Lágrimas para Belmondo, un mito del cine francés
Sobre mi mesa de trabajo un libro titulado Monstres sacrés du ring de Georges Peeters, editado en 1959 por La table ronde con prefacio de Jean Cocteau que se encontró con mi padre en noche gaditana un año después. Ese mismo año de 1959 Jean Paul Belmondo, que llevaba el boxeo en los puños, las facciones y la sangre, rueda Al final de la escapada con Jean Luc Godard, emblema de lo que se dio en llamar la Nouvelle Vague. Imaginé a Belmondo leyendo Monstres sacrés du ring en un descanso del rodaje, sin saber aún que su rostro filmado por Godard, junto al de Jean Seberg, pasaría a la historia misma del cine.
Aquel Belmondo de los veintitantos años cruzando un París inmortal con aquella Jean Seberg de belleza tan fulminante y vida tan desgraciada. Belmondo sigue ahí, eternamente, seductor en blanco y negro, imitando a Bogart, filmado por Godard, en esa obra maestra del cine, tan lejos de esa vejez que le convirtió en un octogenario a la espera de la muerte.
Belmondo en El hombre de Río, a mediados de los años sesenta, junto a Françoise Dorleac o conversando con Truffaut y con Catherine Deneuve, hermana de Françoise, en un descanso del rodaje de la desesperada y bellísima La sirena del Mississipi. Cine francés de la memoria como aquella Cien mil dólares al sol en la que Belmondo se encontró con uno de sus cineastas predilectos, Henri Verneuil, con el que rodaría varias películas, ninguna tan entretenida ni tan vertiginosa como esta road movie, en la que brillaba también Lino Ventura.
Belmondo rodando con Chabrol en sus comienzos, o saliendo en las páginas de Cahiers o de Triunfo. Belmondo fotografiado con Ursula Andress en uno de sus sonados romances u hojeando un ejemplar de La divina comedia en Peur sur la ville, aquí llamada Pánico en la ciudad, policiaco electrizante con busca y captura del psicópata de turno, el dantesco Minos con ojo de cristal incluido, con un Bébel atlético, saltando de tejado en tejado, recorriendo París por tierra, aire y subsuelo, memorable escena de maniquíes incluida en las Galerías Lafayette.
La inquietante banda sonora de Pánico en la ciudad la firmaba Morricone, el mismo que luego compondría el tema principal de El profesional, uno de los hitos del Belmondo de los ochenta, banda sonora con la que Belmondo fue llorado y despedido en una ceremonia propia de un Jefe de Estado, que así Francia entiende a sus mitos populares. Aquí en España ya estaría más de una y más de uno enzarzándose sobre la ideología o masculinidad sospechosa del personaje, en esta era de lo políticamente correcto tan devastadora.
Belmondo ha muerto y yo me acordé de dos espléndidos divertimentos que rodó con Philippe de Broca, Las tribulaciones de un chino en china y Le magnifique, acá llamada Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo. Me acordé del Belmondo de otro emblema de los nuevos cines, Pierrot el loco, otra joya de Godard, o rodando con Alain Resnais en los setenta las andanzas del estafador Staviski que Discépolo metió en su tango «Cambalache», en la década en la que Belmondo vino al mundo.
Cuando muere uno de tus mitos cinematográficos sientes como un escalofrío. Belmondo era parte de aquel cine de mi adolescencia en el que podía mezclar a Dreyer con Stallone en esa promiscuidad del iniciado. Cinefilia en cintas VHS o en videoclubs donde alquilé El marginal o El solitario, películas en las que Belmondo incursionó en el polar francés.
En Francia ha muerto un mito. En España, en cambio, la juventud le desconocía profundamente. Esa rémora que vamos arrastrando de quienes confunden lo actual con lo moderno y no sienten al cine como una pasión a la que entregarse. Belmondo sigue siendo irresistiblemente moderno en sus películas con una picaresca particular que incorporaba a muchos de sus personajes.
Le recuerdo, mientras escribo estas líneas, en el nevado paisaje que rubrica La sirena del Mississipi. Leyendo agónicamente a Balzac. En esa gran película de Truffaut, basada en una novela de William Irish, quiero evocarle, desmadejado por la femme fatale, interpretada por Catherine Deneuve.