Antimadridismo
El nacionalismo radical se ha de curar viajando y leyendo. Como los fanatismos del tipo que sean. Cada nueva derrota futbolística del Real Madrid despierta ese fiero antimadridismo que muchos llevan dentro. Si el Madrid pierde parece perder el extinto franquismo, la casta y las castas de Rajoy y sus secuaces, el viejo monarca que mataba elefantes, la oligarquía de siempre, los poderosos de todos los días. Ay los simplismos, ay los tópicos, ay los que ven el fútbol como una religión de buenos y de malos.
El antimadridista no disfruta como debe con sus victorias. Más bien disfruta con las heridas abiertas del equipo blanco, con el compungido rostro del chulesco CR7 sobre el que derraman más vituperios que contra el etarra Bolinaga, porque así son quienes ven el fútbol desde el más absoluto de los fanatismos.
Amo más el fútbol que los colores de mi equipo. Creo que las derrotas enseñan más que las victorias. Uno de mis futbolistas preferidos fue Johan Cruyff que curiosamente no jugó en el Madrid sino en el Barça y en un Ajax y una selección holandesa absolutamente históricos.
El Madrid cayó con estrépito en el Calderón. El admirable Atlético de Simeone le pasó por encima. Cuatro goles que certificaron la diferencia de juego entre los dos contendientes. Llevo tiempo diciendo que el Madrid de Ancelotti tiene algunas deficiencias considerables. Lo sostiene futbolísticamente Isco pero es un equipo más plano de lo que parece con futbolistas que están ofreciendo la peor versión de sí mismos como Bale o Khedira o el propio Toni Kroos, un tanto perdido o confundido. Y cuestioné al Madrid de Ancelotti la pasada temporada cuando se ganó la décima Copa de Europa. No vi demasiado fútbol, demasiada continuidad en el juego, sobre todo después de la era de Mourinho, tan justamente despreciada aunque también diera algún título. El cuatro a cero del Atlético de hoy es tan vergonzoso como aquel cinco a cero del glorioso Barça de Guardiola al Madrid de Mou. Pero no habrá libro de Diego Torres para contarlo. La era Florentino no construye equipos y ha dado la espalda a la cantera, a las señas de identidad del Real Madrid. En los partidos cruciales con rivales de entidad es donde más se notan las carencias.
Pero yo no quería hablar de lo obvio, de Arbeloa, de Coëntrao, del ocaso de Casillas, de la pasividad de Carlo Ancelotti en el banquillo. Yo quería hablar del sentimiento madridista que nada tiene que ver con el patetismo público y notorio de tipos como Tomás Roncero cuya forma de entender el periodismo deportivo resulta lamentable. Y quería hablar del fiero antimadridismo que se esparce por las redes sociales. Tan intolerante como las facciones más ultras y ruidosas que habitan los graderíos. Y creo que el antimadridismo se cura leyendo. Por ejemplo las enjundiosas memorias del rockero granadino Miguel Ríos: Cosas que siempre quise contarte. Allí cuenta el autor de Vuelvo a Granada cómo se hizo del Madrid:
«A aquellos jugadores, a los que yo aprendí a amar en los cromos infantiles, tuve la suerte de demostrarles mi admiración y el honor de compartir su amistad y un balón en pachangas inolvidables, durante algunos de los mejores años de mi vida. Ni en el más desaforado de mis sueños habría tenido la osadía de verme jugando al fútbol con Santamaría, Puskas, Marquitos, los hermanos Atienza, Mateos, Pérez Payá, Rial, y sobre todo, con mi ídolo indesbancable, la Saeta Rubia, don Alfredo Di Stéfano. No se me olvidará contar con más detalle la peripecia gloriosa que me llevó de las chapas a la Ciudad Deportiva del Real Madrid».
Más adelante Miguel Ríos se detiene en esa peripecia gloriosa. Pero lo que importa aquí es el hecho concreto del equipo que uno elige en la infancia y que ya no abandona. Y ser del Madrid es tan respetable como serlo de otro equipo. Pero sigue resultando curioso que en esta país de tantísimos prejuicios ideológicos y de tantos demonios interiores ser del Madrid conlleve cierta penitencia como sempiterno equipo del régimen, cosa que deba matizarse leyendo a historiadores del fútbol como Phil Ball cuyos argumentos son absolutamente contundentes al respecto:
Digan lo que digan los aficionados y los equipos rivales es probable que la influencia de Franco en el Real Madrid haya sido exagerada. Ahora al club lo llaman cansinamente «el equipo de Franco», como si Franco hubiera tenido costumbre de vestir camisa blanca (en vez de negra) en las ocasiones presidenciales. Franco se benefició del Real Madrid, sin duda, pero a cambio el club sólo obtuvo chucherías. Esto puede no gustar demasiado a los que quieren ver la hegemonía del Madrid como el símbolo de la España próspera y centralizada a la que aspiraba Franco. De hecho, el fútbol es más bien una metáfora del fracaso de Franco en su intento de hacer realidad esta visión, confundido como estaba por todas las alcobas de su mansión y por todos los residentes que no lo entendían.
Ball es canadiense de padres británicos. Su mirada es una mirada objetiva y se despliega magníficamente en un libro titulado Morbo: La historia del Fútbol Español cuya lectura me permito aconsejar por su forma de desentrañar históricamente nuestro balompié. Porque el fanatismo se cura leyendo y también el antimadridismo que aflora siempre que el Madrid es puesto en evidencia, como lo ha sido hace tan sólo unas horas. Porque cuando gana o golea no se le otorgan méritos. Siempre es gracias al arbitro. En fin, el fútbol y las visceras, el fútbol como ciega pasión que abate el entendimiento, el fútbol y la patada a la razón. Y sí soy del Madrid y no pido perdón por ello porque soy el niño que creció viendo jugar a la inolvidable Quinta del Buitre y quiso ser como Emilio Butragueño. Y supo pronto que las derrotas nos enseñan más que los triunfos.