Días del libro
Mi casa llena de libros se me viene encima. Sufro por lo que no podré leer. Me persiguen, me atosigan, me preguntan los libros cuándo llegará su momento. Y se apilan y se apiñan con inevitable desorden. Algunos -los más afortunados-están subrayados: restos de mí, del lector que fui, que soy, que seré. ¿Qué será de mí cuando me vaya, cuando no sea? Yo que amo todos mis libros me lo pregunto algunas veces, como se lo preguntaba Antonio Martínez Sarrión en un poema. Todos mis libros, en cierto modo, me dicen quien soy, quien fui al comprarlos, qué pretendí ser comprándolos, añadiéndolos a ese montón de libros por leer.
Todos los días debieran ser día del libro pero no lo son. No hay campañas serias destinadas a promocionar la lectura. A los políticos no les importa otra cosa que usar la cultura y los libros en su propio beneficio. No se lee, no se incentiva la lectura, cierran librerías y hasta se dan casos de profesores y escritores que no leen. Y asoma también esa manía de publicar bajo cualquier pretexto, de agrandar el ego bajo cualquier pretexto, de plantar el arbolito, tener el hijo y escribir el libro. Cualquiera se siente escritor pero precisamos un aluvión de lectores desplazando a los escritores inútiles. ¿Seré yo mismo un escritor inútil?
En Cádiz proliferan también los escritores y es una suerte. Pero hay presentaciones de libros de autores muy valiosos dolorosamente vacías. Y uno se pregunta: ¿dónde están todos esos escritores que dicen amar los libros? Más lectores, menos escritores. Lanzo la súplica como botella al mar. Más lectores y una vida entregada al ejercicio de la literatura y sobre todo a la responsabilidad que todo escritor y editor debiera tener y no tiene. Por eso el famoso de turno firma su bodrio escrito por un negro en Sant Jordi. Y por eso mismo una cola de no lectores aguarda la firma y la foto para compartirla al instante en las redes sociales.
Escribir, mancharse las manos de tinta, tener algo que decir y sobre todo leer, leer con los ojos bien abiertos para que no nos vendan gato por liebre. Yo leo, tú lees, él lee, así hasta conjugar todos los tiempos verbales. Porque somos esos libros que fueron parte del invierno helador o del verano. Porque fuimos El Quijote y Sancho Panza por la manchega llanura y somos la vida y la muerte encerrada en el poema que habitamos. Y olemos el libro y abrimos el libro y entendemos el libro impreso como parte de nosotros mismos. Y somos hombres-libros al morir el día y entregarnos al descanso. En la página marcada del libro que se lee hay un proyecto vital, una expectativa, una luna que besa el mar, un labio que muerde el fruto de la vida.
Mi padre leyendo en algún rincón del pasado con la pipa encendida. Mi hija que aprende a leer, que imagina historias con final feliz. Mi mujer que lee en mis ojos el fragmento de un libro futuro. Y esta casa llena de libros que nunca leeré, libros que conocen mis costumbres, mis manías de lector desesperado, que seguirán ahí cuando ya no pueda leerlos.
Los libros son como los sueños, vidas en paralelo, con la ventaja que los tenemos muy a mano en casa, y al abrirlos, la magia de las palabras que forman frases, de las frases que forman capítulos siempre nos captiva y arropa.
Creo que es la séptima vez que leo este artículo y sufro, sí como algunos de tus libros, pero no porque no me vayas a leer sino porque no encuentro las palabras adecuadas ni la forma más idónea de hacer un buen comentario donde sepa reflejar cómo me gusta y disfruto con su lectura.
No me importaría ser uno de esos libros desesperados y en lista de espera para ser leído, porque eso significaría que lo que he leído hace un rato en mi primer Diario ,escrito recién cumplidos los 16, llegó a hacerse realidad:
» Me gusta mucho leer. Me maravillo de los escritores y poetas. Yo muchas veces he intentado escribir un gran libro ,una gran novela pero es imposible lo he dejado. Quizás algún día.»
Creo que con 16 años se comprende mi exagerada imaginación.