El virus de Sálvame
Dice Jorge Javier Vázquez que se lleva muy bien con Bertín Osborne pese a estar en las antípodas. Lógico que haya buen rollo, ambos encarnan un populismo televisivo estomagante, y no por casualidad comparten cadena. Vázquez espeta lo de rojos y maricones para regocijo de la izquierda desnortada de nuestros días. Nos cuela el marxismo en prime-time, mientras habla de un tal Merlos, de una tal Alexia, de una ex concursante de Gran Hermano, para seguir adelante en este circo mediático de leones rugientes que hace de oro al famoso indolente, porque el comunismo debe ser esto.
Y por ahí aparece un doctor en Medicina, Cirugía y Ufanidad llamado Jesús Sánchez Martos que a poco que se despiste va a terminar enredado con Merlos y con Alexia y con la ex concursante de Gran Hermano. La televisión era esto, el rojerío era esto, el comunismo era esto. Vientos del pueblo me llevan hasta el plató de la hoz, el martillo y las barricadas de Sálvame limón, naranja y deluxe.
Ya el periodista Vicente Verdú, que en paz descanse, dedicó una loa-boutade al espacio situándolo en la órbita de Tennessee Williams que aparece, por cierto, en ese espléndido libro de Olivia Laing titulado El viaje a Echo Spring. Por qué beben los escritores. Laing debería dedicar su próximo empeño a Sálvame, a los personajes que pululan por su plató, al chicle estirado de la farsa perpetua en la que basan sus historias y enredos.
A poco de salir mi libro de Marisol recibí una llamada del programa. Recuerdo que estaba a punto de almorzar. Me dieron la tabarra durante media hora buscando carnaza, sensacionalismo. En el fondo les importaba un bledo mi mirada respetuosa al personaje. Mientras yo trataba de hablarles de Marisol como personaje musical, cinematográfico, sociológico, ellos buscaban el morbo. Dedicaron ese día un infame programa al mito del que afortunadamente no formé parte porque no les di el más mínimo juego.
Para algunos Sálvame es esa cosa evasiva, genuina, que hay que respetar porque tiene una audiencia masiva y entretiene. El concepto de entretenimiento televisivo ha ido devaluándose con el tiempo hasta extremos inauditos. Como fenómeno televisivo ad nauseam Sálvame tiene sus partidarios y a los políticos de todo signo y condición les gusta darse su baño de populismo en el programa si tienen ocasión. ¿Se acuerdan de aquella comparecencia de Ada Colau?
El confinamiento genera monstruos, pero Sálvame es un virus que lo aguanta todo, pese a la zafiedad de este modelo televisivo basado en el cotilleo más infame, en la compra y venta de exclusivas de personajes que no siendo nadie se lucran como nadie.
Y ahí están los palmeros entusiasmados en Twitter porque Jorge Javier Vázquez dice que Sálvame es cosa de rojos y maricones. Han faltado años y leguas para enterarnos en Tele Vasile de lo mucho que le debemos a Jorge Javier como generador de conciencias de la plebe. Mientras tanto la cultura sigue al borde del precipicio, sin nadie que la cante y que la ampare, más confinada que nunca. Pero eso es harina de otra costal. El país puede irse a la mierda pero siempre nos quedará Jorge Javier Vázquez para recordarnos que lo suyo es un programa de rojos y maricones.