cuanta lección encerrada en esa apreciación que bucea en los gramófonos del tiempo, en las canciones inmortales con mucha poesía vivida y resistente. Puede que las rosas de papel no sean verdad y que el verso sea un pretexto para ocultar el fondo de las cosas. Pero en Gil de Biedma el poema no engaña sino que sacude, vierte su legado memorable al lector que espera el milagro de un verso que pudiera cantarse, llevarse en los labios como un estandarte.
De todas las historias la de España es la más triste. Lo dijo Gil de Biedma que fue hijo de la guerra incivil y de los trenes retrasados de la posguerra, hijo también del amor prohibido, del sonambulismo de los vencidos, de la copa que se sorbe lentamente, como queriendo atrapar el tiempo que se acaba, la vuelta a casa, la soledad de un dormitorio de sábanas deshechas y cajones repletos de recuerdos.