Mis sombras completas o la Semana Santa de Benito Moreno
En las heterodoxias que entraña la Semana Santa del tiempo sin tiempo aparece un disco que Benito Moreno titulara Mis sombras completas con trampantojo en la portada, a través de esa mosca pertinaz que esconde un paso de palio, que pudiera mecerse en la lejanía de un Viernes Santo sevillano. Corría, porque siempre corre inmisericorde el tiempo, el año 1978. Ya Antonio Burgos – sí Antonio Burgos, para los desmemoriados- lo había contado en las páginas de Triunfo en julio de 1975. Con Benito Moreno parecía florecer una canción andaluza de la que Carlos Cano se erigiría en verdadero estandarte. “España huele a pueblo/ a candiles y a cera/ a gritos en el ruedo/ a tela marinera…” había cantado Benito, hermano de Máximo, al que escuché por primera vez en el deslumbramiento de un visionado adolescente de Vivir en Sevilla, aquella película de Gonzalo García Pelayo, que contenía Sevilla, la primavera, la vida misma y también la Semana Santa en esa aparición de la Macarena en la noche infinita. Esa Macarena filmada por Gonzalo como si la estuviera filmando Godard.
Benito Moreno decía tener con Dios una relación más estética y poética que de fe. En este disco titulado Sombras completas, publicado por Movieplay y producido por Gonzalo García Pelayo, hay un relato de Viernes Santo amoroso, de madrugada sensitiva, de amargura y cáliz en la canción habitada con varias músicas dentro -gaita incluida- como un compendio de muchas cosas. En “Poema de sombras” escuchamos la voz del capataz y ese grito característico que precede a la levantá del paso, ese “a esta es” que forma parte de un lenguaje que Antonio Burgos había desentrañado en su libro Folklore de las cofradías de Sevilla, edición de la Universidad de Sevilla de 1972 que tengo dedicada.
El paso se levanta y luego avanza, escuchamos los pasos racheados de los costaleros y sus murmullos, mientras el capataz no deja de dar instrucciones. Benito Moreno ha querido dejar ese sonido de la Semana Santa antes de un recitado que precede a su vez a la música de capilla. Fagot y oboe musicales, íntimos que Luis Cernuda recordara en el exilio sevillano de su poema “Luna llena en Semana Santa”. Va y viene la sombra por la noche, la desolación de la quimera ¿Tiene la sombra sabor? Tras la música de capilla y la ausencia de tambor llega otra pieza del disco, titulada “Silencio” y en la paradoja de los sonidos escuchamos un tambor que parece resonar como si anunciara una improbable marcha procesional. Y Benito Moreno trae en su voz la nostalgia de la calle Feria, de la Plaza Mengibar, el siseo de la brisa, la guitarra de herencia flamenca, el temblor de Andalucía resumido en el tañido de una campana o en unas palmas con el tiempo dentro, por donde se cuela aquí el espíritu de Triana con la presencia de Jesús de la Rosa y de Eduardo Rodríguez Rodway.
Benito Moreno cruza la noche sevillana, polifónica y bullanguera, recuenta las sombras por San Juan de la Palma, se pierde por Sierpes, se mesa el cabello, se enreda en un verso que busca la sombra de Christiane Decaillet, la musa revelada en sus versos y en sus pinturas.
Benito huyó de Sevilla para no caer en las garras del sevillanismo ultra o del aburguesamiento. O eso le contó a Burgos en aquella entrevista en Triunfo. Fue en busca de la experiencia parisina, sevillano raro por el Barrio Latino, mirándose en el Sena y en Verlaine, para luego regresar de la Bretaña al paraíso perdido, a la tinta y al tintero y a esa canción sevillanamente derramada en Sombras completas donde pudieran cruzarse dos Font de Anta, el de la marcha Amargura o el de la copla “Cruz de mayo sevillana”. Todo ello plasmado en el contexto de aquella Sevilla de 1978 en la que ya había cuajado el rock andaluz, la Sevilla de Vivir en Sevilla, valga la redundancia, magistralmente filmada por Gonzalo García Pelayo.
En “Sombras completas”, Benito Moreno va hacia la extraña nada abriendo las cancelas del sentimiento y hay, en ese disco olvidado, como una suma de sonoridades andaluzas, de constante inquietud, de sorpresa como en “Bebiendo sombras” o en “Sombras a compás”. Está, de alguna manera presente, el Lorca de las canciones populares y está la Virgen bajo palio rompiendo en la noche estrellada y fría del Viernes Santo. Está la vida misma con su parte de ficción y representación, de puro teatro.
“El tiempo es una aguja y se me clava”. Canta Benito Moreno en “Tic tac”. El que fuera nazareno de la cofradía del Silencio, con la túnica del rito y la regla, con ese Nazareno del silencio en el que yo me refugiaba en mis paseos por la Sevilla eterna, en aquellos primeros años noventa de indefensión juvenil e indolencia manifiesta. Por la Plaza del Museo quizá me cruzara con Benito Moreno canturreando “Como la vena”, una de las canciones más melodiosas de Mis sombras completas, ataviada aún de las brumas y las balas del franquismo militante y sociológico.
En esta primavera confinada, de abril sin cancelas abiertas ni estampas pasionistas, pónganse, por ejemplo, con la torrija y el café de media tarde el “Poema de sombras” que Benito Moreno entrega en este disco, forma de recordar a quien llevó Sevilla dentro como una paradoja y como un río de sensaciones eternas, el año antes de cantarle a Bécquer en otro disco definitorio de su forma de entender Sevilla y de entender la canción.