Leyendo a Concha de Marco

foto_conchaEn el centenario de Gloria Fuertes pensé en que todo centenario esconde algunas ventajas pero también muchas hipocresías. Ahora todo el mundo lee a Gloria Fuertes, la dignifica, la saca de las polvorientas librerías de viejo, insulta a Javier Marías que se atrevió a desacralizarla.  Cierto cariz que ha tomado este centenario me ha hecho reaccionar en este sentido.

Uno lleva mucho tiempo citando a Gloria Fuertes y sabiendo que su nombre había caído en cierta desconsideración, aunque ahora todos seamos Gloria Fuertes y cantemos con ella y seamos con ella poetas de guardia. Ahí está Silvia Comes que le dedicó un disco enorme y valiente hace algunos años cuando no había que apuntarse a la moda de Gloria Fuertes por su centenario. El mérito está en los que difunden a los poetas cuando estos no forman parte de la hipocresía institucional del aniversario de turno. Silvia Comes lo hizo y nadie se lo ha agradecido suficientemente.

Y después miren ustedes a los poetas y a las poetas que nunca tendrán reivindicaciones  tan masivas aunque sean grandísimos y grandísimas poetas. Pensé en Concha de Marco a la que leo en estos días de verano. Elijo Una noche de invierno, colección Adonais, 1974. Una noche de invierno acompañándome en noche de verano. Y una pregunta resbalando por el horizonte: ¿Por qué casi nadie cita a Concha de Marco, excepcional poeta, de labor más callada, contemporánea de Gloria? Ambas ejercieron de mujeres y de poetas comprometidas y construyeron una obra de reivindicación de su propia individualidad. En 2016 se conmemoró el centenario de la poeta soriana. Hubo algunos actos de recuerdo pero insuficientes, sin reflejo alguno en esas redes sociales tan particulares donde abunda el narcisismo, la beligerancia y la falta absoluta de criterio.

Concha de Marco estuvo casada con el crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuyo. Fue poeta tardía pero Una noche de invierno, por ejemplo, contiene versos de una hondura y emoción indiscutibles pero casi nadie les hará sitio. No hubo conmemoración  grandilocuente para ella ni reedición de su obra en Blackie books ni Javier Marías que la discuta. Pero yo me detengo en su poema «Son las seis y media» y me basta para situarla en un lugar de preeminencia lírica:

Dentro de cincuenta años

quien pasará por esta calle,

quien vivirá en esta casa,

qué viento arrastrará

la tierra de mi vida y a qué sitio,

qué niño de dos años

que hoy se mancha de barro en el Retiro

se sentirá ya viejo y muy cansado,

cómo serán sus hijos

y si sabrán jugar al aire libre,

en qué lugar

continuará plantado el último castaño,

y ese mercado donde compro

tendrá razón de existir,

y si hablará la gente

y cómo irá vestida,

si me recordará Juanito el panadero,

con setenta años a cuestas,

se cocerá el pan dorado cada día,

existirá esta casa,

este patio encalado,

quién leerá estos libros,

estos libros.

Hoy le doy respuesta a la poeta leyéndola. No han pasado cincuenta años pero casi. Y aquí estoy reivindicándola en el año de Gloria Fuertes, sabiendo que casi nadie hará como yo y elegirá no leer este año a Gloria Fuertes si no leer a Concha de Marco y cuando se apaguen las hipocresías del centenario volver a leer a Gloria y no dejarla de nuevo en el olvido como ha pasado en los últimos tiempos.

Hay que saber mirar, adentrarse donde nadie se adentra, rescatar versos de los poetas muertos a los que casi nadie ya lee. Eso hice con Concha de Marco leyendo Una noche de invierno en noche de verano. Sintiendo mía su soledad, sus incertidumbres tan humanas, su dolor de no poder ser madre, su memoria habitada resumida en este par de versos antológicos: «Lo mejor de mí/ fue todo lo que no llegó a ser».