El odio a la poesía (recordando a Roque Dalton)

Hay que prevenirse de los malos poetas. Cierto. De los demasiados poetas, de los versificadores contumaces que aman el ripio como a sí mismos, que nos martirizan con sus versos cargados de tópicos. Los que dan la brasa, los que creen que llevan un poeta dentro y hacen flaco favor a la poesía. También –digo yo- habrá que prevenirse de los malos cantautores y en Cádiz, concretamente, de esa proliferación de malos comparsistas, todos con ínfulas de poetas, a la caza y captura del pasodoble más lacrimógeno.

Se consume poca poesía pero se escribe mucha. Cierto. El no poeta mira al que se llama poeta con desconfianza: no le comprende, le siente menesteroso, porque la poesía está bajo sospecha, para consumo interno. “Escribo poesía…” Y esa mera afirmación ya genera un silencio de incomprensión y recelo. No solamente hay que huir de los malos poetas sino de los poetas multipremiados en  certámenes dudosos y de los condecorados que viajan en coche oficial y de los que se dicen malditos, poetas de bares y extrarradio, que le espetan a la oficialidad y luego publican en Visor. Demasiada prevención.

Circula por Internet una imagen en la que se dice Matamos poetas a domicilio con la indicación de un número de teléfono del sicario de turno para hacer efectiva la operación.  La he visto compartida por amigos y conocidos, incluso por poetas.  A todos ellos la ocurrencia les hace gracia, pero cabe decir que esa broma fue cierta y atañe al gran poeta salvadoreño Roque Dalton que fue asesinado por una facción dentro de su facción. Y es que las ideologías -todas ellas- generan monstruos muy particulares. Por tanto ese cartel y aviso es memoria histórica a modo de ironía de un luctuoso hecho. A Dalton lo asesinó un sicario. Fue acribillado a balazos como Lorca. Y como Lorca no hay una tumba que pueda acoger sus restos, aunque fuera simbólicamente.

Es proverbial el odio a la poesía como nos contó Ben Lerner en un libro titulado precisamente El odio a la poesía que se encomendaba a un breve poema de Marianne Moore:

“A mí también me desagrada/ Al leerla, sin embargo, con el más completo/desdén hacia ella/ uno descubre que, a fin de cuentas, en ella/ hay un espacio para lo genuino”.

¿Qué clase de arte–apuntaba Lerner- asume la aversión de su audiencia? ¿Y qué clase de artista se hace cómplice de esa aversión, alimentándola incluso. Un arte odiado tanto desde fuera como desde dentro”. Lerner, quizá exagera. Su visión es anglosajona. Atañe a la poesía norteamericana. No contempla la tradición poética de otros países -la omisión de Rilke es sintomática-  aunque empieza su argumentación, como no podía ser de otro modo, con Platón que desterró a los poetas de su república.  El libro de Lerner es interesante pero tendencioso. Hace bien en mitificar el silencio de Rimbaud, en ensalzar a Whitman, en bucear en la voz femenina y total de Emily Dickinson.

También está en su derecho de cuestionar cierto ánimo trascendente de la poesía generando cierta controversia pero su ensayo puede rebatirse y sería muy fácil escribir un libro titulado El amor a la poesía con ejemplos concluyentes y en las antípodas de los que expone Lerner. Más que incidir en el odio a la poesía habría que preguntarse cómo hacer para que esta pueda llegar a emocionar a los más jóvenes, aproximándola a los colegios con la pasión requerida. Y de ese modo la poesía sería una manera de encontrarnos con nosotros mismos, al margen de prejuicios que caen sobre el poema y el poeta de una manera inevitable.

¿Por qué Lerner se empeña en buscar el poema imposible que abarque a la totalidad cuando hay líricas subjetivas que tienen la capacidad de concernirnos a todos, que termina dialogando con el lector atento y sensible? En nuestro territorio más cercano podrían citarse muchos nombres: Miguel Hernández, Machado, Juan Ramón, Aleixandre, Neruda, Vallejo etc.

A ese odio al que alude Lerner contribuyen los malos poetas, recitadores lánguidos en lánguidos escenarios. Ese odio lo propician también las guerras entre poetas a los que nadie lee porque los poetas no necesitan que los maten porque suelen matarse entre ellos. Hay mucho poeta malo malísimo –cierto- pero también, como compensación, existen poetas extraordinarios a los que debemos momentos de felicidad lectora, de protección contra la tormenta citando a Dylan, poeta-trovador con Nobel para escarnio de poetas remilgados por la gracia de Dios.

Suelo desconfiar del que trata la poesía con menosprecio, aunque nos prevengamos de los malos poetas, aunque yo mismo haya incurrido, probablemente, en la mala poesía. Mea culpa. Mi padre escribió un hermoso texto en los años cincuenta titulado Defensa de la poesía. Tiene su vigencia, porque la poesía necesita amantes como dijera Lorca.

Hay que defender la poesía. No me refiero a la poesía de las preceptivas literarias. La poesía de la que yo hablo es bien distinta. Se trata de la poesía que tienen las cosas, de ese arranque íntimo que sostiene a esa otra poesía del poema, porque, indudablemente, no hay realidad lírica sin esa realidad constituida por la vida, la vida con sus pequeñas y grandes cosas: los hombres, las ciudades, el dolor, la alegría (…) Y esta es la función de la poesía: levantar la vida al plano de la belleza,descubrir el lado maravilloso de las cosas, su aventura y su afán (…)

Mi padre, sin el cosmopolitismo de Lerner, llega más lejos en su percepción de la poesía. Pero a él Topeka le pillaba bastante lejos.  Dio sus clases de lengua y literatura y defendía el valor de la poesía con uñas y dientes, aunque desdeñaba también de los  cenáculos de la poesía y de los malos poetas y desdeñaría de esta poesía new age, de ahora mismo, de Elvira Sastre encumbrada a los altares por Benjamín Prado o de Marwan, de tanto poeta de nueva ola cuya poesía ni palpita ni se siente. Desde mi modesta opinión, claro. Que hay infinitos lectores -o eso dicen- de cierto tipo de poesía o de pseudopoesía.

Pero bueno, yo venía a hablar de Roque Dalton y de que esa ocurrente foto que circula por ahí está colocada a modo de lección en la casa de su niñez. Y que el cartel en su ironía es cierto porque a Dalton lo asesinaron en el fragor de la lucha revolucionaria. Y aún dando yo esa explicación algunos se siguen riendo de la ocurrencia, la sacan de su contexto y algunos de los que ríen son cantautores que luego cantan a poetas a los que desconocen porque hay mucho cantautor que canta a la poesía sin conocimiento de causa. Y no cito nombres.

Sobre Roque Dalton escribió Eduardo Galeano estas palabras:

Roque fue condenado por tener un indoblegable sentido del amor y del humor, lo mataron por discrepar, lo mataron por desobediente. Pero las esperanzas andan por todas partes, no solamente donde salen a la luz pública o convocan la atención pública. Eso va creciendo como el moho en la piedra, como decía Violeta Parra, muy lentamente, como crece el amor». 

Y Benedetti añadió:

Paradójicamente, quien tantas veces había estado a punto de morir a manos de la derecha ultraconservadora fue sin embargo asesinado en su país, el 10 de mayo de 1975, por una fracción ultraizquierdista de la organización a la que pertenecía. El principal responsable del grupo que decidió su eliminación, Joaquín Villalobos, actual dirigente del FMLN, reconoció tardíamente que la misma había sido un trágico error. Cuando un poeta llega a dar su vida en las luchas políticas, la inmediata posteridad suele dramatizar el holocausto, poniendo el acento en la zona más riesgosa de su compromiso. Sin embargo, ese justo rescate de una actitud coherente y valerosa, puede a veces opacar otros rasgos primordiales. En el caso de Roque Dalton, uno de esos rasgos es el humor». 

El humor que arrebataron al poeta como le arrebataron todo lo demás. También los poemas futuros que podría haber escrito. El humor de Roque importa. Porque los poetas y la poesía no sólo está revestida de trascendencia,  sino de vida y en la vida cabe el dolor y la risa. También el verso ha de afinarse con el lápiz de la ironía sobre la cuartilla en blanco. ¿Habrá leído Lerner a Gil de Biedma?

La poesía es un río, un murmullo, un sueño, una resistencia íntima, una forma de asumir la fragilidad de cuanto somos. Cada cual la entiende a su manera. Como hijo de poeta, mi defensa de la poesía es absoluta a pesar de los poetas ufanos y de los poetas que no leen y asaltan las aceras con sus versos malísimos. Pero más allá de la ocurrencia cabe recordar que Miguel Hernández, Lorca o Dalton murieron con la poesía fijada en su carnal estatura de hombre. Y también hay una poesía de mujer que late más fuerte que la que escribe Elvira Sastre aunque carezca de aparato de propaganda. Somos ese verso que nos salva, ese verso que leemos y en el que nos reconocemos. Lo escribo mientras tengo a mi lado la poesía completa de Claudio Rodríguez con sus dones y su ebriedad:

“Cuando hablaré de ti sin voz de hombre/ para no acabar nunca, como el río/ no acaba de contar su pena y tiene/ dichas ya más palabras que yo mismo”.

Por eso no me hace gracia que se comparta el cartelito de marras sin atender a su origen, sin recordar a Roque y su historia. Por eso me prevengo de quienes les hace gracia el cartelito de Matamos poetas a domicilio. No celebro la ocurrencia –y no por falta de humor- aunque tampoco celebre los malos poetas que apestan la tierra.