Vestida de nit
Luna llena menguante besando el mar de Cádiz. Y Silvia Pérez Cruz cantando. La eternidad en su voz, en la canción que toca el infinito. La noche afuera y Silvia Pérez Cruz dentro del Teatro Falla y muy dentro de cada uno de nosotros. Su figura musical sigue agigantándose con esa voz privilegiada que es capaz de asumir los más variados registros. Mechita por la calle Benjumeda moviendo las caderas. Viento que va, viento que viene. Boca que vuela y dibuja la melodía en los cuadernos del tiempo.
Quinteto de cuerda, sinfónica Silvia, misteriosa y fascinante a un tiempo. Se canta y se vive, se canta y se sueña. Extraña forma de vida, equipaje de canciones, habaneras del recuerdo, del primer amor y del último. Su padre y su madre, la luz y la estrella de Calella de Palafruguell, vestida de nit, alzando las manos como quien alza un poema. En Cádiz muy cerca de la huella de los marineros, de la guitarra y el duende, del son y la piedra ostionera. Y Javier Galiana como parte importante de su historia, de su construcción musical.
Vals peruano, eco de viola, travesía de sonidos inmortales. Y Silvia Pérez Cruz cantando. Primaveras en su voz. Pájaros en su garganta cuando canta «Ai, ai, ai» o «Hallelujah» por Cohen y hay quien se postraría de rodillas cuando Silvia es más espíritu que carne y toca el alma con esa forma de cantar que viene de lo más profundo, de los adentros, de los primitivos ecos.
Silvia lírica que también se moja y se rebela para decir que «No hay tanto pan» y uno se acuerda del filósofo Ramón Andrés diciendo en su ensayo Pensar y no caer que el pan es más necesidad que filosofía. Banqueros y trileros, incivil mundo de guerras silenciosas en las que siempre pierden los mismos pero el mundo es menos hostil si Silvia Pérez Cruz posa su canto insubordinado, que sólo le pertenece a ella, dueña de una personalidad indudable. Y las cuerdas al unísono y esa delicadeza de «Corrandes d’ exili», poema de Pere Quart, música de Lluis Llach al que los maldicientes descalifican ahora con ligereza.
Gallo rojo, gallo negro, insurrecto latido, Chico Sánchez Ferlosio en el corazón de los presentes. Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. Guiño a Javier Ruibal y Silvia olvidándose de citar a Lorca cuyo «Romance sonámbulo» está muy presente también en la muy intensa «Verde», otro guiño a Domus. Verde bonanza. Verde esperanza. Cantar y no callar. Y Cádiz en la palma de la mano y de la voz.
El río de Heráclito citado por Silvia que me hace recordar el «Soneto con estrambote del muchacho ahogado» del poeta Juan Cervera casi tan mexicano como el violinista Carlos Montfort. ¿Nos bañaremos acaso dos veces en la misma canción? Lo pensamos al escuchar «Noche en el río» con Galiana al piano.
Viento que va, viento que viene. Fluye el tiempo en el cauce del agua. Petirrojos y quimeras. Silvia luminosa capaz de conjugar a Miguel Hernández y su llanto-elegía por Ramón Sijé con Los del Río y la Macarena en un medley memorable y arriesgado. Pero quien no arriesga no gana que dijo el otro. Lo bailable, lo pop, lo flamenco, lo indie, lo latino. Todas las Silvias posibles que son muchas hasta desembocar en la copla y cantar a capella: «Dame limosna de amores, Dolores, dámela por caridad…». Lola Flores en el pensamiento antes de echarse el telón y salir a la noche con la voz de Silvia Pérez Cruz muy dentro de cada uno de nosotros.
Las fotos que acompañan este texto son de Fernando Fernández, fotógrafo gaditano.