Paz en el Cervantes

Desperté y Paz Padilla seguía ahí. Al borde mismo de la genuflexión, en la recepción del Premio Cervantes, frente a los Reyes de esta España nuestra a la que cantaba Cecilia preguntándose, ¿Dónde están tus ojos? ¿Dónde están tus manos? ¿Dónde tu cabeza?

Vamos hacia el abismo cultural, descabezados. Desperté y Paz Padilla seguía ahí, apadrinada por Rafael Santandreu, otro gurú de los nuevos tiempos, que dijo, en cierta ocasión que a Hitler había que aceptarlo incondicionalmente, lanzarle amor, que estaba muy loco, pero su potencial era maravilloso.

A Paz Padilla se la leerá en Cádiz, como hoy leen a Rafael Alberti, con motivo del Día del Libro, en la Biblioteca Adolfo Suárez de Extramuros que tiene el nombre de un presidente del gobierno ágrafo. Seguimos para bingo. Así, dedicándole en un futuro no muy lejano a Paz el día del libro, la distopía será completa. En el fondo, lo mismo da. A Alberti lo recitan muchos de los que no tienen ni un libro de Alberti en sus bibliotecas, como mera pose ideológica que no poética. Hoy hay más gente que lee a Paz Padilla que a Rafael Alberti, conclusión demoledora de lo que la cultura es y significa en este país.

Ahí sigue la imagen de Paz Padilla persiguiéndome, monárquicamente, al borde mismo de la genuflexión. Desperté y el dinosaurio de Monterroso se había dado el piro, pero ella seguía ahí.