Julio Mariscal Montes
Nunca me fue ajeno el poeta arcense Julio Mariscal. Y nunca me lo fue porque mi padre lo difundía siempre cuando la casa andaba sosegada y él se refugiaba en algún poema de -pongo por caso- Tierra de secanos en edición fechada en 1962 que ahora tomo entre las manos. Siempre habló bien de Julio Mariscal, lo trató en la cercanía, en la complicidad de las cartas cruzadas y de las coincidencias y los afectos líricos. Y sintió su muerte, el empujón brutal que derribó su planta de poeta perdurable.
En cambio José Manuel Caballero Bonald lo ninguneaba como poeta en el primer tomo de sus memorias titulado Tiempo de guerras perdidas. «Yo nunca fui muy partidario de la poesía en que se ejercitaba Julio Mariscal. La obviedad de su pensamiento, la explicación de imágenes como entresacadas de una estampa popularista…». No puedo estar más en desacuerdo com Caballero Bonald porque siempre vi a Julio Mariscal como un poeta mayor al que sigo leyendo y redescubriendo.
Ahora Blanca Flores Cueto -incansable, dinámica, mujer de verso en pecho-ha coronado sus indagaciones en la obra del poeta encargándose del cuidado de la publicación de su poesía completa que ha sido editada por La Isla de Siltolá. Los amantes de la obra del poeta lo celebramos y sentimos esta publicación como un acto de justicia hacia quien desarrolló una obra fuertemente expresiva de vida, amor y muerte entrelazadas como en el tríptico hernandiano.
El estudio previo de Blanca enmarca ejemplarmente las claves por las que anduvo el autor de Pasan hombres oscuros o del testamentario Trébol de cuatro hojas. Se elude -eso sí- la importante relación que Julio Mariscal mantuvo con la revista Caleta y con mi padre, el poeta José Manuel García Gómez que siempre queda fuera de ese contexto en el que fue una figura ciertamente relevante porque a él acudían muchos poetas en busca de consejo y amparo. Y entre esos poetas estaba indudablemente Julio Mariscal.
Rescato en esta noche de septiembre cartas que corroboran esa relación. Una la fecha Julio Mariscal en El Bosque un 26 de enero de 1955:
Mi querido amigo:
Muchas gracias por ese sitio que me brinda Caleta y al que correspondo con tres poemas hechos ya en este año y que supongo te vendrán bien. Cádiz viene siempre a echar por tierra mi voluntad. Había hecho un firme propósito de no dar este año un solo poema. El 54 fue para mí un año de ingratitudes, de desesperanzas. Aquí en este retiro he llegado creer que la poesía me había dejado de interesar y me había hecho un castillo interior con aquellos maravillosos versos de Grillpsrcer: «Si mi tiempo me contradice, lo dejo pasar tranquilamente. Yo vengo de otro tiempo y espero ir a otro» (…)
Curiosamente estos versos terminarán encabezando el poemario Tierra publicado por el poeta en 1965. La carta prosigue con mezcla de nostalgia y confidencia. Julio le dice a mi padre que echa de menos los tiempos vividos en Cádiz, los amigos comunes, los momentos compartidos.
Julio ya estaba en la quinta marea de Caleta con el que sería el poema XIV de Pasan hombres oscuros: «Se espesaba la noche como un vino de siglos/ volvían las carretas cargadas de paisaje…». Conviene saberlo para anotar que además de colaborar en Platero Julio fue uno de los nombres familiares de Caleta que tomó el testigo de aquella aventura literaria conducida por Fernando Quiñones. En la siguiente Caleta -vestida de ecos primaverales- Julio Mariscal deja tres de sus Poemas de ausencia que son a los que alude en la carta anteriormente citada. Ya aparece la cita juanramoniana que encabezará el libro homónimo de 1957: «¡Oh qué mano pudiera desbaratar lo hecho/ clavar en cada espina una hoja de rosa!». La numeración no coincide con la que luego figurará en el libro, sometido a lógicas variaciones estructurales y compositivas. Lo que importa es que Julio está ahí abrazándose a las mareas de Caleta, fiel a la llamada amiga de José Manuel García Gómez cuya vinculación con los miembros del Grupo Alcaraván debiera ser más conocida y reconocida. De hecho en la décima marea de Caleta hay una reseña del vuelo número 30 de Alcaraván.
La octava entrega de Caleta volverá a tener a Julio Mariscal con un par de sentidos poemas en prosa que debían formar parte de un libro titulado Pueblo. Esos poemas llevaban por título «Agosto» y «El ahogado». Este último lo rescata Blanca Flores en su concienzuda y loable introducción al poeta. En la duodécima Caleta regresará el poeta como penúltimo latido con otro poema de ausencia -el IX en el orden que marcará el libro- que dedica para Loly Ayala, el corazón en la palabra. Esta dedicatoria no figura en el libro editado en la madrileña colección Lazarillo al cuidado de Rafael Millán.
Julio Mariscal también formó parte de un número clave de Caleta que fue el dedicado a la poesía gaditana. Lo hizo con un poema rescatado de Corral de muertos y que terminó titulándose «Carmen Gil Martínez» con dedicatoria para su colega de verso y pueblo Carlos Murciano. En Caleta aparece con el nombre simple de «Poema».
Caleta desaparecerá antes de que finalice la década de los años 50. Pero fugazmente hará una serie de apariciones en los años 60 y 70 en lo que será la segunda época de la revista. Y no faltará en ella la presencia cercana de Julio Mariscal con un poema titulado «Junio» que no figura en ningún libro oficial del poeta y que forma parte de un número de Caleta impreso en 1969 en los talleres gráficos de Imprenta Gades en la calle Cardenal Zapata número 7.
Y si toda esta relación fuera poco- que no lo es- a Julio lo vamos a volver a encontrar en un número de Caleta dedicado a Pemán por su 70 cumpleaños y que se imprime en agosto de 1967. En él Julio rescata dos poemas de Corral de muertos («María» y «Curro Arillo») junto al poema titulado «Último día» que dará título a su siguiente libro y que encabeza este elegiaco verso: «Un tajo al cielo y todo fue ceniza…».
Quedan claras con estas líneas lo mucho que unió a José Manuel García Gómez y a Julio Mariscal Montes. No conviene olvidarlo. Por eso mismo en el documental En medio de las olas situamos la voz de su sobrino Aurelio como forma de tener presente al grandísimo poeta que sigue sufriendo un injusto olvido, afectado por juicios escasamente generosos como el de Caballero Bonald. Un olvido que afortunadamente combaten obras como la citada de Blanca Flores cuya lectura aconsejo vivamente.