GLORIA A FUERTES

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Más allá de conmemoraciones la poesía de Gloria Fuertes resiste y vive. Me gusta releerla en esas míticas ediciones de El Bardo, colección que dirigía José Batlló. Por ejemplo Ni tiro ni veneno ni navaja o Poeta de guardia, dos de sus libros esenciales, publicados en los años sesenta en una España inhóspita en la que su verso hospitalario y femenino hizo más claro lo oscuro. Como mujer de verso en pecho Gloria le cantaba a la vida y a la muerte. Le crecía la barba de tristeza. Tengo una pena de bigote, de Cristo, cantaba en uno de sus poemas. No le gustaba el mundo que llevaba el odio a cuestas. Por eso mismo ella sonreía y versificaba. Contra viento y marea. Canción que aún hoy lleva el río consigo.

¿Qué pasa en este huerto casi yerto? se preguntaba. Gloria paseaba, escrutaba, contaba y cantaba. Era la alegría de una sola vez pero también la pena. Y no se olvidó del humor, de esa escritura que de pronto se quita trascendencia y baja a comprar el pan. Lección para poetas ufanos y catedráticos que la despreciaban.

En un poema titulado 1965 prometía solemne no sufrir demasiado. Poema escrito a la mitad del camino de la vida: «Prometo no volver/ a ahogaros en mi llanto/ no volver a sufrir/ sin un motivo/ muy justificado». Mi infancia la recuerda leyendo versos a un grupo de niños en el mismo paisaje televisado en el que irrumpían los payasos de la tele. Pero Gloria era mucho mas que aquella imagen, que aquella infancia televisiva. Era la poeta de guardia que le cantaba a la muñeca disecada o a San Juan de la Cruz llamándole Juanito. Penaba de amor, de deseo pero le salían versos por los labios, versos para escoger el modo de conocerse, de saberse, de intuirse. Como los de Ni tiro ni veneno ni navaja o Poeta de guardia que hoy vuelven a acompañarme.