El monopatín rojo y gualda

Cansan los exacerbados patriotismos, las tergiversaciones, las campañas mediáticas. Las patrias, las banderas excluyentes y los golpes de pecho nacionalistas. Los ostenten Rajoy o Pep Guardiola o Marhuenda y su troupe que para el caso es lo mismo. Patrias y banderas. Y héroes inesperados, gestos sublimes que en manos de la prensa sensacionalista terminan conduciendo a un territorio pantanoso.

Vivimos en la sociedad del apresuramiento y también en la manipulación constante, en las verdades a medias, en el falseamiento o enmascaramiento de lo real. En los tiempos que corren la moderación debiera ser virtud y también el escepticismo como respuesta ante los demasiado taxativos, ante la desmesura y apasionamiento de columnistas, periodistas y generadores de opinión a los que se les ve el plumero.

Cansan también los dialécticos campos de batalla de ponzoña ideológica y partidismos. Y en ese guirigay salen a relucir las patrias, cada uno con la suya, equipo de fútbol incluido. Hasta el héroe Ignacio Echeverria nos lo han convertido en mártir de una causa, de un sentimiento, de unos valores patrióticos. Una cosa es elogiar su actitud, su valentía y otra cosa convertirlo en una especie de Blas de Lezo o de Don Pelayo en ridículo símil histórico. Pero Echeverria se ha convertido en héroe de una España muy concreta que lo asimila a su ideario, anglofobia incluida. Y este es el problema, que un supuesto gesto de valentía esconde su tajada ideológica de los medios al uso. Léase a Isabel San Sebastián y su loa a Echeverria. Tan justa como dudosa porque ella ensalza unos valores que ella muchas veces no expone en sus artículos y exposiciones tan llenos de ponzoña e inquina.

Cansan pues los patriotismos. Como cansa el divino Pep diciendo que si España es un estado autoritario pero mirando al otro lado si de Qatar se trata. Y cansan los otros, los de la roja y gualda tan nacionales ellos, tan católicos ellos, tan de recto proceder ellos. Derechas, izquierdas, católicos, anticatólicos, los dioses de nuestro lado, los dioses en nuestra contra y que difícil alejarse del ruido mediático, de la confrontación, del Facebook donde todo el mundo tiene ese opinión aligerada, asilvestrada, escasamente meditada.

Yo quería cantarle a Echeverria, héroe del patín, pero vi apropiación indebida del personaje por parte de cierta España. Y la no apropiación de la otra España que calla y no otorga. Y vi patrias encendidas, populistas y derechistas y forofismos y hasta desafortunadas comparaciones con Rafa Nadal, héroe de Roland Garros. Cuánto infantilismo. Y la heroicidad cambiando de guión y nosotros ilusos creyendo todo lo que se nos cuenta, las versiones de un mismo hecho a la manera de la fordiana El hombre que mató a Liberty Valance. 

Claro que me quedo con la hermosa entrega de Echeverria, con su valentía. Pero se nos va un poco la cabeza convirtiendo a Echeverria en mucho más de lo que probablemente fue, construyendo una biografía a la medida del impoluto héroe nacional y católico.  Y nos olvidamos de otros muchos héroes cotidianos y de la utilización que la prensa sensacionalista hace de los héroes que pueden convertirse en villanos de la noche a la mañana. Que así somos de crueles, de cambiantes, de pasionales. Subimos y bajamos a los altares en cuestión de segundos.

Cansancio de patrias y de banderas, de puros e impuros, de solidarios e insolidarios.  La España pro Amancio Ortega y la España anti Amancio Ortega, tan previsible una como otra. Y una y otra alejada de que realmente importa: del enfermo, del convaleciente, del que sueña con un rayo de luz que sane todas sus heridas.  Y yo que  venía  para cantarle a Echeverria sin tener el gusto de conocerle, de glosar su hermoso gesto de jugarse la vida pero me salió otra cosa y he de pedir disculpas. Pero no pude evitarlo. Y pensé que todo es relativo, absolutamente relativo. Menos la muerte que se lo lleva todo por delante: egos, divagaciones, golpes de pecho, himnos patrióticos etc.  La muerte y la sinrazón de los fanatismos que se lleva por delante tanta vida inocente. Matar en nombre de un dios. La ceguera de la fe.

Sin patrias y sin dioses quizá no nos odiaríamos tanto. Y el mundo sería probablemente más habitable y solidario. Quizá. Que la duda es razonable y necesaria en estos tiempos donde todos los extremistas – de uno y otro signo- lo tienen tan claro. Benditos ellos y su claridad ruidosa. Yo, como cantaba Aute, prefiero amar, entre la fe y la felonía, entre la jaula y la jauría, entre morir y matar prefiero amar.