El librero infinito

En una librería uno puede sentirse a salvo, distraerse de la muerte, encontrar protección y refugio contra la tormenta. Una ciudad son también sus librerías. Un viajero instruido debería saberlo. Por eso las librerías hay que defenderlas como parte fundamental de nuestro paisaje, del alma de nuestras ciudades. Porque igual que uno se mira en el mar debe también mirarse en una librería, abandonarse en ellas y llevarse algún libro inesperado, de esos que no se buscan, que de pronto salen al encuentro. Las librerías no son lugares de paso, a los que debe irse única y exclusivamente a buscar la última novedad, el reclamo del escaparate, sino para dejarse sorprender por lo que no se esperaba.

En Cádiz la librería Manuel de Falla es el refugio de muchos amantes del libro. Así lo fue para mí desde mi juventud temprana cuando algo apocado solía entrar en ella sin atreverme todavía a entablar conversación con aquel librero más bien enjuto que diligentemente ocupaba su puesto de atención al público. Ya entonces Juan Manuel Fernández era un librero experimentado que había montado su propio sueño librero en la Plaza de Mina que es decir el corazón de Cádiz. Aquel muchacho, algo errante y dubitativo, no podía imaginar que con el tiempo disfrutaría de la amistad de aquel librero infinito y de toda su familia.

El tiempo y los libros, la memoria de lo que fuimos en las huellas lectoras dejadas en tantísimos ejemplares. La vida y sus ciclos, los espejos sucesivos y aquella librería con nombre de insigne músico gaditano en la que fuimos y seguimos siendo felices.

Cincuenta años cumple de dedicación a su oficio el librero infinito de Manuel de Falla y debería ser obligado no ponerse solemnes ni recordar ausencias sino cantar la alegría y alzar muy alta la copa de la amistad que propicia el mundo del libro.

¡Felicidades querido Juan Manuel!

Comparto esta foto de 2021 en tiempos de pandemia que para mí tiene un significado especial por estar sentado donde Juan Manuel recibe a sus clientes