El Cádiz de Sergio González

  Nunca profesé esa religión que pretendía convertir a Álvaro Cervera en el mejor entrenador de la historia del Cádiz y que sentía su destitución como un apocalipsis. Aquellos tweets de enero de 2022, algunos tan ditirámbicos como el del periodista José Yélamo, olvidaban lo fundamental, que el Cádiz podía jugar a otra cosa y no desdeñar el manejo de la pelota, como hacía, por otra parte, el Cádiz de Víctor Espárrago, indudablemente mucho mejor entrenador que Cervera, y parte de la historia del mejor Cádiz balompédico, el de los años ochenta.

Sergio González manejó otro discurso futbolístico y tuvo que bregar con la desconfianza de buena parte de la afición. Cabe recordar, ya que la hemeroteca no miente, las manifestaciones de aficionados contra la destitución de Cervera y la frase de marras, tan rebosante de gaditanismo ultra dirigida al presidente Vizcaino, invitándole a irse a Sevilla. Los que de esa guisa se manifestaban pedían que el club no perdiese su idiosincrasia que a saber lo que entienden algunos por idiosincrasia a estas alturas de la película y de la inexorable realidad balompédica. Mientras la afición dudaba acaloradamente del cambio, los jugadores fueron saliendo a la palestra y defendiendo el modelo de fútbol de Sergio en contraste con el de Cervera. Álvaro Negredo, Iván Alejo y hasta el cancerbero Conan Ledesma, paisano de Atahualpa Yupanqui, lo dijeron públicamente, y afearon el fútbol de su anterior entrenador.

A medida que los resultados acompañaron a Sergio González, el equipo empezó a jugar a otra cosa. Como consecuencia de ello, el cerverismo se fue aplacando, y una vez el equipo, tras una buena segunda vuelta, ha salvado la categoría, todos han sido loas a Sergio González. Una salvación in extremis que de no producirse hubiese ensombrecido el buen trabajo del técnico catalán que empezó por mejorar los números desastrosos del equipo como local. Y es que esto es el fútbol, un territorio voluble de sentimientos, en el que uno puede defender una cosa y la contraria y hacerlo en un escaso margen de tiempo y a golpe de tweet.

Que se lo pregunten al vecio Enzo Bearzot que entrenó a la Italia campeona del Mundial 82 celebrado en España del que se cumplen cuarenta años. Tuvo que soportar estoicamente los inventos de la prensa, las críticas reiteradas al juego de su escuadra y las dudas que se cernían sobre su delantero centro, Paolo Rossi, que venía de una larga inactividad debido al escándalo de las quinielas. El tiempo dio la razón a Bearzot y Rossi se erigió en estrella goleadora de aquel Mundial. Aquellos que largaron con sus lenguas afiladas tuvieron que rendirse ante la evidencia de una selección azzurra que doblegó con furia y argumentos futbolísticos a Argentina, Brasil y Polonia, antes de proclamarse campeona del mundo contra Alemania. Todo ese relato está implícito en el magnífico libro de Pietro Trellini, El partido, que no versa solo sobre aquel legendario partido que enfrentó a Italia con Brasil, sino que indaga en muchos otros frentes balompédicos, en la prehistoria de aquel Mundial 82 en el que no faltan entresijos, intereses oscuros y manejos en la sombra que hacen ver que de aquellos polvos vinieron estos lodos y que el fútbol perdió su inocencia hace muchísimo tiempo al convertirse en un deporte masivo en manos de la FIFA y de marcas influyentes en el negocio como Adidas.

El año de la cita mundialista el Cádiz disputó la segunda temporada de su historia en Primera División, entrenado por el serbio Milosevic. No pudo mantener la categoría, pero de aquel Cádiz de los años ochenta queda el recuerdo de un fútbol alegre, vistoso, que practicaba en la hierba del viejo Carranza con Pepe Mejías o el salvadoreño Mágico González adueñándose del balón, ese balón del que Cervera no quería saber nada, encomendándose a una jugada puntual y a una férrea táctica defensiva.

De todo esto se extraen varias lecciones. El fútbol es oscilante y depende de cómo el viento sople en el aficionado contumaz que entiende su equipo como una ideología. En mi caso, tras celebrar la permanencia del Cádiz pensé inmediatamente en el equipo perdedor y descendido, el Granada, otro histórico de nuestro fútbol, y me acordé de mi buen amigo Martín Domingo que esa noche del descenso de su equipo no pegó ojo. La alegría y la tristeza va por barrios. Y todo es relativo.

Cervera es pasado que el tiempo valorará en su justa medida. Paolo Rossi, nostalgia mundialista, eco futbolístico de un tiempo perdido de cromos y tapones. Sergio González es ahora rabioso presente y porvenir. El hondureño Choco Lozano, el héroe salvador en Mendizorroza. El libro de Trellini, fútbol que se lee, en el que también sale citada la Honduras de 1982 que humilló a España en su propio Mundial. Trellini, Choco, Sergio, Rossi, Cervera. Todos ellos parte de otro relato balompédico, en este caso cruzado.

Ya nadie habla de los árbitros ni del VAR ni de la conspiración contra el Cádiz. El hincha abandona su proselitismo de barra de bar y aquieta su discurso para celebrar la permanencia y la vida. Cuando se gana y se busca ganar sin renunciar a la pelota, sopla el viento a favor como cantaba Bunbury. Otra lección aprendida en el camino que espero sirva para lo que tenga que venir, para un Cádiz que para permanecer en primera no renuncie al fútbol. Sergio González ha enseñado que ese camino es posible.