La aventura de Monica y Michelangelo

¿Por qué ya no tenemos películas como La aventura? Porque ya no nos hacemos las mismas preguntas. Hemos reemplazado el propósito en la vida por la elección de un estilo de vivir.
Roger Ebert. Las grandes películas.
Si tuviera que escoger una película que defina la presencia de Monica Vitti en la historia del cine esa sería sin lugar a duda La aventura de Michelangelo Antonioni, el cineasta que mejor la filmó, sublimando su rostro, como si lo pintase en el lienzo de la pantalla del cine. La aventura es una obra clave para comprender el cine moderno. Monica Vitti es imagen de esa modernidad. Todavía, en nuestros días, su imagen trasmite esa verdad y esa modernidad, sin fingimientos ni rebuscamientos. Ella encarna esa imposibilidad de amar sin sentir el filo de la traición, porque los sentimientos y las personas son volubles. Antonioni fija una mirada a un entorno burgués, algo que se le cuestionó absurdamente, como si esa mirada al vacío existencial de sus personajes no fuera real.
La soledad y los sentimientos son diseccionados por Antonioni en una tetralogía formada por La aventura, La noche, El eclipse y Desierto rojo. En todas ellas figura Monica Vitti como presencia irremplazable de Antonioni. La aventura se estrena en 1960, año clave en el cine italiano, porque también es el año de La dolce vita de Fellini y de Rocco y sus hermanos de Visconti. Alrededor de La aventura, de la mirada rompedora de Antonioni, sobrevuela el impulso creativo de la Nouvelle Vague en Francia, lo que van a suponer Truffaut, Godard o Rohmer, y a su vez la modernidad intrínseca del cine de Hitchcock que alcanza a finales de los cincuenta una maestría difícil de igualar en películas como Vértigo o Psicosis, esta rodada también en 1960. Doménec Font, en su ensayo canónico sobre Antonioni, publicado en la colección cineastas de Cátedra en 2003, ya mostró estos vínculos que luego vuelve a subrayar Carlos Losilla en su texto sobre la película en el dossier que la revista Dirigido dedica a 50 obras maestras del cine europeo (nº 340, diciembre de 2004).
La aventura padeció abucheos en Cannes de un público incapaz de comprender la revolución de Antonioni en su manera de ahondar en la realidad interior de sus personajes, en su psicología, mientras deambulan de un lugar a otro, abocados a sus crisis existenciales. El cineasta de Ferrara sabe que en el fondo todos estamos solos y relata esa pugna por encontrar respuestas en el amor o en el escarceo erótico, como le sucede a Sandro (Gabriele Ferzetti) cuando le es infiel a Claudia (Monica Vitti) con una prostituta cuando la película toca a su fin y Antonioni ya prepara ese plano final en el que Claudia y Sandro serán filmados de espaldas, contemplando el Etna desde la distancia. Ella pondrá su mano en su espalda y acariciará su pelo. Antonioni filma el desamor en toda la extensión de la palabra. También la incomunicación y la dificultad de exponer los sentimientos de manera sincera. El final nos deja con la sensación de perdón, pero también de desazón porque no puede haber amor entre dos seres que nunca acabaron de encontrarse el uno en el otro.
La película había empezado como una intriga y con una protagonista que no era tal, Anna (Lea Massari), íntima amiga de Claudia. He aquí la conexión con Psicosis de Hitchcock en la que la heroína Marion (Janet Leigh) desaparece en la primera parte de la película. Hitchcock juega con el espectador y con la intriga. Le escamotea a la protagonista. Antonioni, en otro registro, también se deshace de Anna y le cede el testigo a Claudia, cuyo cabello rubio pudiera conectar con las rubias de Hitchcock. Pero Antonioni no busca el suspense, sino que enuncia el tedio, lo abraza, a través de la figura lánguida, melancólica, dubitativa de Monica Vitti, a la que vemos tomar un tren mientras Sandro la persigue afanosamente, y Anna empieza a ser demasiado pronto olvidada en algún lugar de las costas de Lisca Bianca, una isla del sur de Italia donde fue vista por última vez por sus compañeros de aventura.
Nunca el cine de Antonioni se definió tanto como en esta obra maestra que todavía hoy puede encontrar espectadores incapaces de entrar en toda su profundidad, en la lección estética y artística que entraña. John Kobal en Las 100 mejores películas la sitúa, tras escrutinio entre encuestados cinéfilos, en el puesto 48 y la emparenta con Te querré siempre de Rossellini, una obra magna, indudablemente anticipatoria. El paisaje siciliano es el protagonista de La aventura. Los personajes se desplazan ansiosos, infructuosos, y se mueven por las calles desiertas de Noto y Taormina en la isla de Sicilia. Hay una secuencia especialmente hermosa en la que el personaje de Monica Vitti hace sonar unas campanas -y otras campanas vecinas responderán al repiqueo- en un momento en el que elige huir hacia delante con Sandro, pese a sus reticencias iniciales, y asumiendo una filosofía del presente y del instante que ha de dejar atrás forzosamente el recuerdo de la amiga desaparecida, a su vez pareja del propio Sandro. Es revelador lo que Claudia afirma en un momento de la película: “¿Es posible que baste tan poco para cambiar, para olvidar?” Claro que lo es, volvemos a lo voluble de los sentimientos, de las lealtades, de las fidelidades. El mismo Sandro que persigue a Claudia la termina traicionando.
La revista Time calificó La aventura, de espeluznante obra maestra del tedio. Monica Vitti, con su voz ronca, fue de ese tedio existencialista a la comedia cuando pasó de Antonioni a Monicelli. Pero de todo su cine yo me quedo a vivir en La aventura. La película fascina por su manera única, poderosa de adentrarse en los sentimientos, de ir al fondo mismo de la psicología de los personajes. Es, sobre todas las cosas, una obra de la que se apodera con su presencia Monica Vitti. A veces risueña, otras veces al borde mismo de la desesperación, pero siempre fascinante en ese modo de mostrar su propia deriva emocional. Monica, víctima de esa enfermedad que aniquila la memoria llamada alzhéimer, que murió sin tener conciencia de quien fue aquel Michelangelo que la escogió entre todas las mujeres para encarnar como ninguna otra actriz el sentido de su cine.
Enrique Vila-Matas en su Dietario voluble escribió sobre la fascinación que sentía sobre aquella película tan discutida. “La aventura fue un filme metafísico que en su momento representó una manifestación nueva del lenguaje cinematográfico”. Volver a La aventura es volver sobre lo que Monica Vitti significó en esos años en la propia historia del cine europeo.