El prestamista (Sidney Lumet, 1964)

Termino de leer Un tal Sr. Piekielny de François-Henri Désérable, un libro absolutamente extraordinario que es sobre todas las cosas una brillante aproximación a la fascinante figura del escritor Romain Gary que también dirigió cine. Gary citaba en La promesa del alba a ese anónimo y brumoso Piekielny cuya huella François-Henri Désérable busca de un modo casi detectivesco. Piekielny era judío, vecino del niño Romain en el número 16 de la calle Grande-Pohulanka de Vilna. A ese niño le dijo: «Cuando te encuentres con grandes personajes u hombres importantes, prométeme que les dirás: en el nº 16 de la calle Grande-Pohulanka, en Wilno, vivía el Sr. Piekielny…»

He aquí el poder inmenso de la literatura tal como escribe Désérable:

Dicen a veces que no sirve para mucho, que no tiene ningún poder frente a la guerra, la injusticia, la omnipotencia de los mercados financieros. Pero al menos sirve para esto: para que un joven francés, perdido en Vilna, pronuncie en voz alta el nombre de un hombrecillo sepultado en una fosa o quemado en un horno, setenta años antes, un ratoncito de piel escarlata, agujereado por las balas o convertido en humo, pero al que ni los nazis ni el tiempo consiguieron, porque un escritor lo desenterró del olvido, hacerle desaparecer por completo.

¿De qué modo cruzamos libros y películas? Al volver la vista sobre El prestamista (Sidney Lumet, 1964) pensé en Piekielny, en Gary y en Désérable. El judío errante y desolado de El prestamista es un muerto viviente. Me fijo en la secuencia en la que deambula por Nueva York entre escaparates, anuncios luminosos y estrenos cinematográficos y teatrales. La fotografía en blanco y negro no hace otra cosa que subrayar la propia tragedia del personaje. Como la música de Quincy Jones que recorre los ambientes de Harlem.

Aquel judío errante, al que da vida un extraordinario Rod Steiger, es un superviviente de un campo de concentración nazi. Ha recompuesto su vida como prestamista, pero en el fondo esa vida ha sido salvajemente mutilada por el horror nazi. En el libro de Désérable aparece una ciudad llamada Vilna que nunca visitaré, pero que ya conozco por las descripciones del escritor francés nacido en Amiens, ciudad que sí pienso visitar algún día. Busco fotos de la ciudad lituana y sobre todo me informo por Désérable del gueto de Vilna donde pudo estar el tal Piekielny.

Pienso en todo ello mientras veo El prestamista, una de las obras maestras de Lumet, un cineasta no del todo considerado. Esta película es la séptima de una filmografía que empezó por todo lo alto con Doce hombres sin piedad. El prestamista tiene el valor de ser una de las primeras películas que trataron de explorar las consecuencias mismas del holocausto tras El diario de Ana Frank (George Stevens, 1959) y ¿Vencedores o vencidos? (Stanley Kramer, 1961). El prestamista va más lejos por su crudeza que ya se vislumbra en esa inquietante introducción campestre, filmada a cámara lenta, en la que el protagonista, apellidado Nazerman, disfruta de su familia antes de la irrupción de la soldadesca nazi. He aquí la metáfora cruel de todas las guerras. La armonía misma arrancada de cuajo. El odio amortiguado detrás de cada ventana.

El personaje del inmigrante polaco Sol Nazerman tuvo antes de recaer en Steiger otros pretendientes, como James Mason o el mismísimo Groucho Marx. Steiger fue nominado al Oscar, pero Lee Marvin fue quien se llevó la dorada estatuilla por su papel en el western La ingenua explosiva (Elliot Silverstein, 1965). Tengo la impresión de que Steiger lo merecía más. Su manera de encarnar a Nazerman, de avejentarse, es sencillamente prodigiosa, la misma década de los sesenta en la que se deja ver en otra película importante, En el calor de la noche, por la que sí ganaría el Oscar.

El prestamista se basaba en la novela homónima de Edward Lewis Wallant que en nuestro país recuperó el sello Libros del asteroide. Lumet dirigió a Baruch Lumet, su propio padre, en El prestamista, dándole el papel del anciano enfermo que recrimina constantemente la actitud vital del sobreviviente Nazerman, mientras este mantiene una relación con la hija del anciano, viuda a su vez de un compañero de campo de concentración de Nazerman.

Veo alguna foto del rodaje en la que se ven juntos a los Lumet, padre e hijo. El hijo cuando envejeció se parecía muchísimo a su padre cuando rodó El prestamista. La historia de la novela debía atañer como judíos a los Lumet. El padre de Sidney había emigrado desde Polonia a los Estados Unidos a principios de los años veinte. Se dejó ver poco en el cine, pero entre sus apariciones destacaron las que tuvo con su hijo de director en El prestamista y en El grupo, y la que le lleva a colaborar con Woody Allen, otro judío célebre, en la película de sketches Todo lo que quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar.

Lumet retrata en El prestamista, como en otras películas, la condición humana y la corrupción y el ansia por el dinero que lo envilece todo. La relación del judío Nazerman con su ayudante, el joven hispano llamado Jesús Ortiz, también está llena de simbolismo y riqueza. Ortiz le llama maestro y es todo lo contrario que Nazerman. Es un hombre extrovertido, inquieto, con ganas de salir del pozo de la delincuencia. Nazerman, lejos de ayudarle, le desprecia, y solo reaccionará como ser humano en la agonía de Ortiz. La secuencia en la que la novia de Ortiz, que ejerce la prostitución, visita a Nazerman en su casa de empeños resulta tan extraordinaria como desgarradora. Es ahí, en la insinuación impúdica de la joven prostituta negra, cuando el viejo prestamista cae en el abismo, activando recuerdos muy desagradables que tienen que ver con el campo de concentración en el que fue recluido.

Todo es lúgubre visualmente en El prestamista. Nueva York aparece como una ciudad asfixiante, arquitectónicamente fea. El desmoronamiento del judío errante no deja ser consecuencia de un mundo a la deriva. Sol Nazerman deambula como un espectro por una ciudad que es también un espectro.

Pensé en Lumet filmando a Rod Steiger en El prestamista y en Désérable paseando por un París con aguacero en busca de la sombra de Romain Gary. Historias de judíos exterminados por la infamia del nazismo. Nueva York cruzándose con Vilna y Sol Lazerman haciendo lo propio con un tal Piekielny que Gary inmortalizó en La promesa del alba.