Nelly y el Sr. Arnaud o Sautet filmando a Emmanuelle Béart

En los noventa el joven cinéfilo que fui cayó deslumbrado ante la belleza cinematográfica de Emmanuelle Béart, de la que más tarde supe que era hija del cantautor francés Guy Béart que pudo despedirse, antes de morir y ya octogenario, del Olympia parisino. Guy Béart había nacido en El Cairo, el mismo año que vino al mundo mi padre. Muchas cosas acontecieron ese año de 1930 en el que cruzo ambos natalicios. Emmanuelle Béart nació treinta y tres años más tarde y la reencuentro con poco más de treinta años en la película de Claude Sautet, Nelly y el Sr. Arnaud, una de esas pequeñas obras maestras que el cine francés sabe entregar de cuando en cuando.

La primera imagen de esta película, antes de la entrada de los créditos, nos muestra al actor Michel Serrault fumando en un restaurante, mientras espera que el camarero le traiga la cuenta. El abrigo largo y el paraguas denotan que el tiempo es invernal. Con los créditos entra la música de Phillipe Sarde. En la siguiente secuencia a quien vemos es a Emmanuelle Béart ajustándose el carmín en el labio antes de iniciar una nueva jornada laboral marcada por un pluriempleo insatisfactorio.  Su personaje vive con un hombre indolente que pronto sabremos que es su marido. Lo siguiente que Sautet nos revela es a Emmanuelle Béart paseando por la calle entre la muchedumbre solitaria antes de tomar el metro. Sautet la filma silenciosa dentro de uno de los vagones. Todo parece rutinario, pero es evidente que Sautet busca con su cámara inmortalizar la belleza fugitiva que la actriz francesa poseía en los años noventa, tal como hizo con Romy Schneider en los años setenta.

Por un lado, tenemos a Nelly y por otro al Sr. Arnaud, magistrado retirado, que contrata a Nelly con el objetivo de redactar sus memorias. Ahí empieza la relación entre ambos. Hay también, entre medias, un personaje misterioso que entra y sale, al que da vida el actor parisino Michael Lonsdale. En un bellísimo momento de la película el viejo magistrado decide desprenderse de su biblioteca, porque siente que los libros le invaden. Como el cine y la vida se entrecruzan vuelvo a la película en un periodo de mudanza libresca que he debido acometer para que los libros no me invadan. En mi caso no me he desprendido de parte de mi biblioteca. Simplemente les he buscado un espacio más razonable.

Nelly y el Sr. Arnaud es una película que tiene que ver con el mundo del libro, de la edición, de la ambición memorialista, pero es sobre todo un relato sobre dos personas frágiles distanciadas por la edad, que terminan encontrándose el uno en el otro. La relación del magistrado con la mecanógrafa nunca llega a consumarse. No hay encuentro carnal que rompa ese vínculo especial, que lleve la relación por derroteros instintivos. Es eso lo hermoso de esta película de Sautet, lo que tiene de plasmación de un amor platónico e irrealizable. Nelly y el Sr. Arnaud solo se tocan con los ojos y establecen entre ellos un poderoso vínculo afectivo.

Sautet filma a Emmanuelle Béart como bella durmiente entre las sábanas mientras el viejo magistrado la contempla embelesado. Se intuye en ese plano la despedida de dos seres necesitados el uno del otro, un tanto perdidos en la inconcreción de sus proyectos vitales y amorosos. El Sr. Arnaud separado de su mujer y Nelly asumiendo también el fracaso de su matrimonio.

¿Por qué el cine francés trasciende? Por películas como Nelly y el Sr. Arnaud que no requieren de ejercicios retóricos, sino que habitan primorosamente la difícil sencillez. En ese terreno Sautet, cineasta de lo íntimo, era un maestro. Pensemos en uno de los planos. Emmanuelle Beart abriendo una ventana y asomada al balcón. La vemos entonces de espalda con el pelo recogido mientras contempla la ciudad y sus tejados. Tenemos ahí un lienzo repentino, un poema dentro de un poema y un prodigioso fundido en negro.

Lo escribió Ángel Fernández Santos en El País: “La escena final en la que el gran Michel Serrault viaja a un lugar donde no quiere viajar y la maravillosa Emmanuelle Béart se queda en la ciudad en la que no quiere quedarse, es una de las secuencias más bellas del cine reciente”. Ese cine de los noventa que no estaba aún sometido a lo que vendría después, el enaltecimiento de las series televisivas en perjuicio de un cine reposado y profundo. El triunfo inevitable del seriófilo en el sofá de su casa frente al cinéfilo en su butaca de cine.