Tiburón (1975)

Andaría pesándole en el vientre a mi madre cuando Tiburón empezó a rodarse. Importan las fechas porque el cine que nos habita tiene que ver también con los aconteceres personales. Tiburón, la primera película realmente determinante de Steven Spielberg tiene que ver y mucho con su impactante debut televisivo con Duel que aquí se llamó El diablo sobre ruedas. El manejo del suspense ya está en esa primera obra del cineasta.

Tiburón partía de una novela no precisamente memorable. Es decir, de una novela menor podía nacer una obra maestra, lección para quienes al ver una película salen del cine espetando que les gustó más la novela sin atender a que cine y literatura son dos lenguajes artísticos diferentes y exigen, por tanto, valoraciones independientes. Spielberg desbrozó aquellos aspectos que no le interesaban de la novela de Peter Benchley, simplificando el entramado político de aquella, para centrarse en el eterno enfrentamiento del hombre con la bestia, a la manera obsesionante del Moby Dick de Melville.

A partir de Tiburón nada fue igual. Spielberg logró una de sus películas más trascendentales e icónicas. Aún hoy las películas con tiburones asesinos han de rendir pleitesía a este clásico setentero, que sigue sin ser superado pese a las muchas secuelas reales o camufladas. La inquietante partitura de John Williams fue clave.

Tiburón pudo con todo, con un rodaje estresante y problemático, con las improvisaciones y cambios de guion, con la propia inexperiencia de Spielberg a la que contrapuso su precocísima genialidad. La secuencia de apertura deja ya conmocionado al espectador. Primera aparición del escualo y de la banda sonora de Williams.

Todo sucede en un entorno turístico y cotidiano, de playa y bañistas. El terror diurno irrumpe ahí con todas sus consecuencias. Visualmente Spielberg se maneja como pez en el agua, valga el símil tratándose de un filme acuático. Tiburón es una película ejemplar en la propia composición de sus planos y en la presentación de sus tres personajes principales, interpretados por actores tan eficientes como alejados del star system y de las portadas de Rolling Stone. Roy Scheider como el jefe de policía Brody, Richard Dreyfuss como el ictiólogo Matt Hooper y Robert Shaw como Quint, obsesivo lobo de mar cuya primera aparición ya es de por sí concluyente al afirmar que matará el tiburón si le pagan 10.000 dólares. Dreyfuss había brillado en American Graffiti de Georges Lucas y Shaw como secundario de El golpe de Georges Roy Hill con Redford y Newman en un mano a mano inolvidable.

Tiburón es una película de aventuras que se revela como tal en la segunda parte que transcurre en alta mar, cuando los tres protagonistas se suben al barco con el objetivo común de capturar al monstruo. Ahí empieza otra película de relaciones cruzadas, tan claustrofóbica como apasionante. El milagro de Tiburón es lo no mostrado o revelado. Spielberg logra un filme genial sin tener que mostrar al escualo más que lo necesario.

La temible e influyente Pauline Kael había calificado Loca evasión, la ópera prima de Spielberg, como uno de los mejores debuts de la historia del cine. Tener a Kael de su lado no era poca cosa dadas las circunstancias. Tiburón es una de esas películas de gestación y rodaje complicados que parecía predestinada al fracaso. Fallaban los tiburones mecánicos y el rodaje fue padeciendo retrasos inevitables. El propio Spielberg fantaseaba con librarse de la película, incluso barajando la posibilidad de autolesionarse. Lo que sea por un huir de aquella película imposible. Las crisis de Spielberg se cuentan en el clásico Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind que lo cuenta casi todo de la generación setentera que cambió Hollywood.

La película se salvó por la vía de la improvisación, pero las dudas se acrecentaban dado que el rodaje parecía que no iba a acabarse nunca. Spielberg aguantó y logró de manera casi heroica terminar lo empezado. Cuando se liberó de Tiburón la consecuencia fue un ataque de ansiedad, más que lógico dado lo que había padecido y aguantado para mantener a flote el proyecto. Lo que no imaginaba es que aquella película sobre la lucha de tres hombres contra un monstruo marino se convertiría en un colosal éxito en el que lo memorable no tiene que ver solo con las secuencias de tensión provocadas por el escualo, sino también por la relación que se establecen entre los tres hombres predestinados a darles caza. Como en esa maravillosa escena en la que cada uno de ellos muestra sus cicatrices o heridas de guerra y se cuenta el suceso histórico del ISS Indianápolis, el barco que transportó la bomba de Hiroshima al Pacífico. Este barco padecería el bombardeo de submarinos japoneses, provocando que la tripulación se lanzase al mar, siendo devorada en su mayoría por los tiburones.

En Tiburón, por tanto, importa la filmación de lo cotidiano, de la gente corriente, poniendo el dedo en la llaga en la estupidez de la clase política y de quienes anteponen el negocio turístico a la seguridad de los bañistas. Tiburón exige varias lecturas, sintomática además de la conmocionada sociedad norteamericana de mediados de los años setenta, la traumada por la Guerra de Vietnam o por el Watergate.

Tiburón, Jaws en su título mandibular original, podría entenderse como una obra de evasión, pero es mucho más que eso, sin ser nada pretenciosa. Por todo ello permanece como una obra maestra del cine y como la película que consagró a Spielberg como cineasta que había llegado a la industria para quedarse.