Federico García Lorca

1Los poetas universales siguen cantando después de muertos. No hay bala criminal capaz de segar el canto de los poetas verdaderos. La voz de Federico sigue sonando en los amaneceres del mundo, en la memoria de los patios, en los bosques del alma. Los verdugos mataron al hombre pero no pudieron con la obra infinita del granadino. Todavía duele aquella guerra infame, los vientos de la cólera, el odio de las Españas, el asesinato de Lorca, la búsqueda de sus restos, lo que su pasión y muerte simbolizan.

En estos días Lorca aparece de todos los modos y maneras posibles. Cada cual también se crea un Lorca a su medida, un Lorca de todo a cien, de antología manoseada en librería de viejo o de tweet escrito a orillas del mar en tiempos de confusión galopante. Algunos omiten el Lorca de la tradición, el Lorca de la tauromaquia y del flamenco, de las esencias españolas tan denostadas, de la Semana Santa llorada en la voz de los arqueros-saeteros o de las vírgenes con miriñaque. Pero ese también es Lorca.

Lorca en la voz de Leonard Cohen o de Silvia Pérez Cruz con sus privilegiadas cuerdas vocales: «En Viena hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte y un bosque de palomas disecadas». (…) Toma este vals, este vals, este vals de muerte y de coñac que moja su cola en el mar. En Poeta en Nueva York Lorca llevó el lenguaje hasta el límite, abrazando el credo superrealista, al encuentro de una nueva forma de cantar, de expandir el verso y el aliento con un patetismo frío y preciso. Juglar devotísimo y disperso según Gerardo Diego, cazador nocturno en un bosque lejanísimo con el fuego del poema entre los dedos, poeta por la gracia de Dios y del demonio y también por la gracia de la técnica y del esfuerzo.

Canta Lorca en la voz de los cantores populares, suenan las guitarras en su nombre, las canciones populares, la tierra misma de Andalucía, la del tópico que Lorca sublimaba. El poeta de la Granada eterna en la voz de sus paisanos Enrique Morente y Carlos Cano. El poeta que fue tango en Buenos Aires, zorongo en los colmaos sureños o Whitman con la barba llena de mariposas. El poeta de las gacelas y casidas, del diván del tamarit, de la canción desesperada penando de amor y deseo.

Hay que leer a Lorca, hay que hacer que nuestros hijos lean a Lorca, hay que hacer que lluevan a cántaros versos de Lorca, hay que hacer que lo lean hasta los profesores que no leen y que debieran  empapar a sus alumnos del espíritu lorquiano, del poeta de la luz perpetua, de los sonetos del amor oscuro, del romancero gitano y la baladilla de los tres ríos. El poeta de la monja y la toronja, frente a Manhattan o frente a la Macarena, tradición y vanguardia en su verso atravesado por el duende, por el pellizco, por la vida misma y los asuntos del corazón. El Lorca de las pesquisas de Gibson o de Antonina Rodrigo o de Camarón de la Isla en La leyenda del tiempo. O el de Patxi Andión que le dedicó una hermosa canción titulada Verde en la agonía del franquismo. Porque los poetas universales no mueren. Alzan la voz después de  haber muerto y persiguen a sus asesinos.

Es imposible callar el llanto de una guitarra. Como es imposible callar la voz de Lorca que sigue cantando eternamente. En sus dramas representados y en las voces de quienes siguen encontrando en su poesía una forma de reconocerse, un espejo donde la vida viene a mirarse. De Manzanita a Loquillo – aurora neoyorkina-  pasando por Lagartija Nick. Todos buscaron en Lorca una referencia ineludible. También Javier Ruibal o Marta Gómez (por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero…) que grabó un hermoso disco lorquiano como también lo hiciera Paco Ibáñez en los albores de la propia canción de autor, haciendo convivir a Lorca con Góngora.

Amores que fueron o que no fueron para un ser inmensamente alegre. Noches de soledad dibujada en los estanques del tiempo, labios de hombres besándose en un rincón de la madrugada, memoria misma de las noches en vela, del poema a medio hacer, de la tristeza de hilo o de la risa blanca y contagiosa que acribilló la sinrazón. El río grande ( memoria del Hudson) o el río mínimo, la tasca remota o el son de los negros, el rey de Harlem o el niño Stanton. O Lorca paseando en sueños por Cádiz del brazo de una gitana por el barrio de Santa María. Con una canción en la garganta que jamás pudieron arrebatarle. Ya lo cantó Antonio Machado: «Mataron a Federico/ cuando la luz asomaba/ el pelotón de verdugos/ no osó mirarle a la cara…». Ochenta años después de aquel crimen la obra de Lorca no deja de proyectarse hacia el mañana, más viva y poderosa que nunca.

2 Comments

  1. Ana el 21 agosto, 2016 a las 22:18

    Precioso artículo que despierta en mí el deseo de rebuscar entre mis viejos libros y releer algunos de sus poemas. Gracias.