Completamente viernes (a la memoria de Almudena Grandes)
No imaginó el poeta, ni en sus peores pesadillas, que el libro enamorado terminaría abrazado a la tierra donde el amor cantado se convertirá en ceniza. Mas debe saber el poeta que esos versos seguirán ardiendo en los ojos feraces de los lectores anónimos, como soplos de vida de un amor eterno fijado a los instantes, proclamado en su revelación.
La primera edición de Completamente viernes de Luis García Montero vio la luz en el mes de febrero de 1998. La poesía amorosa del poeta de la experiencia florecía impresa en tiempo de carnestolendas. El libro tenía una dedicatoria que no dejaba lugar a la duda sobre la destinataria de aquellos versos: “Para Almudena”.
Ahora que el poeta ha perdido a ese amor tiene mayor significación, si cabe, volver sobre los versos enamorados de Completamente viernes, sobre la lección amorosa que ese libro entraña, ese libro que fija a los amantes letraheridos paseando de la mano, de nuevo adolescentes, “tu cabeza en mi hombro/ tu silencio en el mío.” Quien ha amado debe saberlo, aunque no lo haya cantado, debe saber de la felicidad que importa en ese momento que fijan dos personas que se aman, dejándose ir calle abajo hacia la flor del sueño.
Leí este libro con apenas 24 años. Lo rescato ahora de la biblioteca. Vuelvo sobre las anotaciones que entonces fijé en las páginas. Escojo uno de sus poemas, el titulado “Cabo Sounion”. Qué hermoso lo que el poeta nos canta y cuanto sentido tiene ahora: “Al pasar de los años/ ¿qué sentiré leyendo estos poemas/ de amor que ahora te escribo?”. Más adelante afirma: “Serán memoria y piel de mi presente/ o sólo humillación, herida intacta”.
Habla el poeta del correr del tiempo, ese tiempo implacable, que ya pasó, y del dolor y de la dicha que se agotarán con ellos. Completamente viernes es una aurora y una proclamación y de todos sus poemas siento una predilección por “Cabo Sounion” que releo, mientras pongo de fondo a Monteverdi. No es un acto pretencioso. Es la verdad del poema al que se vuelve y que ahora cobra otro sentido al releerlo. “Cabo Sounion” fija su verdad más allá de la muerte que todo parece arrancarlo.
Al morir Almudena Grandes pensé en Luis García Montero al que presenté en cierta ocasión en Cádiz, en un acto entrañable compartido con Joan Margarit y fruto de la generosidad de Moncho de la Rosa, técnico del Ayuntamiento de Cádiz. Pensé en el poeta que alumbró un libro feliz, pero no iluso, un poemario que atrapaba la certeza del amor, el milagro mismo de su revelación.
Mi primer recuerdo de Almudena es curiosamente radiofónico. Vivía entonces en Sevilla, años de estudiante, alojado en un Colegio Mayor situado en la Avenida de la Palmera. Algunas tardes del otoño sevillano escuchaba en mi walkman, anglicismo moribundo, el programa de Julia Otero y sobre todo la tertulia en la que de pronto formaban un trío sapiente y ameno el antropólogo Manuel Delgado, el pintor Juan Adriansens y una joven Almudena Grandes, ya revelada literariamente con Las edades de Lulú. En aquel entonces aún quedaba lejos el poeta de Granada y la gestación amorosa de Completamente viernes. Para Almudena mucho quedaba por vivir y escribir en la piel de los días.
Al enterarme de su muerte, estando también en Sevilla, me acordé de Luis García Montero y de Completamente viernes y de aquel café donde leí con juvenil emoción aquellos versos destinados a Almudena y donde recibí el impacto de “Cabo Sounion”: “Al pasar de los años/ ¿qué sentiré leyendo estos poemas/ de amor que ahora te escribo?”. El milagro de la musa, del amor, de la poesía que vence a la muerte y al olvido.