La conversación
Tengo la misma edad que Harry Kaul en La conversación, el reputado y solitario técnico de sonido al que daba vida Gene Hackman en la obra maestra de Francis Ford Coppola. La primera vez que vi esta película debía andar en esa incierta edad de la adolescencia. Ahora me enfrento a La conversación en la travesía de los cuarenta.
Coppola alumbró La conversación entre el primer Padrino y el segundo. En apariencia es una obra pequeña en comparación con lo que proyectan los dos Padrinos. Pero no es así al tratarse de un proyecto muy personal que venía de lejos y que es consecuente con la dimensión autoral del cine de Coppola que alcanzó su cima creativa en los años setenta, un década apasionante en lo cinematográfico.
Me acordé al revisar La conversación de lo que decía sobre ella Carlos Aguilar en su Guía del Cine calificándola de sobrevalorada y tosca. No se trata de matar al padre. Aguilar fue uno de los padres de esa cinefilia adolescente de quienes nos asomábamos con cierta fascinación a su Guía del Video-Cine y buscábamos libros de este mismo corte en el mundo anglosajón hasta dar con su equivalente en las guías de Leonard Maltin. Con el tiempo nos dimos cuenta de lo arbitrario de algunas recensiones de Aguilar. La gracia de su guía podía estar ahí, en su mirada subjetiva y su titánico esfuerzo compilador pero algunos criterios eran más que discutibles. Y esa mirada a La conversación, por ejemplo, retrata su impericia a la hora de valorar determinadas películas. Y esa obra de Coppola es clave en la filmografía de Coppola y del cine norteamericano de los años setenta. Hasta Maltin lo sabía que le otorgaba cuatro estrellas a La conversación.
La película ha soportado muy bien el paso del tiempo. Gene Hackman está espléndido en ese registro melancólico y atormentado. Harry Caul se refugia en la música. El jazz le evade de su minucioso trabajo en el que irrumpe en las vidas ajenas sin plantearse hasta que punto sus grabaciones dañan otras vidas. El asedio a la privacidad es un tema vigente. Harry Caul se pregunta por las consecuencias de sus grabaciones. Empieza a inquietarse por ello. Toda la película gira en torno a esa angustia del personaje protagonista.
Coppola firma una obra audaz rodada en el contexto del caso Watergate que se llevaría por delante al presidente Richard Nixon. El cineasta cuenta con aportaciones tan significativas como la de Walter Murch que figura en los créditos como montador de sonido. En el reparto figuran John Cazale y Robert Duvall que estaban en El Padrino.
La conversación es un proyecto lejano que surcaba la propia infancia del cineasta italoamericano. También lo inspiraba el cine y la literatura. De ahí las conexiones con Blow up de Antonioni y El lobo estepario de Herman Hesse. La secuencia de apertura es fruto de la maestría de Coppola. Una pareja pasea por un parque de San Francisco. Se aman sigilosamente. Se saben observados y actúan con precaución. Tres hombres graban sus conversaciones con micrófonos ocultos, entre ellos Harry Caul. La intromisión en la vida privada, en la intimidad, conforma una sociedad carente de escrúpulos que manipula constantemente la realidad. De ahí también que La conversación sea anticipatoria en muchos sentidos.
Coppola filma con precisión. Harry Caul purga sus penas en un confesionario. El jazz le aleja de su propio desvalimiento, de su soledad e introversión crecientes, de esa paranoia que le convertirá en cazador cazado. No puede amar ni ser amado. Su propia odisea termina en el infierno mismo de su apartamento cuando él mismo se siente vigilado. Es un final deslumbrante en una obra despojada de artificios, que no concede ninguna concesión al público. Conviene recordarlo ahora que obras fáciles como la ejemplar –en otros sentidos- Campeones refrenda cierta vía escogida por el cine español para consagrarse en los Goya, premios que como los Oscar empiezan a tener poco de cinematográficos o de lo que uno entiende por un cine que aspira a dejar huella artística. Por eso La conversación desconcertó a más de un crítico y a cierto público adocenado, pero no al jurado de Cannes que distinguió a la película con la Palma de Oro.