Memoria gaditana de Pepe Hierro

Debían correr los años cincuenta. Mi padre no había cumplido los treinta. Dirigía una revista de poesía llamada Caleta que en su nombre atesoraba el rumor de los oleajes de Cádiz, la ciudad en la que vivió y soñó toda su vida. Mi padre se llamó José Manuel García Gómez. Fue verso en la hoja, verso trémulo sobre la piel del tiempo. Cruzó cartas con innumerables poetas. Algunos de ellos mostraron sus versos en las páginas de Caleta. Desde consagrados como Vicente Aleixandre a poetas que comenzaban su andar lírico y encontraban en Caleta una forma de mostrar el canto.

Algunos de esos poetas llegaban a Cádiz y buscaban las señas de la casa de la calle Cervantes en la que vivía mi padre. Subían unas escaleras intrincadas, llamaban al timbre y se producía el cálido encuentro. Uno de esos poetas con los que mi padre tuvo trato y amistad en aquellos años fue José Hierro, Pepe Hierro para los muy próximos. Ocho años más joven que mi padre traía el desarraigo en el verso, propio de la primera generación de posguerra a la que pertenecía.

El poeta que estrechó la mano de mi padre en tarde gaditana ya cargaba sobre sus hombros el peso y la distinción del premio Adonais. Mi padre había leído con emoción los versos de Quinta del 42. Hierro se derramaba como hombre comprometido en aquellos poemas de creciente potencial lírico.

Rescato una carta de Pepe Hierro dirigida a mi padre, tras haber estado en su casa y disfrutado de su compañía y la de su hermana Ana García Gómez, con la que mi padre solía montar alguna representación teatral como atestigua una foto que conservo de aquel tiempo ensayando Bodas de sangre de Lorca. Hierro desde Madrid escribe a mi padre con saludo afectuoso para su hermana:

Esta vez no ha sido la pereza, sino la emoción por las ánforas lo que me ha impedido escribirte más a tiempo. Gracias por tu regalo que espero envíes a Santa Juliana 60, 2º Madrid. Gracias también por tu generosa opinión sobre mi libro. Ojalá tuviera yo de él una opinión tan favorable.

¿Cuándo vienes? No olvido la atención y cariño con que nos acogisteis. Gracias una vez más.

 Un fuerte abrazo y un saludo afectuoso para tu hermana. Recuerdos de Angelines

Todo está en esa carta concentrado, pese a la brevedad. La amistad, el verso, la reseña que mi padre publicara en el rotativo local, las ánforas como símbolo de una amistad propiciada por la poesía. Imagino o quiero imaginar a Pepe Hierro paseando por la Alameda de Cádiz, recitando con su voz poderosa algún verso de última hora.

Pasados los años soy yo, muerto ya mi padre, el que saluda afectuosamente a José Hierro que viene a presentar a Cádiz Cuaderno de Nueva York, espléndido libro capaz de combinar a Juan Sebastian Bach con Mahalia Jackson. Ya no es el poeta que asomándose a la treintena sorbe un café a primera hora de la mañana, mientras mi padre, conversa con él y le sonríe cómplice. Ya no es el poeta que subió la maleta con ropas y algunos libros e hizo noche en el número 22 de la calle Cervantes. Ahora es el poeta consagrado que sabe apurar el tiempo que le queda. El que a los ojos me miraba, en el preceptivo momento de la firma de ejemplares,  para con ello encontrar algo de aquel viejo amigo en los míos, algo de aquellos atardeceres gaditanos, de ese otro tiempo en el que la poesía estaba aún por vivirse y por escribirse. El que dejó su letra nerviosa en la dedicatoria. Un “Para Luis” con autorretrato abocetado, de quien se manejaba no solo en el arte de la escritura sino también en el de la pintura.

Cruzo aquella carta de los años cincuenta dirigida desde el domicilio madrileño del poeta con esta dedicatoria fijada al ejemplar de Cuaderno de Nueva York en donde contemplo la poderosa fotografía en blanco y negro que Juan Manuel Miranda hiciera de un Hierro fin de siècle. Leo el poema “Vida” y lloro cuando nadie me ve. “No queda nada de lo que fue nada”. Vaya endecasílabo. Y ese último verso: “después de tanto todo para nada”. Pero en esa nada distingo a mi padre y al poeta madrileño en un Cádiz remoto, confiándose a la vida y al verso, aún jóvenes y vitales. Algo, al menos, de destello lírico en la nada irreversible, en esa eternidad que los poetas arañan con los dedos buscando el lugar de las  musas en las noches profundas.

Luis García Gil, corriendo el mes de marzo de 2022. Texto aparecido en el libro Cerca de Hierro. 59 voces y 5 miradas hacia José Hierro en el centenario de su nacimiento. Antonio Marín Albalate (Coord.) Ediciones Vitrubio, 2022.