Una obra maestra desconocida
SI DECIMOS MUNCH muchos pensarán en su cuadro más famoso, El grito. Pero hay una manera de redescubrirlo intensamente, más allá de su obra más célebre, a través de la magistral película que filmó sobre la vida del pintor el británico Peter Watkins en 1974, en su exilio noruego. Ya nos enseñó Susan Sontag que el arte reflexivo no es frío, aunque exija del espectador cierta disciplina y una gratificación que puede no sea inmediata.
No tenía constancia de este trabajo que fue objeto de una oportuna restauración y que he podido ver en Filmin. He leído que el cineasta sueco Ingmar Bergman lo había elogiado. No me extraña. La vida y obra de Edvard Munch son apasionantes, pero lo son todavía más a través de la mirada de Watkins.
Edvard Munch es un documento extraordinario de la vida y de la obra del artista, de esa infancia marcada por la enfermedad y muerte de su madre y de su hermana con la tuberculosis como enemigo mortal e invisible. Ese drama de infancia, de sangre sobre las sábanas, recorre toda la película a modo de fogonazos, de poderosos flashbacks. Estas pérdidas familiares marcan la propia personalidad del pintor al que seguimos en su propia odisea creativa, en sus turbaciones y desvelos, en los círculos en los que se mueve, en los amores que van conformando su biografía vital y en los encuentros con otros artistas tan temperamentales y existencialistas como August Strindberg.
Watkins filma en estado de gracia con esa capacidad de integrar la ficción y el documental. Asistimos al milagro del cine y llegamos a pensar que pocas veces el arte cinematográfico se ha acercado a una personalidad artística de una manera tan deslumbrante, aunque esto no haya sido valorado en la bibliografía que atañe a las relaciones de la pintura y el cine. De hecho la película Edvard Munch no ocupa un lugar de excepción en el libro La pintura en el cine. Cuestiones de representación visual de Áurea Ortíz y María Jesús Piqueras donde el protagonismo de otros filmes pictóricos menores es mayor. Pintura y cine fueron, por cierto, protagonistas de un resonante texto baziniano publicado en 1951 en el que se refería al carácter centrípeto de la imagen pictórica frente a la naturaleza centrífuga de la imagen cinematográfica.
Watkins utiliza en Edvard Munch planos muy cortos de tal manera que sentimos el lienzo que se pinta, el proceso creador del artista, pero también sus idas y venidas sentimentales y vitales. El pintor que disecaba almas encuentra en la mirada de Watkins un aliado perfecto para desentrañar su búsqueda, su lucha por hacer que en sus cuadros se refleje la naturaleza humana en toda su amplitud y crudeza. Un artista -Watkins- dialoga con otro -Munch- reflejando hasta que punto el medio audiovisual puede ofrecer obras tan geniales como profundamente didácticas.
Tras ver la película me sumerjo también en la mirada de Giorgia Marras sobre Munch. Habito ese mundo de novela gráfica donde cada detalle también cuenta para llevar a buen puerto la empresa. No deja de ser llamativo el hecho de que artistas que hoy forman parte de la historia del arte hayan sido tan discutidos en incluso maltratados por los círculos de poder e influencia de la época. A Munch la critica le despreciaba, pero su obra fue prodigiosa porque captó la atmósfera desasosegadora de su tiempo. Y pintó como si se jugara la vida en cada trazo. Es ese arte que te interroga, que no te deja indiferente, nada que ver con esos pintores ágrafos de circunstancias aupados por círculos mediocres. Aquí en Cádiz podría citar más de un nombre.
El genio de Munch se encontró con el genio cinematográfico de Watkins que trabajó con actores no profesionales, pero encontró la verdad de cada plano, la esencia de lo contado, eso que hoy no es tan fácil de hallar por mucho que se encumbren series como si fueran la última maravilla de la creación. Edvard Munch es mucho mejor que todo eso. Pero la filma un cineasta británico para la televisión noruega y su belleza trascendente parece destinada a la contemplación de una minoría, la misma que supo adivinar el genio de Munch cuando la mayoría lo despreciaba.