El Nazareno por Jabonería
Al Nazareno de Cádiz, regidor perpetuo de la ciudad de los tres mil años y un día, le cantó hasta Fernando Quiñones en enorme poema, que poco o nada tiene que ver con cierta poesía que habita en los pregones de Semana Santa. Lo de Quiñones fue atrapar la esencia desde la moderada disidencia de quien no era ni cofrade ni capillita pero amaba el territorio mágico, de infancia recuperada, que entraña la Semana Santa. Esas visiones son las que al final enriquecen la Semana Santa, la alejan de tópicos y de lugares comunes, multiplicando sus voces y sus ecos.
Hoy Jueves Santo el Nazareno volverá a bajar la cuesta de Jabonería del Barrio de Santa María como tantísimas veces. Con su melena al viento será el Cristo de todos, de payos y de gitanos, de creyentes y de ateos gracias a Dios, de saeteros que como arqueros -cito a Federico García Lorca- dispararán su flecha hacia el cielo infinito de la madrugada. A otro Nazareno itinerante cantó Miguel Hernández, aún bajo el amparo de Ramon Sijé, antes de emprender definitivo vuelo como poeta grandísimo y resonante.
Como cada Jueves Santo yo me acordaré de mi padre, de la mano de mi padre apretando dulcemente la mía y de esa esquina de la empinada cuesta en la que, por gentileza de la familia de José Manuel Romo, siempre esperábamos que el Nazareno llegara como un rayo, con su cruz a cuestas y su túnica acariciada por el relente de noche, con su pedazo de leyenda, con esa historia comprimida, mil veces narrada y mil veces contada.
Quienes desprecian la Semana Santa hablan de trozos de madera a los que se rinde culto de forma desmesurada. Quien ha sido niño y de niño ha vivido este fragmento de vida y muerte representada sabe que hay algo más, que la Semana Santa entraña algo más. Y que el Nazareno bajando por Jabonería es estética y lírica de un tiempo que no se ha ido, que vuelve a los labios cada milagro de la primavera. Y no hablo ahora de creencias, de ortodoxas maneras que no comparto, de truenos vestidos de nazarenos. Más bien hablo de otra serie de emociones y de sentimientos que me pertenecen y que me conforman. Y ahí asoma el Nazareno, imperturbable al paso de los siglos, memoria de Cádiz de todas las primaveras.
En apenas unas horas el Nazareno navegará como un barco de luz por Santa María y volveré a ser niño conmovido y como Cernuda en el poema «Luna llena en Semana Santa» trataré de reencontrar mi niñez perdida en la niebla poderosa del tiempo fugitivo. En cierto modo el hombre es un eterno desterrado de una patria llamada infancia. Y el Nazareno por Jabonería es estampa de esa niñez perdida que retorna cual río caudaloso a la memoria de cada Semana Santa.