Las brumas de Carné

Jean Gabin dice calzar mi mismo pie, el 41, en un momento de esa obra maestra portuaria, melancólica, titulada Quai des brumes, que dirigió el cineasta Marcel Carné en 1938. Busco algún detalle que pudiera pertenecerme en las películas que veo. Cada película envolvente es como un espejo en el que sentirme reflejado.

George Sadoul consideraba El muelle de las brumas una de las cumbres del cine francés. Sadoul fue un eminente historiador del cine. En un café de París alguien se le acerca unos meses antes de que el corazón de Sadoul deje de latir. Ese alguien que le estrecha la mano es Carné cuyo cine ya en aquel momento ha dejado de ser trascedente. Digamos que Carné sabe que sus mejores películas son parte del pasado y ya tiene en su cabeza la redacción de unas memorias que terminará titulando La vie à belles dents. Digamos que Sadoul también sabe que sus mejores escritos de cine son también parte de ese pasado. En la mano que se estrecha cada cual deja un rastro de cordialidad, de empatía, de diálogo susurrado, de cinefilia compartida.

El muelle de las brumas es un enorme poema trágico gobernado por la niebla, una niebla densa, apabullante, que ronda el corazón de los personajes. En los diálogos la presencia del poeta Jacques Prevert será determinante. Prevert y Carné se entendían muy bien. Prevert fue muchas cosas. No permaneció ajeno al movimiento surrealista. Huyó de los dogmas, porque en el fondo abrazó el inconformismo de los poetas rebeldes y seguramente ácratas. Con Carné escribió varios guiones cinematográficos antes de publicar los poemas que integrarían el conjunto de Paroles. Aún resuena en la memoria de los tocadiscos del mundo “Las hojas muertas” con música de Joseph Kosma en la voz recitativa de Yves Montand.

En El muelle de las brumas, la filosofía existencialista de la película, recorrida por un ambiente de desesperación prebélica, la define Michele Morgan en diálogo con el soldado desertor encarnado por Gabin. Dice su personaje: “Cada vez que sale el sol pensamos que va a pasar algo distinto, algo nuevo, pero después el sol se acuesta y hacemos lo mismo que él. Es triste”.

No deja de ser curioso que a los extremistas ideológicos -a la derecha y a la izquierda- les escandalizara la película de Carné que era una adaptación muy libre de una novela de Pierre Mac Orlan que también escribió canciones como Prevert. Para empezar la película modifica su localización, escogiendo El Havre contemporáneo en vez del Montmartre de 1900. Este cambio de escenario es fundamental a la hora de crear esa atmósfera onírica y brumosa tan irreal como lírica, inserta en lo que se llamó realismo poético francés.

Arrebata el pesimismo de la cinta. Como el del pintor suicida Krauss ese personaje melancólico que habita el Bar Panamá en donde se deja ver Gabin para encontrarse por primera vez con la misteriosa Michèle Morgan. Jean y Nelly antes de la entrada en escena del repugnante personaje de Zabel, tutor de Nelly, encarnado magistralmente por Michel Simon.

Los protagonistas de la película buscan el mar con la mirada, a través de las ventanas. Ansían una felicidad que no les pertenece. Pugnan amorosos, con el deseo a flor de piel, frente a un entorno hostil.  Jean Renoir no supo comprender la película, tachándola sorprendentemente de fascista, tal como recoge Antonio José Navarro en su acercamiento a la cinta en el dossier 50 obras maestras del cine europeo de la revista Dirigido por (nº 340, diciembre de 2004). Renoir, uno de los grandes nombres de la historia del cine, no supo advertir la grandeza de su colega Carné, desplegada a lo largo del metraje de El muelle de las brumas. Porque Carné logra un filme de una plasticidad innegable, con un sentido muy poético del encuadre.

Si hubiera que hacer una antología de besos del cine habría que incluir el beso final de Michele Morgan y Jean Gabin en El muelle de las brumas, un beso agonizante, con el personaje de Gabin tiroteado en el suelo por Lucien, el malhechor de turno. Porque la película convoca a personajes desarraigados, marginales, corruptos.  En medio de ese mundo quebradizo surge el amor. Ese beso postrero que Gabin le pide a Michele Morgan antes de expirar es un soplo de amor romántico en las puertas mismas de la muerte, desenlace muy propio de este filme neblinoso, una de las grandes obras de la historia del cine.