Galeano
Las venas abiertas de América Latina supuso una sacudida, un libro clave para comprender muchas cosas, para difundir los males del imperialismo. Con la muerte de Eduardo Galeano muchos se han acordado de este ensayo que la izquierda latinoamericana hizo suyo. Al margen del Galeano más combativo uno se ha entregado muchas veces a su modo de sentir el fútbol, bellamente expresado en los microrrelatos de El fútbol a sol y sombra. Con la utopía a flor de piel fue componiendo el escritor montevideano el mosaico de su vida, su particular batalla de ideas contra los elementos.
Galeano padeció el exilio, el extrañamiento. Mucho tiempo habitó el Maresme barcelonés hasta que expiró la pesadilla de la dictadura militar uruguaya. Entonces regresó a casa. Y siguió su lucha cotidiana aferrado a una escritura de limpia prosa en la que tuvo siempre muy claro cual era el enemigo fiero que había que combatir. En esa lucha no faltaron contradicciones pero lo que no se le puede negar a Galeano es que su escritura tuvo siempre presente a los desheredados de la historia, a los injustamente condenados al silencio, a la marginación, a la exclusión. Para ellos compuso un himno incesante en forma de libros con los que tejió los hilos de su pensamiento, de su discurso crítico que ganaba siempre en la distancia corta.
Con Joan Manuel Serrat compartió dos canciones: Secreta mujer (Sombras de la china, 1998) y La mala racha (Versos en la boca, 20o2). Dos canciones que simbolizan una amistad fecunda de entrañables veladas compartidas. Ahora imagino a Serrat entristecido, muda la guitarra, en honor al amigo con el que ya no podrá volver a compartir mate o asado. Remito a la secuencia de la visita de Sabina y Serrat a la casa de Galeano que aparece en el documental El símbolo y el cuate (Francesc Relea, 2013). Se inmortaliza en ella uno de esos momentos de amistad de Serrat y Galeano. Sin movernos del territorio de la canción quiero recordar el libro de conversaciones de Galeano con Raimon titulado Y el silencio se hizo canto. Galeano fue en busca de las raíces del autor de Al vent y se reencontró con él en el Palacio de los Deportes de Barcelona en marzo de 1977. Entonces flameaban al viento las banderas aún proscritas y la libertad llegaba a galope como una promesa radiante de primavera.
Interpretar la realidad latinoamericana y devolver la dignidad a un continente arrasado por oscuros intereses. Por ahí circulaban los objetivos de Galeano. Bucear también en la historia, en los destellos y en las ignominias del pasado. Ese caminar fue digno de encomio aunque también hubiera lugares comunes y algún que otro insalvable (o no) maniqueísmo. Pero Galeano fue muchos hombres y muchas mujeres. A todos ellos devolvió el canto. Como a aquel Juan Bustos que fuera asesor en la Chile de Salvador Allende y sobreviviera al golpe militar de Pinochet. Bustos se sentía culpable por seguir vivo y paseaba su desolación por tierras hondureñas hasta que le llovieron peces vivos del cielo porque en la región de Yoro – en donde se hallaba- llueven peces vivos del cielo. La realidad sorpresiva, mágica, devolvió la felicidad perdida a Juan Bustos. Le hizo entender que la vida le había concedido una segunda oportunidad y que debía aprovecharla. De esa realidad maravillosa que deslumbró a Bustos bebió siempre Galeano en libros como Memoria del fuego con el que abrazó la cosmovisión indígena, de la que tomó grandes y poderosas lecciones vitales.
Decía Galeano que nadie que hubiera leído a Mark Twain podía ser enemigo de los Estados Unidos. Su batalla, por tanto, era una batalla contra el imperialismo, algo que aún conviene matizar dado ese antiamericanismo de andar por casa que algunos profesan y manejan. En Memoria del fuego Galeano decía «Cada día de la vida es el irrepetible acorde de una música que se ríe de la muerte». Esta declaración de vida viene bien hoy para recordar al escritor uruguayo, viejo vecino del Maresme barcelonés.
Echaremos mucho de menos a Galeano,,,abrazo fuerte y pèrmiso para compartir tus lineas…
Tuyas son mis líneas, querido amigo.