Ferias del Libro
Reconozco que prefiero las librerías a las Ferias del Libro que entiendo cumplen su función, aunque el término feria en sí mismo me resulta bastante desacertado y hasta el DRAE le da escasa consideración libresca. En alguna ocasión dije que iba a firmar a la feria y más de uno y más de dos me miró con extrañeza, con lo que tuve que especificar que donde el menda iba a firmar era en la Feria del Libro y no en un recinto ferial entre rebujitos y sevillanas estentóreas.
En estos días se celebra la bulliciosa Feria del Libro de Madrid en la que viví tres experiencias. La primera, con mi libro dedicado a Atahualpa Yupanqui, me tocó firmar al lado de Antonio Gala que me miraba de reojo con cierta desconfianza. A Gala nunca le faltaron filas de lectores deseosos de llevarse a casa el libro dedicado, incluso aquella vez en la que coincidimos en la que ya habían quedado atrás sus días de gloria literaria. Aquella primera vez todo me pareció especial. Disfruté del ambiente, pese al calor sofocante.
De mi segunda vez en la parafernalia de la Feria del Libro de Madrid mejor no hablar. Firmaba en la caseta de la librería El Argonauta. Tuve la temeridad de hacerlo con el libro que dediqué a Joan Isaac, pero ni siquiera pudo acompañarme Joan Isaac. Un absoluto desastre. Me confundieron con el dependiente de la librería. Cosa normal en el batiburrillo ferial. Y bueno, uno tiene alma de librero, con lo que aquella confusión no me la tomé a mal, ni mucho menos.
Me saqué la espina gracias a Luis Eduardo Aute. Con él firmé ejemplares de Aute, lienzo de canciones en la Feria del Libro de Madrid de 2016. Pasamos un rato estupendo conversando con lectores y seguidores del cantante. Aute no dejó de darme mi sitio en todo momento cuando alguien solo buscaba su firma y no buscaba la mía. Les decía, que el autor del libro era yo, y ensalzaba mi labor. Aquella experiencia la llevaré siempre conmigo, en la víspera, por cierto, de la final de Champions del Real Madrid con el Atlético de Madrid que Aute, poco futbolero, trataría de disfrutar en casa de su amiga Pastora Vega. Entre los que pasaron a saludarnos aquella tarde libresca en el parque del Retiro me acuerdo especialmente del polifacético Gonzalo García Pelayo, del músico Luis Mendo o de la escritora uruguaya Mireya Soriano. Luego, de aquella firma, la cosa desembocó en una agradabilísima cena con Javier Ikaz y Jorge Díaz, los autores del fenómeno editorial Yo fui a EGB. Lo pasé bien, para qué negarlo.
Una vez sumadas estas experiencias cada vez me siento más alejado del barullo de las Ferias del Libro en las que muchos autores penan en casetas sin encontrar apenas público lector esperando algún alma caritativa que se acerque a hojear su libro. Estamos en un mundo en el que cualquiera escribe y firma, pero falta un buen público lector que sostenga el tinglado de una manera razonable. Hay quien se arrastra hasta la Feria del Libro de Madrid desde alguna remota provincia, pagándose todos los gastos del viaje y la editorial de turno no tiene la delicadeza de asumir esos gastos. Es una realidad que se oculta, pero existe. Como también hay que asumir la realidad de los influencers y los youtubers que te hacen un libro de una sentada y tienen seguidores a mansalva.
Pero yo quería referirme a esos autores ilusos que con cierta rimbombancia nos quieren hacer creer que han firmado tantos libros como Pérez Reverte, mientras no son capaces de advertir la provisionalidad de todo. ¿Quién se acuerda de Fernando Vizcaino Casas y de su interminable firma de lectores en plena vorágine de la transición democrática? Hoy sus libros sufren el olvido, descatalogados, parte del aluvión de ejemplares de saldo de una librería de viejo. En su dietario Un día menos Vizcaino Casas era capaz, en medio del éxito, de advertir que todo aquel suceso coyuntural en torno a sus libros iba a terminar pronto. Por tanto, relativicemos a los autores de éxito.
Ante el ruido ensordecedor de los feriantes busco perderme en una buena librería. Hace tiempo comprendí la volatilidad de la escritura, la dificultad de burlar la endogamia de un mundo en el que también anidan intereses poco edificantes. Demasiados libros escritos por escritores que no leen. Demasiados egos a plena luz del sol sin sombra para cobijarse del tedio de las innumerables casetas. Demasiadas colas para esperar la firma del último autor mediático, seguramente inane, que será reemplazado por el siguiente autor mediático, seguramente más inane.
Al final las Ferias del Libro me producen cierta tristeza. Reflejan, en parte, el vacío, la ligereza y la vacuidad del mundo que nos rodea. No me sirven de refugio. Y es verdad que ya ni me invitan a ellas o si lo hacen suelo mostrarme reacio a lo que considero un absoluto paripé. Bien por aquel que vea algún rédito o satisfacción en todo esto. Bien por aquel que no haya sido confundido en su caseta por el librero de turno. Disfruten, si les merece la pena. En mi caso me quedo escribiendo y leyendo. O visitando a mi librero de confianza, ese que me espera en la Plaza de Mina, en la librería Manuel de Falla.