Érase una vez…en Hollywood

La experiencia del cine en pantalla grande sigue siendo incomparable. Hay quien prefiere anunciar la muerte del cine y exaltar cualquier serie de televisión alargada hasta el infinito por motivos estrictamente comerciales. Pero todavía vamos al cine, nos cobijamos en una sala oscura con otros espectadores y aguardamos el milagro de la pantalla grande. Lo pensaba mientras veía Erase una vez en…Hollywood de Quentin Tarantino que es una oda a un tiempo habitado por un cine que ya no existe, una oda cargada de nostalgia y de cinefilia, una obra mayor que viaja al Hollywood de 1969 antes de la matanza orquestada por el diabólico Charles Manson.

Hay una secuencia especialmente conmovedora en Erase una vez en…Hollywood. En ella Tarantino filma a Sharon Tate paseando, ajena a cualquier tipo de asechanza o amenaza. La vemos entrar en una librería de viejo para recoger una primera edición de Tess d’ Urbeville de Thomas Hardy para su marido Roman Polanski que terminaría llevándola al cine a finales de los años setenta con Nastassja Kinski de protagonista.

Ese momento de Sharon Tate, encarnada maravillosamente por Margot Robbie, paseando con el libro y contemplando en un cine la marquesina en la que se proyecta y publicita La mansión de los siete placeres, la película que ella había rodado con Dean Martin, está lleno de vida, de luz. Tarantino sigue a Tate de la librería al cine en un día de sol dorando sus propios cabellos. Es su carta de amor a la actriz que sería brutalmente asesinada por el clan Manson. Es como si Tarantino quisiera retenerla bajo la luz diurna de Los Ángeles en ese instante de felicidad ajena a los monstruos generados por una sociedad convulsa. O luego entrando en ese mismo cine donde se proyecta La mansión de los siete placeres, para verse a sí misma, disfrutando de la proyección, del milagro del cine, junto a otros espectadores, descalzándose incluso, colocando sus pies en alto sobre la butaca. La imagen misma de la felicidad.

Pero al margen de las apariciones de la pareja Roman-Sharon en el entorno de Cielo Drive, Erase una vez en…Hollywood es una oda al cine popular a través de la amistad de dos hombres, de una estrella del celuloide venido a menos que empieza a sufrir su decadencia (Rick-Di Caprio) y de su amigo, confidente y doble de acción (Cliff-Brad Pitt). En torno a estos dos personajes, a sus conversaciones y vagabundeos, Tarantino construye una imagen del cine que le interesa: el de los secundarios o especialistas, el de la serie B, el del imaginario pulp, el de las pausas en los rodajes o las esperas interminables.  Pero también fascina la película como documento musical -la banda sonora no tiene desperdicio- y visual con todo ese aluvión de cartelería, de películas en las salas, de anuncios luminosos. Un ejemplo: Pendulum o Péndulo, la película protagonizada por George Peppard y Jean Seberg que se exhibe en uno de los cines.

Los relatos terminan cruzándose de manera inesperada, porque Rick es vecino de los Polanski y desea asistir a una de sus fiestas y protagonizar una de sus películas. Polanski era en aquel momento un cineasta de culto, autor de La semilla del diablo. Tarantino sigue también las peripecias del clan hippie de Charles Manson, figura que aparece como un fantasma, merodeando por Cielo Drive. Sobre la película planea la matanza final, la intuición trágica, pero mientras ello llega, el espectador se abandona a esa mirada de Tarantino a la industria, no exenta de humor o de ironía -antológico el momento Bruce Lee- al cine dentro del cine, a su impacto, pero también al impacto de las series de televisión -la serie FBI en primer término- o del spaguetti- western con guiños a Sergio Corbucci o a Rafael Romero Marchent.

La carta de amor al cine de Tarantino obligaba a desviarse de los hechos, a coronar Erase una vez en…Hollywood con catarsis final que pretende ir contra el curso de los acontecimientos. Porque ya Truffaut nos enseñó que las películas son más armoniosas que la vida y la ficción tiene el poder de cambiar la historia, para que Sharon Tate, luminosa y embarazada, siga viva, con la palabra porvenir floreciéndole en los labios.