El cielo de la lechuza
El cielo de la lechuza from Luis García Gil on Vimeo.
Conocí a Mireya Soriano por Luis Eduardo Aute en la Feria del Libro de Madrid durante la firma de ejemplares de Aute, lienzo de canciones. Considero a Mireya como una de las mejores lectoras de aquel libro. A partir de aquel encuentro propiciado por Aute mantuvimos el contacto. Ella me envió su novela Deja que llore el mar. Meses más tarde recibí El cielo de la lechuza. Dos magníficos ejemplos de su literatura, de su amor al oficio, a la palabra escrita.
Tuve el placer de presentarla en Cádiz, previniéndola de que no es esta una ciudad fácil en cuestiones culturales. Aquí se escribe más que se lee -cuando se lee- paradoja que se detecta en otros rincones, signo además de estos tiempos tendentes a la ligereza. Los actos literarios que suelen llenarse funcionan por un público ajeno a la literatura. Y los propios escritores que escriben acuden a las presentaciones de sus amigos escritores en justa correspondencia. No hay apenas curiosidad más allá de los clanes culturales. Todo es como un círculo vicioso de intereses varios donde -insisto- importa poco la literatura. Quien lo probó y lo sufrió lo sabe.
Pero Mireya tuvo el gusto de conocer Cádiz, de encontrar en ella correspondencias sutiles con su querida Montevideo y de traer su novela El cielo de la lechuza de la que tuve el placer de ejercer de presentador.
En medio de tanta muerte celebramos la vida. Esta frase puede leerse casi al final de El cielo de la lechuza, una magnífica nouvelle amorosa e intrigante con personajes tan fascinantes como el pintor Dionisio.
La literatura constituye una forma de celebrar la vida. Se escribe contra la muerte. Se escribe y en cierto modo se huye de lo que nos inquieta y desconcierta. La lectura tiene también ese poder balsámico.Los momentos que propicia la literatura no tienen precio. Son instantes, fogonazos, maneras de celebrar la vida. Después de presentar El cielo de la lechuza nos fuimos a tomar algo con la benevolencia que propicia la temperatura de este mes de octubre nada otoñal. Nos acompañó el pintor Antonio Álvarez del Pino.
Fuimos felices en la conversación. Mireya evocó a su padre, el compositor argentino Alberto Soriano. Nos dejamos llevar por el placer de la charla sin mirar el reloj ni el móvil y eso no es siempre posible. De pronto Mireya recordó al escritor uruguayo Paco Espinola. Y yo me acordé de otra amiga uruguaya, Alicia Oschendorf, que me lo descubrió cuando yo era un joven aprendiz de muchas cosas. Espinola y el compositor Alberto Soriano trabajaron juntos en una suite sinfónica titulada Rancho en la noche que Mireya tuvo el detalle de regalarme en una grabación de la Orquesta Sinfónica del SODRE.
Mireya Soriano tomó a la mañana siguiente un tren hacia Madrid. Prometimos escribirnos y mantener encendida la llama de nuestras literaturas cruzadas. Eso es también la vida. Estos instantes que propicia la literatura. Me acordé de mi padre. De todos esos escritores con los que fugazmente se cruzara. Presencias vivas en sus recuerdos. Fugitivas permanencias de lo escrito y lo vivido sobre la piel del tiempo.
El vídeo que sirve de pórtico a estas líneas cuenta con fotos de Fernando Fernández de la presentación de El cielo de la lechuza en el Centro Cultural Reina Sofia de Cádiz. La canción que suena es Las musas de Luis Eduardo Aute, como no podía ser de otro modo.
Grande Mireya. Como siempre, desde el alma y lejos del corso. El mejor estilo del artista. Y gracias a sus amigos que la saben valorar en su autèntica condiciòn.