Ferres entre olivares
En la España pandémica se nos fue nonagenario Antonio Ferres. Me acordé de dos de sus libros, Tierra de olivos y Los vencidos, y de Gadir la editorial que tuvo a bien rescatar su obra, nacida al amparo de lo que se llamó novela de realismo social en la que se inscribió su muy citada La piqueta publicada en 1959, el año clave de la Nouvelle Vague cinéfila y francesa.
Ferres no impostó nunca su literatura. No medró en los cenáculos. Lo suyo fueron más de cuatrocientos golpes sobre el tapete del franquismo oscurantista. Pero ¿Quién ha recordado a Ferres en estos días de confinamiento? Algunos, ciertamente, pero no demasiados.
Tierra de olivos lo encabezaba una estrofa de Eugenio de Nora. ¿Se acuerda alguien de Eugenio de Nora?: “La guerra, la paz sorda/ impiden siempre la verdad primera/ de las palabras. Ah, sólo palabras/ Como flores ahogadas en un charco de lodo”.
En esta España de lodazales por doquier, a derecha e izquierda, viene bien esto del charco de lodo en los que todos tienen el poder de la razón, de su dogma, de su partidismo feroz. Y viene bien recordar a Ferres con su lucha vecinal y su posguerra y su memoria viajera e indómita entre olivares. He aquí, en su literatura, una época entera que se extingue, una España vacía, desmoronada, yerta, fotografiada por Oriol Maspons. Y evocar a ese par de zapatos pintados por Van Gogh que ilustraban la más reciente portada de la proscrita Los vencidos que logró publicarse en París a mediados de los años sesenta. Max Aub se refería a la pasión por la verdad de Ferres. No es poca cosa para reivindicar a un autor involucrado con el difícil tiempo que le tocó vivir.