España invertebrada

La tramontana o el garbí, vientos del pueblo como tonadas melancólicas en verbenas remotas. La sardana en la sangre. Bandera negra al cor de mi querido Joan Isaac. Mil años hace y unas horas que con manos trabajadoras se amasa un pueblo de aluvión. El problema catalán, tan viejo y ancestral. España invertebrada de Ortega y Gasset que parece escrito ayer. La razón desangrándose en una acera por el uso desmedido de la fuerza. Los intereses políticos, la herida abierta de los nacionalismos obtusos. O estás conmigo o estás contra mí. O con Lluis Llach y su sempiterna estaca o  con Joan Manuel Serrat, como antaño, como en el tardofranquismo de los puros e impuros de la canción catalana.

El acoso y derribo a los equidistantes, a los que han de tomar partido aunque no les gusten los partidos en litigio, cuando lo que debería imperar es el término medio aristotélico, cuando ahora debe ser el tiempo de la mesura, de comprender al otro, y no de los sentimentalismos ni de las banderas febriles y exaltadas. Cataluña en la palma de mi mano como un tesoro andado, como un sueño habitado, en mis lecturas de adolescencia, en la Nova Cançó de la memoria musical, en las novelas de Marsé o Mendoza, qualsevol nit pot sortir el sol. Con mi padre leyendo a Espriu en un rincón del tiempo. La pluja en los cristales, el mar muy cerca y la lengua catalana resonando, viva y poderosa, hermosa y clara.

Duelen las imágenes de la policía armada, duele la España cerril, pero también duele la pureza de los que también son intolerantes e inmaculados en la defensa de lo propio e identitario, como si no existieran los matices, como si fuera tiempo de seguir poniendo fronteras y distancias entre semejantes. Las dos Españas pero también las dos Cataluñas. Que nadie se salva de ciertos atavismos. Allá cada cual con su discurso excluyente, con su verdad incuestionable, única, disfrazada de tolerancia. La Cataluña democrática, la España fascista. A simplificar se ha dicho. Sin matices posibles sin otros tonos.

Vientos del pueblo nos lleven. Las lágrimas de Piqué pidiendo diálogo. El Rey y su discurso inmovilista. Tardá y sus arengas. Los escrutinios más falsos que la falsa monea que de mano en mano va y ninguno se la queda. Los fanatismos que irrumpen hasta en las escuelas donde los niños aprenden una historia siempre tergiversada donde el mito derriba la verdad como un hacha derriba a un árbol.  Todos en posesión de la verdad.

Entristece que no aprendamos de los errores pasados y unos y otros se instalen en un nacionalismo de aldea. Gentes dudosas que sacan a pasear su instintivo viva España contra el otro, sin atender a una España plural, de identidades y sentimientos que no se deben pisotear.  Y también tipos como Rufián, chulescos y encanallados, para quienes el que no piensa como ellos es directamente un facha. Izquierdas llamando a Otegui hombre de paz. Todos en el mismo fango del pensamiento único llenándose la boca con la palabra democracia.

Es lo que hay, es lo que tenemos. País de garrotazos y trifulcas, de corrupciones tapándose tras el fragor de los abanderados.  No hemos aprendido nada. Morimos un poco en cada insulto, en cada linchamiento, en cada defensa ciega de lo propio. Guerracivilismo de taberna a golpe de tweet. Exabrupto sobre la abierta herida del pensamiento cercenado. Patrias a imagen y semejanza de los manipuladores.

Uno es de donde ha amado la vida. Y yo he amado la vida en Cataluña, en Barcelona, donde guardo amigos y querencias irrenunciables, presentaciones de libros, caricias y afectos. En la amistad no debieran existir bandos. Que los exacerbamientos no nos separen. Que la vida siga siendo el placer de coincidir y de encontrarse. Más allá de las diferencias. Más allá del dolor televisado, de los desmanes e irresponsabilidades de los políticos, del cansancio de ser hombre y de ser patria o bandera. Mejor sería ser poema de concordia y discurrir como un río. Fugitivamente, amorosamente. Un poema urgente que florezca en los labios otoñales y acabe con tantos desencuentros.