Palabras para Catherine
Suena Vacances, esa maravilla de Georges Delerue para Jules y Jim, quintaesencia del cine de François Truffaut. Al morir Jeanne Moreau me acordé de Catherine montando en bicicleta, la luz con el tiempo dentro, tourbillon de la vie. Cada cual llora sus muertos como quiere y para mí Jeanne Moreau es la conmoción del arte cinematográfico, es Truffaut filmando como si no hubiera un mañana, como si fuera la última película de su vida.
Las películas avanzan como trenes en la noche. Jules y Jim contiene más cine y poesía que todas esas series encumbradas del ahora. No es nostalgia. Es el cine como metáfora del tiempo y de la vida. Es Truffaut convirtiendo en leyenda a Jeanne Moreau. Es Truffaut mirándose en Henri Pierre Roché, subrayando un párrafo iluminador, soñándolo en imágenes. Se murieron Truffaut, Oskar Werner, Marie Dubois y Delerue. Y se ha muerto Jeanne Moreau y aquellos paseos en bicicleta y aquella guerra y aquella espera en un café y aquella canción tan mágica como las mujeres filmadas por el cineasta parisino.
Uno permanece en las películas amadas. Cada cual llora a sus muertos como quiere y los elige. La Catherine de Jules y Jim me pertenece. La hice mía en la adolescencia cinéfila donde se fundan tantas cosas. Por eso al leer que había muerto Jeanne Moreau no pude disimilar mi congoja. Y pensé en la Nouvelle Vague y en Jeanne Moreau cuando tuvo que llorar la muerte de Truffaut y recordó aquella luz de Jules y Jim y aquella canción, tourbillon de la vie. Y me acordé de la novia vestida de negro y de su cameo en Los 400 golpes y en el cine que proyectaron pero no pudieron hacer juntos. Pensé solo en Truffaut y en Jeanne Moreau, aún a sabiendas que hay un cine de Jeanne Moreau más allá de Truffaut. Pero ninguna película resume mejor el espíritu de ambos, la luz de ambos, como Jules y Jim, aquel prodigio compartido.
Es preciso morir en uno mismo, para renacer en los demás y finalmente en uno mismo. Lo decía Jeanne Moreau en su prólogo al libro que Dominique Fanne dedicara a Truffaut. Jeanne Moreau renace ahora en cada uno de nosotros, en aquellos que aún sienten que una determinada manera de entender el cine no ha muerto.
A Truffaut se le reveló Jeanne Moreau como musa infinita cuando la sintió como aparición en Un ascensor para el cadalso de Louis Malle. Y lo escribió en las páginas de Cahiers. Luego cabe imaginar ese momento en el que Truffaut le da a leer a Jeanne Moreau Jules y Jim y el entusiasmo de la actriz ante aquel texto superlativo. En ese instante se fragua la leyenda. Y Truffaut se dispone a filmar a Jeanne Moreau como si se tratase de un poema en imágenes, como esculpiéndola con la cámara. Resplandeciente, única, eterna.
Sigue sonando en bucle Vacances en esta noche de cálido agosto. Y pienso que Jeanne Moreau no ha muerto. Porque actrices como ella nunca mueren.