Burt Reynolds
EN la muerte de Burt Reynolds me acordé del desasosiego que me produjo el primer visionado de Deliverance de John Boorman, una de las mejores películas en las que tomó parte. Ningún cinéfilo que se precie puede olvidar el duelo de banjos que protagonizaba Billy Redden, un muchacho campesino de Georgia. Carlos Pumares solía ponerlo en su programa Polvo de estrellas en esas madrugadas del recuerdo en las que éramos jóvenes y eternos. Aquel Dueling banjos se tituló originalmente Feudin’ Banjos y había sido grabado a mediados de los años 50 por Arthur “Guitar Boogie” Smith que no constaba en los créditos de la película por lo que interpuso demanda contra Boorman.
Todavía hoy Deliverance asombra por su crudeza, por esa visión nada idílica de la naturaleza, basada en la única novela firmada por el poeta James Dickey. En Deliverance destacaba el trabajo de fotografía del húngaro Vilmond Zsigmond que contribuyó a esa exposición de la naturaleza como amenaza de un grupo de urbanitas que terminan encontrando el rechazo y la violencia demoledora de los lugareños. Ahí estaba Burt Reynolds sin su inconfundible bigote y con su virilidad puesta en entredicho en una fábula vertiginosa.
Me acordé de Deliverance y también de otra película menospreciada pero muy interesante titulada Hustle (Destino fatal) en la que Burt Reynolds se puso a las órdenes de Robert Aldrich y compartió protagonismo con Catherine Deveuve. En esta muestra crepuscular de cine negro Burt Reynolds aparecía en pantalla sin bigote en un momento de popularidad creciente. Aldrich venía de dirigir a Reynolds en un divertimento carcelario y deportivo, Rompehuesos. Destino faltal ofreció a Reynolds la posibilidad de ampliar sus limitados registros interpretativos. En ella interpretaba a un policía desencantado que sueña con huir de la corrupción y de la violencia que le rodea. Aldrich filmó con contención, con aparente desapasionamiento, como si estuviera rodando un polar francés y no un noir americano. En cierto modo se aproximaba en su amarga mirada a Nicholas Ray. El único refugio del personaje de Burt Reynolds es la compañía de la prostituta encarnada por Catherine Deneuve. He aquí un punto de conexión con François Truffaut que había dirigido a Deneuve en otro filme amargo, La sirena del Mississipi. Años más tarde Burt Reynolds protagonizaría Mis problemas con las mujeres en la que Blake Edwards filmó su particular versión de El hombre que amaba a las mujeres de Truffaut.
Pero no quería desviarme de Hustle, de Aznavour cantando Yesterday, when I was young, de Burt Reynolds y Catherine Deneuve viendo en un cine Un hombre y una mujer de Lelouch, de la desazón de algunos policiacos americanos de los setenta en los que la vida golpea duramente a quienes habitan la noche buscando un punto de luz entre las sombras. Como le sucede al personaje de Ben Johnson que ha perdido a su hija y busca desesperadamente sus huellas en los tugurios a la manera del personaje de George C. Scott en la también desasosegadora Hardcore, un mundo oculto de Paul Schrader.
En la muerte de Burt Reynolds recordé el mito que poco a poco fue cayendo en el olvido, dulcemente homenajeado por Adam Rifkin en La última gran estrella. Y me acordé también de su encuentro con Clint Eastwood en City heat, una película de la que Blake Edwards terminó abjurando y en la que ambos actores realizaron una curiosa operación de autoparodia y desmitificación. Corrían los ochenta y comenzaba la decadencia como estrella del celuloide de Reynolds. Tal como le pasó a otros muchos actores y actrices los ochenta fueron complicados. Los tiempos estaban cambiando y no fue nada fácil adaptarse a esa nueva realidad cinematográfica e industrial.
De todo eso me acordé al morir el actor que destripó las taquillas con Los caraduras. Y sobre todo pensé en Hustle y en Deliverance, dos obras turbadoras de los años setenta en las que brilló con luz propia Burt Reynolds que ya no está entre nosotros pero vivirá eternamente en sus películas, en las buenas –que las tuvo- y en las malas que también abundaron en su irregular filmografía.
Gracias por tu repaso de buen cinéfilo sobre un actor al que sólo se han dedicado necrológicas de aliño. Nos has recordado a y has reflexionado sobre films que inmerecidamente nos pasaron asaz desapercibidos. Permiteme que añada este glorioso fracaso de Bogdanovich haciendo cantar a actores inexpertos los grandes títulos de Cole Porter. Aquí Reynolds se resiste a muy bella Cybill Sheperd en dos títulos ‘panteístas’ del maestro de Peru, Indiana: https://www.youtube.com/watch?v=H2deTJpNOuo
Muchas gracias amigo Maties por seguir estando ahí. Muy bien traída aquella película con Bogdanovich At long last love. Un gran abrazo cinéfilo.