Evocación novelada de Mi noche con Maud (A Jean Louis Trintignant in memoriam)

TE LLAMARÉ FRANÇOISE, le dije. Y vieron juntos Mi noche con Maud en una cinta VHS.  Le mostré una novela en la que estaba trabajando, Muerte de un cineasta, sobre un hipotético encuentro del cineasta sevillano Gonzalo García Pelayo con el cineasta francés Jean Eustache en el París de los años setenta. La leyó. “Demasiado triste” -me dijo-. “Que esperabas, si Eustache se suicidó”, me defendía de tanta tristeza.  Claro que Gonzalo era otra cosa, cineasta del hedonismo underground, me dijo, que ha dejado el cine tal vez para siempre. Yo quería mezclar Vivir en Sevilla con La mamá y la puta. Fracasé y lo admití. Demasiado para un novelista principiante.

Me acuerdo de aquella Mi noche con Maud compartida. Tercer cuento moral de Rohmer. Fumamos y bebimos. “Fíjate en la fotografía en blanco y negro de Almendros” -me dijo- y me sonrío, como solo ella podía sonreírme, como nadie más supo sonreírme en la vida. Algún día te llevaré a Clermont-Ferrand me decía. “Buena gastronomía y volcanes y también historia…” y volvía a sonreírme.

La primera música que suena en Mi noche con Maud son las campanas de su catedral. Jean Louis Trintignant sale de misa. Pasea por la calle. Trajeado, con un abrigo largo, gesto serio. Es invierno. Conduce su coche por las calles estrechas y empinadas de la ciudad y sigue a una muchacha rubia que va en bicicleta. Ese es el comienzo de este cuento moral.

Ella deja caer la cabeza en mi hombro. La película avanza. Esperamos la aparición de Maud. Ella es la película. Ahora es de noche. Es Navidad en Clermont. Trintignant entra en una librería. Le gustaba anotar este tipo de detalles librescos en los cuadernos. Si algún día iba a Clermont entraría en esa librería o en otra parecida, y haría como Trintignant y hojearía un ejemplar de los Pensamientos de Pascal y buscaría infructuosamente esa edición con anotaciones de Jacques Chevalier y prefacio de Jean Guitton. Pascal, la nieve de Clermont, el estudio matemático, el calculo de probabilidades, el tiempo y el azar, la herencia católica y la inminencia de Maud.

Almendros contó en Días de una cámara los procedimientos técnicos empleados en la película para rodar de noche en las calles solo iluminadas por farolas con el uso de pequeñas lámparas de cuarzo con una batería portátil. El blanco y negro daba unas posibilidades que el color no hubiese permitido. Clermont es una ciudad gris en invierno. Le iba bien ser filmada en blanco y negro.

Trintignant, es decir su personaje, se encuentra con un amigo. Hablan de Pascal, del sentido de la historia, de catolicismo y marxismo. Se citan en un concierto. Rohmer nos muestra el teatro en toda su magnitud. Llega la música. El violín dulcemente acariciado por las manos del músico. La partitura mozartiana. Rohmer y Mozart. Todo encaja.

Yo busco el pecho que me revela la camisa abierta de mi Françoise sevillana. Ella me mira y me dice: “Luego…”. El amigo de Trintignant le va a presentar a su amiga divorciada. Maud va a aparecer. Trintignant la espera tras la misa del gallo. El encuentro se pospone. No será esa noche. Quizá al siguiente día. Es una mujer muy bella, le dice el amigo puritano al puritano Trintignant. Maud -lo sabe- va a trastornarle.

Sabemos por este amigo que es doctora y que su ex marido se fue a Montpellier. A mí Montpellier me evocaba a las majorettes que venían a Cádiz cuando las Fiestas Típicas, antiguos Carnavales, para desfilar en la cabalgata. De ellas me hablaba mi padre. Las majorettes con sus piernas al aire eran un deseo inconfesable en medio del gentío, de la serpentina, del bombo, la caja y la chirigota con su trabalenguas chispeante.

Y de pronto, el apartamento de Maud que fue construido en un pequeño estudio de la rue Mouffetard de París. Y la aparición de Maud, vestida de negro saludando efusivamente al amigo y siendo presentado a Trintignant, a su personaje. “Parecéis dos adolescentes” dice Maud. Ahí empieza realmente la película. El negro del vestido de Maud, incluidas sus medias, y el blanco del cubrecama, de las lámparas, de las rosas. Todo muy estudiado por Almendros. “En las películas de Rohmer los personajes se mueven poco, con frecuencia están sentados. Es más fácil iluminar planos estáticos”.  Otra observación de Días de una cámara, memorias del director de fotografía.

Mi noche con Maud avanzaba. Por el balcón abierto de aquella casa podía sentirse el rumoroso río pasar, la levedad del otoño y el fluir del tiempo y de la vida. Éramos dos enamorados. Yo quería ser Trintignant por Clermont y ella quería ser Maud. El cine y la vida. ¿Qué había sido de aquella Françoise Fabian tan luminosa, filmada en blanco y negro? ¿Y de Trintignant? Actores y actrices de los febriles años sesenta, que en aquel momento rozaron la eternidad, con los rescoldos poderosos de la Nouvelle Vague en la comisura misma de los labios. Se sabían en cierto modo eternos, partes de un cine irrepetible.

Maud enciende un cigarro. Conversa y seduce con la palabra. Habla de su hija que tiene ocho años. ¿Es usted católico, católico practicante? le pregunta a Trintignant, que asiente. Maud es de familia librepensadora. Dice que no está bautizada. Ha leído a Pascal y le cita. El hombre es una caña pensante, los dos infinitos etc. De pronto la cena y el vino compartido, un Chanturgue propio de la región. Ella le dice que beberán ese vino, que irán a Clermont para beber ese vino y entrar en esa librería y buscar el ejemplar de Pascal. El viejo Pascal que nació en Clermont-Ferrand en 1623 y murió en París en 1662.

Maud no deja de fumar. El amigo de Trintignant está a punto dejarle solo con Maud. Pasarán la noche juntos, pero no pasará nada. No habrá sexo entre ellos. Rohmer logró en Mi noche con Maud un éxito de crítica y público. Lo segundo fue llamativo porque la película tocaba un tema no precisamente fácil y usaba el blanco y negro y huía de la espectacularidad y Pascal era como un personaje más, un conversador en la sombra e incluso un jugador filosófico y matemático que escribía sobre las apuestas: “En todas partes donde hay infinito y donde no hay una infinidad de posibilidades de pérdida contra las ganancias no hay nada que equilibrar, hay que darlo todo y así cuando se nos obliga a jugar hay que renunciar a la razón…”.

Néstor paseando por Clermont o por la ciudad fluvial, en territorio azaroso, Néstor retratando a Françoise Fabian, mientras ella enciende misteriosa, inasible, otro cigarro. Néstor mucho antes de los agasajos, de la decadencia del cuerpo enfermo, cumpliendo un sueño tras recibir la llamada de Truffaut para que se una al rodaje de El pequeño salvaje, porque le había gustado mucho su fotografía en blanco y negro de Mi noche con Maud.

Siempre duermo desnuda -dice Maud- Y el adolescente que fui se estremece ante esa confesión que le erotiza. Trintignant, su personaje, afirma que las matemáticas alejan de Dios, que son un pasatiempo intelectual. Lo anoto en uno de los cuadernos mientras miro a mi Françoise Fabian sevillana que busca la huella de Néstor en cada una de sus películas, con el que sueña mientras le persigue por un París fantasmal, jazzístico, cortazariano, como de Rayuela.

Nieva sobre Clermont. El amigo de Trintignant quiere irse, pero nieva abundantemente. Empieza verdaderamente su noche con Maud que le insiste en quedarse. ¿Quién en su sano juicio renunciaría a la bella Maud? Trintignant lo hace. Vence la tentación. “Lo que le importa es su respetabilidad” le dice Maud a Trintignant.  Y le califica de cristiano vergonzoso y de Don Juan vergonzoso.

Maud en la cama. Trintignant de pie, brazos cruzados y una lámpara encendida a su lado. Sigue la conversación. La noche nevada avanza en Clermont. También en la ciudad fluvial otoñal, la ciudad en la que una profesora de cine busca al dueño de la luz entre las sombras de una tesis trenzada a trompicones. Y un alumno universitario abraza una entelequia, un amor fugaz de los que perdurarán toda una vida, como el que Trintignant siente por la misteriosa Maud, pero no lo sabe.

Ingeniero, 34 años, católico, 1’72. El personaje de Trintignant se describe. Maud pide otro cigarro. De pronto Rohmer nos muestra un primer plano de Maud. Rotundo, bellamente expresivo. Ese rostro de mujer lo contiene todo. Néstor está ahí para iluminarlo. Entre tanta verbosidad, la imagen de Maud sostenida en el plano es lo único importante. Dan ganas de bajar el sonido, de renunciar a lo que dicen, y solo observar a Françoise Fabian en la luz inmortal con la que Néstor la baña y la acaricia fotográficamente.

“¿De verdad quiere que le cuente mi vida? -le dice- Yo tenía un amante. Y mi marido una amante. Una chica como usted, muy moral y católica. Pero yo la odiaba más que a nada en el mundo. Creo que ella estaba loca por él. Yo también lo estaba. Lo hice todo para que rompiese, fue mi única buena acción…”.

Rohmer no pierde de vista a Maud. La conserva en un primer plano poderoso. Al hablar de su amante se refiere a que no tiene suerte. Era el hombre de su vida, médico de profesión, terriblemente alegre. Murió en un accidente de coche. Su coche derrapó sobre el hielo. Las cosas del destino.

Trintignant saca la caja de cerillas y enciende otro cigarrillo. Cine de fumadores compulsivos que no se podría entender sin el tabaco y el humo que sostiene la conversación. Maud le invita a meterse en la cama, pero sin necesidad de tocarse. Prefiere el sofá y una manta que le cubre.  Maud se queda desnuda bajo las sábanas. Pascal ya se ha ido a dormir. La noche con Maud es una posibilidad que se lleva el viento, aunque Trintignant, su personaje, termine compartiendo cama con Maud y a la mañana siguiente sus cuerpos parezcan encontrarse, sus labios besarse bruscamente, pero el hombre puritano terminará rechazando lo que muchos mortales no rechazarían. Los dones de Maud.

Esa noche sevillana yo mismo acaricié aquel cuerpo que no me fue negado y pensé en la nieve de Clermont, en los inviernos de Clermont, en los coches llenos de nieve de Clermont, en Néstor y en Rohmer planificando Mi noche con Maud, en Trintignant , su personaje, abordando en plena calle a la muchacha rubia que iba en bicicleta, tan distinta de Maud, y con la que terminará casándose.  Pensé en mi padre nacido el mismo año que Néstor, leyendo a Pascal en su despacho con una pipa en los labios y pensé, finalmente, en La Lupe cantando. Como si todo convergiera de algún modo:

Igual que en un escenario,

finges tu dolor barato,

tu drama no es necesario,

ya conozco ese teatro.

Mintiendo, qué bien te queda el papel,

después de todo parece,

que esa es tu forma de ser (…)