Bob Dylan en Sevilla

La historia de la música popular resumida en Bob Dylan, caballero andante con armónica, genio y figura perdido en el vértigo del never ending tour, burlando a los apocalípticos y a los sepultureros, en permanente deconstrucción de sí mismo.

La respuesta estará en el viento tímido de este mayo florecido, en el misterio de los trovadores errantes, de las canciones eternas que viajan de Greenwich Village a Tulsa, de las raíces desempolvadas al eco mismo de las vanguardias.

Dylan en Sevilla, voz y piano surgiendo de las tinieblas, derramando el blues de «Highway 61 revisited», con el mapa de América en su rostro, cruzando el paraíso de las canciones que se tocan como si fuera la primera vez, dándoles un giro inesperado, para retorcerlas, para no dejarlas morir de éxito.

Dylan pintando su obra maestra, como si tal cosa. Sin ninguna presunción, como si saliera a tocar cada noche a un garito donde nadie le escucha, donde cada cual se mira en el espejo de sus conversaciones. Bardo fantasmal, ser de lejanías, que imagino dándose una vuelta por el cernudiano callejón del aire, donde habita el olvido y la memoria inmaculada de las fuentes.

Dylan de todas las primaveras, litúrgico y perenne, viajando a los sesenta con la mítica «It ain’t me babe» o a finales de los ochenta con la extraordinaria «Dignity» de aquel No mercy que le hizo renacer artísticamente. Dylan de los medios tiempos y la electricidad, revelando las musas de su cosecha más reciente con canciones del luminoso Tempest. Dylan sin maquillajes ni florituras, con la plenitud de quien huye cada noche de la muerte que nos ronda a todos. Por la ciudad fluvial de Alfonso Grosso convirtiéndose en narraluz de nuestras emociones más sagradas, aquellas que cobijamos en el espacio y tiempo de nuestras soledades.

Dylan, envuelto en legendaria tristeza, entonando «Simple twist of fate», cantándole al amor perdido, volviendo la vista al catártico y setentero Blood on the tracks. Cantar para no desfallecer. Derramar la tinta en los ocasos. Místico y pagano deshojando la margarita de su cancionero impredecible, de «Scarlett town» a los toques country de «Soon after midnight», del clásico de los sesenta «Don’t think twice, it’s all right» a «Gotta serve somebody» de aquel Slow train coming que inauguraba su ciclo cristiano a finales de los años setenta.

Con una banda irreprochable Dylan fue astro de luz en noche sevillana, con la fiebre lorquiana del verso dictado por la vigilia, como un Cristo redentor en parihuela, mesías de todas las primaveras, gurú a su pesar, icono también a su pesar. Memoria viviente y eterna de lo que fuimos y de lo que seguiremos siendo cuando agonizando cantemos por última vez una de sus canciones.

Este texto se lo dedico a mi amigo Jesús Sánchez Pavón con quien disfruté de esta noche mítica de Bob Dylan tocando en el FIBES de Sevilla. 

1 Comment

  1. Isabel el 5 mayo, 2019 a las 14:53

    Yo también fui testigo de la magia de Dylan en Sevilla, mi ciudad afortunada.
    Para siempre Dylan