Cataluña libre
«Oh, patria y patria/ y patria, en pie/ de vida, en pie/ sobre la mutilada/ blancura de la nieve/ ¿quién tiene la verdad?» (José Ángel Valente)
Las fotos de la muchedumbre patriótica por la avenida Meridiana de Barcelona han sido suficientemente elocuentes. El discurso independentista ha terminado convenciendo hasta a los escépticos y una Cataluña al margen de España parece cobrar forma. Y yo lo lamento porque creo que una Cataluña al margen de España empobrece a Cataluña y empobrece a España. Uno se ha sentido siempre un poco catalán, gracias a mi padre que en su biblioteca no excluía a los poetas catalanes en antologías bilingües que circulaban con relativa normalidad por la España de finales de los años sesenta. Esto me hizo aproximarme desde muy pronto a la realidad catalana, la que cantaban esos mismos poetas catalanes.
Por eso mismo desde que tengo uso de razón he hecho míos los versos de aquellos poetas y los discos de cantautores catalanes nacidos en el seno de la Nova Cançó y en cierto modo he abrazado la cultura catalana, sintiéndome como en casa cada vez que he presentado un libro en Barcelona. Y han sido varios: Serrat, canción a canción, Jacques Brel, una canción desesperada, Serrat, cantares y huellas o Joan Isaac, bandera negra al cor. Y hace unos meses David Escamilla me hizo el regalo de ejercer de presentador de su novela Palabras de amor. En cada visita a Barcelona he fortalecido mis lazos con una tierra y una cultura absolutamente admirables de las que me he erigido en defensor en ambientes poco propicios para ello.
A Cataluña, a la cultura e identidad catalana se la ha menospreciado muchas veces desde el resto del Estado español. Quizá, en parte, a ese menosprecio ha contribuido el PP y Rajoy que han terminado alentando y alimentando el discurso de alguien tan dudoso políticamente como Artur Mas que ha enardecido a las masas priorizando la rauxa sobre el seny, el sentimiento sobre el sentido común. Caló el artero España nos roba y en el camarote independentista se dieron la mano gentes de cien mil raleas, como si la huida hacia adelante fuera lo único importante. Y lo importante sería recobrar el diálogo, como sensatamente ha dicho Duran i Lleida en una entrevista reciente ( Entrevista Duran i Lleida).
Tengo amigos independentistas a los que comprendo y respeto. Apelan a un sentimiento que viene de lejos y apelan también al derecho a decidir. También conozco a muy buenos catalanes que no son independentistas y a los que se les margina como si fueran menos catalanes que los otros. ¿Fue más catalán Baltasar Porcel que Juan Marsé? Me permito dudarlo. Desde luego la Barcelona que inmortaliza Marsé es la Barcelona de alguien que se apropia de un espacio sentimental sin necesidad de exhibir para ello un discurso nacionalista. Además el discurso secesionista pierde pie cuando se mezclan las cosas y España asoma como una entidad represiva y no se reconoce que Cataluña ha gozado en democracia de una libertad ilimitada para construir una identidad que el franquismo –una, grande y libre– trató de pisotear. Hablo -no se olvide- desde una Andalucía que ha sido marginada y repudiada muchas veces.
La ignorancia suele ser atrevida y al final los nacionalismos se terminan pareciendo y aproximándose a aquella frase célebre de Samuel Johnson de que la patria es el último refugio de los canallas, frase que el señor Stanley Kubrick utilizó para su aleccionadora Senderos de gloria. Cuando todo se empozoña, cuando las banderas se enarbolan ciegamente siempre pienso que mi verdadera patria es la infancia o la mujer amada o el poeta que leo en lo profundo de la noche. Soy más de personas que de patrias o ideologías extremas que al final dividen y enfrentan. No dudo que la apelación al terruño sea lícita, pero no va conmigo y lo digo desde una ciudad que fue cantón y que también tiende a un chauvinismo ciertamente paupérrimo, resumido en ese «adagio» tan sutil que reza: Esto es Cádiz y aquí hay que mamar…
Decía Serrat que su madre Ángeles le había dado la mejor definición de patria que había escuchado: «La patria está donde comen mis hijos». Ahora Serrat se muestra tibio a la hora de pronunciarse en la cuestión independentista y su tibieza resulta algo chocante en quien mejor ha logrado integrar la cultura catalana y la cultura castellana, haciendo dialogar a Joan Salvat Papasseit con Antonio Machado. El Serrat charnego, hermosamente bilingüe, fue pisoteado por los intolerantes de un lado y de otro. Los puristas catalanistas le despreciaban -y aún le desprecian- por cantar en castellano y los puristas españolistas le silbaban como borregos cuando cantaba en catalán, espetando aquel furibundo canta en cristiano que tuvo que escuchar en más de una ocasión.
Consigan o no sus objetivos me seguiré sintiendo parte de una Cataluña plural y no excluyente, parte de Espriu, de Lluis Llach, de Maria del Mar Bonet, de Joan Isaac pero también parte de Manuel Vázquez Montalbán, de Enrique Vila Matas y de Joan Manuel Serrat. Todas las Cataluñas que forman parte de la piel de quien se siente poco amante de himnos y de banderas vociferantes. Y de quien también cree que hay una España fiera e inculta, zaragatera y triste que también ha contribuido a que crezca el sentimiento independentista en Cataluña al no respetar una cultura que hasta el hoy vapuleado y zarandeado José María Pemán supo apreciar y valorar. El mismo Pemán, sin ir más lejos, que rindiera pleitesía a Ramon Llul.
Una visión ecuánime, ponderada, razonable desde la proximidad sentimental y cultural con Catalunya. La misma que sentimos los mallorquines por proximidad geográfica y lengua propia común. Y que discrepamos plenamente ahorade los turbios intereses partidistas de Mas y nos sentimos estafados por Pujol y su camarilla, creyendo que era sólo el constructor de un país y una administración modernos.
Celebro coincidir Maties. Gracias por dejar tu comentario. Un abrazo.
Igualmente yo me seguiré sintiendo parte de una Cataluña plural y no excluyente. Yo también he sentido durante toda mi vida algo que me unía y atraía hacia ella. En mi infancia disfrutaba los domingos en los que veía feliz a mi padre porque su equipo favorito , el Barça , ganaba. El amor platónico apareció en mi adolescencia por alguien del que jamás supe su nombre. Sólo , y acaso sería la casualidad, supe que era catalán y para mí eso bastaba.
Al mismo tiempo mi gran admiración por Joan Manuel Serrat, que ha ido creciendo y cumpliendo años conmigo.
Y para colmo, ya más tarde, en esta época de mi vida tengo un lazo de amor infinito con esa tierra, que son mis nietos nacidos en Cataluña, catalanes. Unos niños a los que su madre, mi hija, les hace abrazar , disfrutar y participar de la cultura y costumbres catalanas. Y unos niños a los que sus abuelos de Jerez/Cádiz les hacen abrazar, disfrutar y participar de la cultura de esta otra tierra en la medida de lo posible.
Yo también desearía para ellos que fueran más de personas que de patrias, banderas o ideologías extremas.