El cuento de Navidad de Frank Capra

«La vida de un hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está, deja un hueco terrible.» (It´s a wonderful life, Frank Capra, 1946) 

¡Qué bello es vivir! cumple setenta y cinco años, pero sigue mostrando una lozanía propia de las obras rotundamente clásicas. Son contemporáneas de la película dirigida por Frank Capra Duelo al sol, Gilda, Forajidos, Encadenados, El sueño eterno o Pasión de los fuertes. Casi nada. En ¡Qué bello es vivir! está el espíritu de Frank Capra en su máxima expresión.

¿Cuándo fue aquella primera vez de ¡Qué bello es vivir!? ¿Habrá algún tonto con ínfulas que diga que está sobrevalorada? ¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, en el mundo acelerado de hoy, de plataformas ad nauseam, de que las nuevas generaciones le den una oportunidad por pequeña que sea al cine en blanco y negro? La cinefilia empieza a ser una especie en extinción, visto lo visto. Entre el invasivo Tik Tok y el narcisismo delirante de nuestros días.

Pero ¡Qué bello es vivir! resiste a todos los embates y resiste Capra que con ella realizó una síntesis de lo que fue toda su obra. A esta película muchos llegamos en fechas navideñas de antaño. La nostalgia dibuja alguna tarde de diciembre de los años ochenta en el que la bonhomía del personaje de James Stewart se encontraba desde la pequeña pantalla televisiva con nuestra propia inocencia. Aquella película de sentimientos, de ángeles guardianes, dulcemente moralista, está en nuestra primera memoria del cine.

Volver a ¡Qué bello es vivir! es volver a la casa sosegada de la niñez familiar que ignoraba la sacudida de la muerte. Llueve ahora persistentemente. Llueve como en las navidades de antes. En ¡Qué bello es vivir! hay nieve y hay invierno. Hay búfalos que no pueden dormir y amores que van dibujándose en el aire con suprema delicadeza. Retuvimos, desde aquella primera vez, el nombre de aquella ciudad ficticia del estado de Nueva York en la que transcurre todo, Bedford Falls dominada y acongojada por un banquero sin escrúpulos llamado Potters. El malo de la función en contraposición a la bondad infinita de George Bailey que paradójicamente se le vuelve en su contra.

¡Qué bello es vivir! trata de la desesperación de un hombre bueno frente a la incomprensión de todos los que le rodean. Alguien que haciendo lo correcto no puede cambiar un mundo hostil y corrupto. La eterna lucha entre el bien y el mal, en el que lamentablemente el bien parece tener todas las de perder. Solo un milagro hará posible que todo cambie. Pero que sea esta intercesión divina in extremis la responsable del cambio deja también un poso de amargura profunda en quien puede ver en la película un retrato de la nada edificante condición humana.

Capra fue un optimista nato que logró con ¡Qué bello es vivir! la cumbre de su cine, muchas veces acusado de sentimentalista. La gran paradoja es que la película fue un fracaso comercial, ninguneada en los caprichosos Oscar de Hollywood, aunque con el tiempo contara con el favor del público y se erigiera en uno de los grandes clásicos del cine norteamericano.

Regreso a ¡Qué bello es vivir! en V.O.S, y también regreso al ensayo que sobre la película escribiera Javier Coma en aquella colección Programa doble de la revista Dirigido por. Vuelvo encanecido a una Nochebuena de 1945, al flashback, al vertiginoso charlestón, a la secuencia de la piscina que inevitablemente dialoga con el final acuático de El guateque de Blake Edwards, y a todo lo que nos conducirá -aunque no lo parezca- a la crisis anímica del protagonista, a su sensación de fracaso, de hundimiento, antes de la aparición del ángel Clarence, lector de Las aventuras de Tom Sawyer de Twain cuya mención al principio de la película tendrá todo su sentido al final de la historia. Ese final en el que irremediablemente siempre vuelvo a encontrarme con las lágrimas abundantes de la emoción cinéfila. Llorar viendo cine. El llanto alegre de los finales profundamente emotivos.

Película profundamente familiar, de esas que ahora estarían en el ojo del infame revisionismo, por su manera de entender y sentir la tradición y de ensalzar el valor del individuo, de la familia y de la amistad.  En su momento el desaforado optimismo de Capra fue cuestionado, pero el tiempo le ha situado en el lugar que merece. Un cineasta con voluntad autoral. No en vano tituló su autobiografía The name above the title.

¡Qué bello es vivir! tiene algo de fábula navideña a lo Dickens y supone la quintaesencia del cine de Capra, culminación de lo que desarrolló cinematográficamente en el lustro 1936-1941, años en los que rodó El secreto de vivir, Vive como quieras, Caballero sin espada y Juan nadie. Película de 1946 que cuestiona el poder del dinero y refleja los problemas sociales de toda una comunidad. Es, por tanto, una obra profundamente humana y sensible que viene del desgarro bélico de la Segunda Guerra Mundial en la que Capra se involucró como cineasta, rodando varios documentales.

Otra virtud, de las muchas que atesora la película, es que rompe con el arquetipo de Stewart. Como escribió Roger Ebert en Las grandes películas, este lado oscuro que el actor revela tiene que ver con su servicio en el ejército como piloto en tiempo de guerra: «Mientras otras estrellas se quedaban en casa, o divertían a las tropas, Stewart se alistó como soldado, ascendió a coronel, voló docenas de veces en misiones de combate. Era un legítimo héroe de guerra, y lo que vio en la contienda se refleja en la cara de George Bailey cuando está en el puente de Bedford Falls». Ahí empieza otra película, en la que entra en escena el enternecedor ángel salvador de Bailey en busca de sus alas y que es quien le muestra lo que sería Bedford Falls y sus gentes si él no hubiera nacido. Entonces se da cuenta que no es un hombre fracasado.

El heroísmo quijotesco de Bailey lo arrastra a la perdición de sí mismo, pero es sintomático del cine de Capra que antes que suene la campana nos saca de su chistera un happy end salvador. Pero, hay que saber leer entre líneas, en esa manera en la que el cineasta contrapone en su obra seres honrados y profundamente solidarios con individuos corruptos e instalados en la plutocracia.

Se cuenta que el guion pasó por varias vicisitudes y estados. Estuvo en manos de hasta diez escritores, entre ellos el gran Dalton Trumbo. Muchas obras maestras tienen génesis complejas. También la tuvo, a su modo, ¡Qué bello es vivir!, película a la que regresamos como a un refugio mientras golpea la lluvia en los cristales y buceamos en la Navidad de nuestros ayeres y de nuestros ancestros.

Nos sentamos frente al televisor para volver a revivir el milagro cinematográfico de todas las navidades. Ese milagro que cumple setenta y cinco años y que nos hace brindar por Capra, por James Stewart, por Donna Reed, Lionel Barrymore, Henry Travers, Thomas Mitchell y Gloria Grahanne. Todos ellos regresan de la tumba cuando volvemos a enchufarnos a esta obra maestra.