Memoria de Pedro Pérez- Clotet

IMG_9435Colgado de un barranco duerme un sueño de piedra Villaluenga del Rosario. Allí llegué tras un maravilloso fin de semana familiar para encontrarme con la memoria lírica del poeta Pedro Pérez- Clotet con quien mi padre cruzó cartas y complicidades en la lejanía de un tiempo de posguerra. Mi padre amaba el verso trémulo de Pérez-Clotet, un verso que no puede desligarse del paisaje prodigioso, vertiginoso de su pueblo.

En su casa-museo, recién inaugurada, reencontré al poeta, su cotidianidad, su esencia, y aquel libro póstumo titulado Primer adiós cuya edición estuvo al cuidado de mi padre. En una carta fechada en Ronda un 21 de abril de 1959 el poeta de Villaluenga le agradece a José Manuel García Gómez que le dedicara un lugar especial en su conferencia Cádiz, poesía y técnica poética. También le pregunta por su revista de poesía Caleta que iniciaba un periodo de largo silencio, ocasionalmente interrumpido. Uno se imagina a Pérez-Clotet en su soledad rondeña escribiéndole unas letras a mi padre, ofreciéndose para cualquier proyecto literario que emprendiese. Unos años antes -en 1955- Pérez-Clotet se mostraba muy interesado por las primeras mareas de Caleta, antes de asomarse a sus páginas, de ser parte de su travesía literaria.

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Pedro Pérez-Clotet falleció en 1966. Sus restos reposan en una tumba que preside el hermoso cementerio de Villaluenga del Rosario. Una década más tarde mi padre le dedicaría una Caleta muy especial en un número homenaje compartido con Miguel Martínez del Cerro. En ella incluyó una breve antología del poeta donde no faltaba su poema «Pueblo» de Soledades en vuelo («Sumiso pueblo esquivo -cal y nube-….») ni algunos inéditos premonitorios («Ay vieja muerte que iba sosteniendo/ mi callado morir de cada día…»). Tampoco faltó un estudio de los versos de Pérez-Clotet ni sentidos homenajes de otros poetas como Alfonso Canales y su «Memoria de Pedro» («Cuando escribía fabricaba la lija de sus horas…») 

Este número de Caleta fechado en 1975 aconteció antes de la muerte de la esposa de Pérez-Clotet que reunió bajo un mismo cielo de polvo enamorado al poeta y su musa. Mi madre recuerda aquel día con emoción, se le viene a la cabeza la comitiva fúnebre formada por poetas que declamaron los versos de Pérez-Clotet a plena luz del día.  Allí estaba mi padre secándose una lágrima con un pañuelo, alzando la voz por las calles empinadas de Villaluenga, llorando aquello de déjame en tu morir todas tus vidas. 

En la casa-museo del poeta hay testimonios de su relación epistolar con Miguel Hernández que la incivil guerra truncaría. El poeta memorable de El rayo que no cesa o de El hombre acecha buscaría su protección en pleno conflicto bélico, sin poder encontrarle por Cádiz, encaminándose al final trágico que todos conocemos. Miguel Hernández le envió en tiempos de paz una foto balompédica en la que se señaló para que Pérez-Clotet le reconociera. En la revista Isla alentada por Pérez-Clotet se reseñó el incomprendido Perito en lunas y en justa correspondencia Hernández escribió sobre el poemario Trasluz en las páginas de Diario de Cádiz.

Grueso de cuerpo, más bien bajo, redondo el rostro, pacífico el semblante, de frente amplia y pelo escaso y liso. Así lo describía Juan Dios Ruiz-Copete que evocó en las páginas de ABC un encuentro con el poeta en el casino de Prado del Rey donde conversaron sobre la generación del 27 y sobre su actitud de solitario que tanto se le cuestionó. Lo suyo no fue nunca una poesía como arma cargada de futuro sino una poesía hacia dentro, transida y oscura, apegada a la entraña de la tierra, al rocoso paisaje unánime de Ronda o Villaluenga donde habitara el poeta.

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«Yo no tengo caminos…No hay caminos…» cantaba machadianamente el poeta en un pliego de Papeles de Son Armadans fechado en febrero de 1957. Un pliego que tengo frente a mí con dedicatoria a mi padre y una tarjeta de Pérez-Clotet donde le pide una reseña para su poemario Como en un sueño. Todo ese mundo lírico volvió hacia mí mientras paseaba por la deslumbrante Villaluenga del Rosario y sentía las huellas del poeta en su casa-museo y le imaginaba en su escritorio puliendo un endecasílabo mientras el sol de la sierra le besaba la frente y en Cádiz otro poeta en la calle Cervantes le cantaba al amor y trataba de encerrarlo en una pared íntima.