Presentando a Joan Margarit y a Luis García Montero
(…)Papagayo verde: cántame en el balcón
lo que se pierde, que me lleve
tu canción hacia el olvido (…)
Cantamos al propio misterio. Queda por decir desde dónde cantar y esa es la búsqueda que cada poeta realiza a su manera. En eso consiste el estilo, la voz propia. El azar y el espejo componen un murmullo de chaquetas vacías. En las costuras duermen las posibilidades y sus sombras, el misterio del poema que pregunta al lector futuro por su vida.
El verso se escribe en la piel de los días, sucede muchas veces en el pasado, como la misma lluvia del poema borgiano. Cartas a un joven poeta, vida, amor y muerte escritas sobre los labios. El verso se sueña y se adueña de ti, de mí, de quien quiera presentirlo o habitarlo: es beso que rueda en la sombra, boca poblada de bocas, canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo. Verso que vibra en la garganta de estos dos poetas de ahora y de siempre, de estos dos poetas admirados que son a la vez la encarnación misma del poema que extiende las alas, deseo de ser antes poema que poeta, poema alzando la voz, distinguiendo voces de ecos.
Joan Margarit y Luis García Montero, Luis García Montero y Joan Margarit, dos grandísimos poetas, a quienes tengo el gusto de presentar esta mañana en esta acogedora Feria del Libro de Cádiz en la que he pasado tantos buenos momentos, a un lado y otro de la barrera, si se me permite el símil taurino aunque sean malos momentos para los símiles taurinos.
Cantan Luis y Joan al unísono, misteriosamente felices. El uno se recuerda niño asomado al balcón, niño que será poeta e intuye en el horizonte el verso futuro que escribirá. La palabra es un juego como el escondite, el pañuelito número uno o los tapones con cromos de futbolistas que se recortaban, cromos del Granada de tu memoria, el cromo de aquel goleador llamado Porta o el de Montero Castillo con su lentitud elástica. Padre e hijo cantando gol en Los Cármenes.
El poema salvará al hombre que no ha dejado de ser niño, le hará recobrar el pasado, encontrar la luz en el pliegue de la sombra. El uno se recuerda niño y el otro también, encaramado a lo más alto de una torre con el poema Primer amor viviéndose mucho antes de escribirse: “Triste Girona de mis siete años: en la posguerra los escaparates, descansando la frente en el cristal, miraba una navaja larga y fina…”.
Cantan Joan y Luis una balada dedicada a la muerte de la poesía pero la poesía no muere y hace renacer estampas que creíamos perdidas y entabla un diálogo con quienes ya no están. Y sentimos como propio el duelo por Joana: (“Duerme, Joana, esta es nuestra casa y todo lo ilumina tu sonrisa”) y sentimos también la pregunta que tiene como destinataria a Irene (¿Conoces ya la tinta meditada de la primera luz…?”), Elisa, Irene, Mauro, cada cual con su puerto y con su lluvia. Los hijos crecen con espinas. Un hijo es el segundo país donde nacemos.
Hijos de los poetas alumbrados de pronto en el fogonazo del poema. Las hijas de los poetas y los propios poetas que marcaron antes el camino a seguir. A Federico con unas violetas, a Joan Maragall para quien un buen poema debía ser compasivo porque la compasión resulta imprescindible si buscas la decencia. La decencia del verso que quiere ser machadiana palabra en el tiempo. La ética del verso que no se rinde, que no pacta con modas y arraiga en los otros.
Luis García Montero, Joan Margarit, cruzándose versos, calculando estructuras en habitaciones separadas desde cuyas ventanas se divisa un jardín extranjero. Flores del frío o primer frío, bufanda anudada al cuello por el Paseo de los Tristes. O Cançó de bressol que cantaba la madre al pie de la cuna, poesía oral para comenzar la vida:
“Hoy te recuerdo así / como los días sin colegio/ bandera hermosa de un país difícil/ lluvia delgada de los sábados”;
“Recuerdo que una vez me levanté de madrugada/ y tú estabas allí en la oscuridad/ sentada en la cocina/ igual que una gaviota en una grieta/ de la roca durante el temporal”.
Tiempos de posguerra, de atardeceres, de canción resistente, de copla mecida en las aguas del Darro, de viajeros insomnes por la Rambla, de tramontana y autorretrato con mar o sin mar donde mora la gaviota o el vencejo, tanto da.
Poesía necesaria como el pan de cada día. Un mal poema ensucia el mundo. La poesía juega a besar los labios de la muerte porque necesita el otro beso, el de los labios que murmuran “levántate y anda”. El elogio de la poesía no es un ejercicio de legítima defensa, sino una justificación de su sentido. Defender la poesía, hacerse poesía, clavar la poesía en el océano de tu pupila azul. Si el poema conmueve lo hace a través de los ojos del lector o de la lectora. Como si cada vida fuera un pozo desde el cual bajar a una única corriente de agua.
No existe el corazón de nadie al fondo de un vaso, ni el barco de las botellas, ni los desnudos que ruedan abrazados como un planeta en la noche del universo. La poesía ha muerto y cada uno de sus conjurados desaparece en el espejo. En los huesos del tiempo no hay ternura.
Se me cruzan los versos de Luis y de Joan, los intercambio, los mezclo como intercambio las ilustraciones de Josep Subirachs para La sombra del otro mar con las de Juan Vida para Balada en la muerte de la poesía.
Hay libros que no terminan nunca de cerrarse: canción de brujería, primer día de vacaciones (“nadaba yo en el mar y era muy tarde…) con gente en la playa como esa mujer que busca la arena y el mar junto a un muchacho que va en silla de ruedas. Miradas del poeta al que nada de lo humano puede serle ajeno. La poesía es inútil sólo sirve para cortarle la cabeza a un rey o para seducir a una muchacha. La poesía es hoy la última casa de misericordia. Poesía necesaria como el pan de cada día.
Y ella, tan esquiva a veces, tan resbaladiza, hoy nos convoca y nos hace decir “Si alguna vez la vida te maltrata/ acuérdate de mí/ que no puede cansarse de esperar/ aquel que no se cansa de mirarte”. La poesía de Luis García Montero que me fue útil tantas veces, que me protegió contra la tormenta, que ya citaba como referencia en mi primer poemario: La pared íntima.
O la poesía de Joan Margarit de momentos compartidos: ¿Te acuerdas, Joan, de aquella dedicatoria de tu libro Joana aquí en Cádiz cuando grabaste tu participación en el documental En medio de las olas dedicado a mi padre, también poeta? Fue en el Hotel Atlántico y me escribiste esto tan hermoso:
“Para Luis, estos poemas de amor escritos desde la muerte. Ante esta cristalera de Cádiz donde un día escribí el poema El alba en Cádiz, donde hoy he recitado un espléndido poema de José Manuel García Gómez. Con afecto para los vivos y para los muertos de tu Joan. 5 de febrero de 2009.
¿Y recuerdas aquella presentación en Barcelona de mi libro Serrat, cantares y huellas con nuestro querido Joan Manuel Serrat en primera fila y con Silvia Pérez Cruz cantando una conmovedora versión de Pare? Momentos de la vida, milagros de la escritura cómplice.
Padre decidme qué le han hecho al río que ya no canta. Resbala como un barbo muerto bajo un palmo de espuma blanca (…)
Le recuerdo indefenso acercándose al final. Pero en traje y corbata aún parecía como si mandase. Tenía mucho miedo: en cambio transmitía, elegante, una nueva dignidad mientras tomaba ya la última curva…
Junto al reloj de oro de tu boda llegó a nacer mi tiempo/ junto a los uniformes de soldado/ el desaliño de mi letra/ y junto a la canción entonada en el coche/ feliz y colectiva como un himno/ una tristeza de muchacho/ que prefiere quedarse un tono por detrás/ condenado a vivir las soledades.
Vivir las soledades y los poemas que nos pertenecen, que son parte de nuestras lecturas más íntimas. Maneras de estar solo, maneras de hallarse en el verso que aviva el recuerdo, que atraviesa la tarde con el eco de su canción iluminada.
Poetas que se dedican versos, que funden sus mundos líricos en uno solo. Joan Margarit dedicándole su poema “Mujer de primavera” a Luis García Montero donde canta aquello de “Triste quien no ha perdido por amor una casa…Me importa lo que sucede en la noche estrellada de un verso”. García Montero que le dedica a Margarit “Merece la pena: un jueves telefónico”: El teléfono tiene rumor de barco hundido.
Las estrofas de ambos se me enredan entre los dedos manchados de café dominical y de ternura. ¿Mientes los poetas y los dioses? ¿Resisten dos soledades juntas las palabras? ¿Es preferible ser un buen poeta olvidado que un mal poeta laureado? ¿Basta la vida para justificarse? ¿No será que este tiempo no nos pertenece? ¿No es acaso la vida un signo de interrogación? Hablamos de amor y de poesía ¿No es acaso lo mismo?
Hoy no será completamente viernes pero como si lo fuera. Feliz de presentaros, de daros la palabra y de que llenéis de poesía esta mañana de domingo en la que campea mayo amoroso y el amor ronda majadas, ronda establos y pastores, ronda puertas, ronda camas, ronda mozas en el baile y en el aire ronda versos, versos de Luis García Montero y de Joan Margarit.
(…)Papagayo verde: cántame en el balcón
lo que se pierde, que me lleve
tu canción hacia el olvido (…)
Feria del Libro de Cádiz, 8 de mayo de 2016. Las fotos que acompañan al texto de presentación son de Fernando Fernández.
Precioso artículo lleno él mismo de poesía, de principio al final. Gracias Luis por hacer que la poesía se haya clavado en el océano de mis pupilas antes de cerrar los ojos esta noche y disfrutar de ella con estas preciosas palabras.
Gracias Ana por dejar tu cariñoso comentario. Un beso.