Vila-Matas en Cádiz
Regresé a La notte de Antonioni que es como regresar a una de las primeras memorias conscientemente cinéfilas. Vila-Matas la suele citar como la película que le influyó para ser escritor, prueba de que el cine influye en la literatura y ejerce su fascinación, su ascendencia en algunos escritores que saben que es preciso entrelazar las distintas expresiones artísticas. En El viento ligero de Parma encontramos a Vila-Matas reivindicando La notte a través de Terenci Moix que recordaba esta frase del protagonista: “Antes tenía ideas ahora sólo tengo memoria”.
Suelo citar a Vila-Matas entre mis escritores preferidos con un lugar preferente en mi biblioteca que empieza con La asesina ilustrada (Cuadernos ínfimos Tusquets, noviembre de 1977) y llega hasta la reciente antología Impón tu suerte. Vila-Matas vino a Cádiz a conversar sobre su narrativa breve. Fui a escucharle en compañía del escritor Ignacio Arrabal con el que comparto afinidades literarias. El acto fue organizado por Unicaja y la Fundación Ory dentro de un ciclo titulado Cuentos sin hadas. Vila-Matas dialogó con el profesor de Estética de la Universidad de Sevilla Antonio Molina Flores que no fue muy estético cuando tildó a Cela de casposo. No entiendo esa animadversión por el autor de La colmena. Cierto que su personaje produjo enorme antipatía, pero también que tiene un puñado de obras maestras que no convendría pasar por alto. Me parece que a todo ese cruce sapiente de ideas, de indagaciones en torno a Vila-Matas, le sobraba ese exabrupto a Cela cuya obra tengo en la mayor estima y hay que separarla del personaje que se construyó. Disfrutemos de Vila-Matas y de Cela, sin interferencias. Mezclemos Bartheby con Pascual Duarte, París no se acaba nunca con la Alcarria. Así mejor.
El diálogo Molina-Matas fue enriquecedor para quienes nos consideramos afines al universo del primero. Fue interesante ese modo de huir de la obra maestra que Molina le atribuye. Como si el gran éxito, la obra total o absoluta pudiera significar la parálisis total, el abismo, la muerte. Algo de eso expresaba el personaje de Mastroianni en La notte en cuya noche milanesa también deambulaba Jeanne Moreau antes de ser Catherine en Jules y Jim.
Matas me dedicó Doctor Pasavento. Yo le hablé de mis libros de Serrat. Él me miró con la mirada del personaje Vila-Matas no de la persona. Luego cada cual se envolvió en su bruma. La vida y la literatura siguen su curso. Una señora del público lanzó una perorata sobre Vila- Matas en un turno de preguntas que algunos entienden como lucimiento personal y no como turno de preguntas. Al fondo otro señor dijo que no había pasado de la mitad de El mal de Montano. Cada uno con lo suyo. El que va a un acto de Vila-Matas para decirle que no aguantó el único libro suyo que leyó y los que nos sentimos fascinados por sus obras hasta el punto de ahondar en su prehistoria gauche divine cuando escribía para la revista Fotogramas y entrevistaba a la modelo Romy de la que ya casi nadie se acuerda.
En un encuentro de este calibre uno se aleja por un momento de la muerte, como cuando escribimos una novela-ensayo al modo de Vila-Matas y sentimos desde las primeras líneas la tentación del fracaso. Y preferimos desaparecer o dejar de escribir o responder al último mail antes de suicidarnos. También podemos divagar, pensar en la chica de al lado que cruza las piernas y rebosa juventud y nos hace sentirnos viejos, lejano el esplendor de aquellos amores que aunque no se vivieran podían esperarse porque la vida estaba por vivir, porque todo estaba por hacer, porque la palabra porvenir podía entonarse sin temor al ridículo.
Fuimos un poco Vila-Matas la tarde de verano gaditano que nos habló de Peter Handke, de Maupassant y el otro de Alberto Savinio, de la posibilidad de escribir sobre literatura con la misma naturalidad con la que se habla de futbol, aspirando al feliz entrecruzamiento de géneros e ideas. En cierto modo salimos con las ganas enormes de releer –otra vez- su obra. Como gozoso propósito vacacional. Porque Vila-Matas no se acaba nunca.