Isco Alarcón
Con la que está cayendo en el país habrá quien considere poco pertinente hablar de fútbol como si este deporte concentrara los males de la sociedad y el adormecimiento de las masas. Pero el fútbol me distrae de la infamia, de la indecencia y de la muerte. Uno se entrega al fútbol, al ritual televisado, a los noventa minutos preceptivos y se despista y emprende un regreso a la infancia cuando en la calle se improvisaban partidos y cada cual emulaba a su ídolo balompédico. El que ha practicado este hermoso deporte sabe a lo que me refiero. Al margen de todos los intereses oscuros que le circundan. El fútbol nos devuelve algo de la inocencia que perdimos, de la alegría de vivir, del sobre de estampas como forma de felicidad, de jugar como si no importara el mañana.
El Real Madrid jugaba en Riazor ante el Deportivo de la Coruña. Venía de perder ante el Barça en vertiginoso partido. Y en esas estábamos cuando Isco tomó el balón y dijo como Sinatra que él vende un estilo. Isco juega al fútbol como si no se notara, como si estuviera haciéndolo en la calle con una pandilla de amigos. Isco juega a divertirse. Es uno de esos jugadores que marcan diferencias cuando entran en contacto con el balón, cuando lo esconden y luego dibujan un regate imprevisto. Defender a Isco es defender un modelo balompédico, es abrazarse a una estética que no se crean que tiene excesivos parangones. Lo que hace Isco en un campo de juego, cuando las musas le acompañan, está al alcance de muy pocos.
Isco no debería discutirse pero Zidane le discute. Se le exige ser sublime sin interrupción, algo que no se le exige a otros. Después de su actuación estelar en El Molinón se le señaló con el Bayern de Munich y volvió al banquillo no disputando ni un solo minuto en el clásico. A Isco no se le da la continuidad de la que sí disfrutan otros intocables. En Riazor los aficionados del Deportivo de la Coruña le aplaudieron cuando fue sustituido. Sintomático.
Cuando Isco sienta cátedra gana el fútbol y el contrario lo reconoce. En cierto modo abandera el Real Madrid que algunos soñamos, un modelo alejado de la grandilocuencia, de los excesos de Florentino Pérez, con menos advenedizos. Un Madrid en torno a Isco sería un mejor Madrid. En Riazor se volvió a demostrar. Nureyev con espinilleras lo ha llamado José Samano en su crónica del partido con el Depor en las páginas de El País. Y por ahí anda la cosa. Isco -salvando las distancias y los tiempos- es de la estirpe de Cruyff, Laudrup o Zidane. La elegancia hecha fútbol. Que no pare su música.