Supersónico Juanito
A Juan Gómez Juanito que hubiera cumplido 60 años y a Paco Tocón que fue su amigo…
Vi jugar al ídolo serpenteante en el Ramón de Carranza, algo sobrecargado de partidos y de batallas que parecían campales como aquella que devino en botellazo en Belgrado cuando Rubén Cano logró el gol agónico que valió la clasificación para Argentina 78. Se llamaba Juan y se apellidaba Gómez pero el mundo del fútbol lo llamó Juanito. El de Fuengirola combatió el frío mesetario en Burgos donde llegó procedente del Atlético de Madrid que no lo valoró suficientemente. En el Real Burgos maduró como futbolista de talento siendo parte importante del ascenso a Primera en la temporada 1975-1976. En la élite Juanito siguió desequilibrando, fintando, gambeteando. Su sino era llevar atado al pie el balón de reglamento, galopar cual alazán por la pampa húmeda, hasta encontrar el pase decisivo o el remate a puerta.
Juanito se fajaba contra el mundo. Genio y figura del balompié patrio, portada de los manoseados Don Balón que guardé en un cajón, parte de mi historia primera. Se hizo futbolista en campos polvorientos, en terrenos escasamente cuidados donde ya era milagroso conducir la pelota. Con el Burgos en Primera ganó a todos los grandes: al Madrid, al Barça, al Atlético que se proclamaría campeón de liga. El entonces Presidente del Burgos lo quiso vender al Madrid y no al Barça en un acto de servicio al que era su equipo y anteponiendo los colores al negocio. El ABC llegó a dar la noticia del inminente fichaje de Juanito por el equipo culé a cambio de 40 millones de las antiguas pesetas. Pero Juanito terminó en el Madrid firmando su contrato con un ágape en Casa Lucio en noviembre de 1976.
Juan Gómez no debutó de blanco hasta la temporada siguiente. Kubala lo había hecho debutar previamente con la selección española. En el debut frente a Yugoslavia -partido clasificatorio para el Mundial de Argentina- ya destacó forzando el penalti que daría el triunfo a la selección. Yo le recuerdo jugando en el Ramón de Carranza, trayendo tras de sí su aureola mítica, sus tardes de gloria en el Santiago Bernabeu y también algún que otro desliz inaceptable en el terreno de juego, fruto de su particular temperamento que el gran Lothar Matthäus sufrió en sus propias carnes en una infausta eliminatoria europea con el Bayern de Munich.
La novela de Juan Gómez terminó antes de tiempo. Temprano levantó la muerte el vuelo en una aciaga noche de carretera y manta por tierras extremeñas. Pero no habita supersónico Juanito la región del olvido. Sus fintas y regates memorables, su endiablada velocidad sigue estando en la memoria del aficionado. Sus gestas las cantó la poeta Ángeles Mora en un poema titulado «Se va mi sombra, pero yo me quedo».
Juanito llegó al Madrid el mismo año que Stielike, Isidro, Jensen, Sabido y Wolf, refuerzos para enderezar el rumbo algo perdido de la nave. Con Stielike tuvo también su particular historia, su vendetta pasados los años y los desencuentros. En aquella plantilla del Madrid a la que arribó se mezclaban veteranos con galones de mando como Benito o Pirri y otros más jóvenes pero ya importantes como Del Bosque o el gran Carlos Alonso Santillana (Charly, el Puma) con quien Juanito formaría una sociedad ciertamente admirable como corroboraría aquella jugada que ambos concibieron un 22 de octubre de 1983 en el Nou Camp. Yo iba a cumplir nueve años y recuerdo el centro de Juanito al área y el cabezazo de Santillana que dio el triunfo al Madrid. Pero antes de aquello aconteció el debut, los primeros acordes musicales de Juanito en el equipo blanco y los primeros triunfos.
La temporada 1977-1978 el Madrid ganó la Liga, cosa que volvería a realizar los dos años siguientes. Juanito ejercía de estilete con apariciones imponentes y con desafíos también imponentes como el que sostuvo con Helenio Herrera, entrenador del Barça a finales de los años setenta. Juanito era sumamente impulsivo, en el campo y fuera de él. ¿Quién hará callar a Juanito? se preguntaba La Vanguardia un 30 de noviembre de 1978 cuando el futbolista venía a decir que los contrarios se estimulaban cuando jugaban contra el Madrid. El inolvidable siete jugó dos Mundiales que no fueron precisamente memorables: Argentina 78 y España 82. En el Mundial de España fue cabeza de turco de la afición en el decepcionante debut de la selección frente a Honduras, presagio del naufragio posterior. A Juanito se le exigía más por su calidad, por su capacidad para desequilibrar un partido y tuvo también periodos en los que se le cuestionaba por su individualismo, por su mala cabeza y por su rendimiento desigual.
De él dijo el otrora Presidente del Barça José Luis Núñez que dejaba embarazada a las mujeres por las esquinas con la consiguiente incidencia judicial que quedó en nada. Juanito podía amar la noche y sus tentaciones pero también amaba el deporte que le hizo justamente célebre, ese amor a la pelota que se aprende en la calle.
El niño que fui recuerda las sucesivas estampas de Juanito y también anota azarosamente algunos de sus muchos goles. Por ejemplo los dos que le hizo a México en 1981 en el Estadio Azteca vistiendo los colores de España; o el que le hizo al Barça en el Nou Camp en partido de liga de la temporada 1980-1981 en un partido que terminó perdiendo el Madrid; o los tres que le endosó en un nevado Santiago Bernabéu al cancerbero de Las Palmas en partido de liga de la temporada 1979-1980. Los goles sucesivos, los sueños sucesivos, los cromos sucesivos, las nieves del tiempo plateando la sien y Juanito como un tango arrabalero, diáfano esplendor en la hierba en luminosos días ya remotos de remontadas históricas, de miedo escénico, de «centra Juanito y remata Santillana» en la voz inconfundible del locutor Gaspar Rosety o en la de José María García, testigo cercano del botellazo de Belgrado.
Fútbol es fútbol dijo Boskov que le entrenó. Uno vuelve a Juanito y vuelve al sol de la infancia, al preludio de la Quinta del Buitre, al corajudo y habilidoso siete que penó la noche de 1981 en la que el Liverpool le arrebató la Copa de Europa al Real Madrid. Uno contempla imágenes de las glorias deportivas pasadas y constata lo efímero de todo. Ese instante congelado de Juanito celebrando un gol en el Bernabeu, de la grada entusiasta y clamorosa, de los compañeros abrazándole, dibuja en sí mismo su música unánime, su épico poema resonante. Al mismo tiempo viene a dibujar lo fugitivo de la vida, de los momentos eufóricos que son parte del relato vivido o soñado.