Cinco de enero
Yo fui uno de esos muchos niños del ayer, ilusionados y expectantes, la mágica noche del cinco de enero. Contemplo dentro de mí mismo y hallo la luz derramándose de aquel tiempo prodigioso en el que la vida jugueteaba en mi alma, como si tal cosa.
Cada cinco de enero vislumbro la estampa de los tres Reyes Magos e incluso busco a la manera de Michel Tournier la leyenda del cuarto rey Mago. Y creo firmemente en la tradición que tantos artistas de primerísimo orden plasmaron en sus cuadros y que luce luminosa en las más afamadas pinacotecas del mundo. Y no me olvido de quien fui, pese a que el adulto que se mira al espejo cada día anote en su libreta señas de inevitable descreimiento, de moderado cansancio de ser hombre, citando a Neruda.
Pero cuando eres padre revives el prodigio, la secuencia bíblica, y trazas esas mismas señales que tus padres te trazaron con la leche templada y en cada canción. Y el cinco de enero no es una fecha baladí que haya que revisionar o cuestionar o convertir en otra cosa. Eres tú mismo atándote bien fuerte el cordón de la bota para golpear el tango Adidas recién traído de Oriente por el Rey Baltasar o el que fue feliz disfrutando de una montaña de caramelos que dispuso el Rey Melchor, compañero de fatigas del Rey Gaspar que me trajo aquella bicicleta tan llena de colores. Es la hermosa inocencia del niño, la que luego se pierde, la fantasía del cuento que se lee a escondidas, la llama que se fija en la pupila y estremece el corazón. En tiempos tan poco inocentes no es malo acordarse de esa ráfaga de inocencia que fue parte de uno mismo.
Cada cinco de enero de sedientos camellos me acuerdo de la enorme ilusión de mi padre y soy hijo de una tradición que ahora trasmito a mi hija. De alguna manera nazco y muero este día infinito con mucho de melancolía asumida, de pérdida irreparable y retorno al origen. Los Reyes Magos que vienen por un pasadizo secreto, con su oro, su incienso y su mirra, que me hacen recordar que fui niño de claridad e inocencia, niño feliz, sin turbaciones, con toda la vida por delante, muy parecido a esta hija que tengo y por la que soy capaz de dar lo que no tengo.
Es lógico este enternecimiento que se apodera de mí y esa imagen también de los que no tienen, a la manera de aquel poema memorable de Miguel Hernández de abarcas desiertas, de calzado cabrero a la intemperie, de niñez sin regalos. Todo un caudal de emoción regresa cada cinco de enero y el corazón se me acelera recordando la luz en el pasillo, el sueño imposible, el mañana deseado donde quienes más te querían cumplían un año más la hermosa tradición de sus mayores. Hoy como ayer.
Me encanta la manera de contar tu experiencia, porque me recuerda también mis Reyes y los de mis hijos. Ahora tengo un nieto (Lenox), que vive en Brooklyn y aunque él por tradición familiar es judío, pero su padre quiere que de alguna manera experimente las sensaciones de ese día maravilloso de ilusión e inocencia. Gracias Luis y que disfrutes los Reyes de tu niña. Un abrazo.
Gracias Amelia por compartir tu experiencia. Seguro que los Reyes te habrán traído todo lo que les has pedido y sobre todo mucha salud y felicidad para el 2016 que es la que te deseo. Un beso.